LLAMADA

1535 Words
ANNA KALTHOFF Han pasado casi dos meses desde que Alexander y yo nos casamos. Él, Cristhian y yo, nos hemos estado moviendo por todo Europa y, en este momento, nos encontramos en Amalfi, Italia. En esta pintoresca y preciosa comuna, es donde más tiempo hemos estado. Tenemos casi una semana de habernos establecido en esta villa que hemos alquilado en las afueras de la ciudad. La razón: me he sentido mal y los dos se pusieron de acuerdo en que, lo mejor, era no seguir moviéndonos de un lado para otro durante un tiempo, para que yo pudiera descansar. He tenido algunos dolores abdominales, como pequeñas contracciones y el doctor me indicó, que no había nada malo, pero que aquello quizá se debía a estrés y necesitaba estar tranquila y reposar. Me encuentro acostada en un tipo de hamaca, en la enorme terraza que rodea a la villa, disfrutando de la brisa fresca y salada y los rayos de sol del atardecer septembrino de la costa italiana. Alexander y Cristhian hablan animadamente, parados a unos cuantos metros de mí, apoyados en el barandal. Ríen, bromean, fuman habanos y de vez en cuando me dedican una mirada y me sonríen. En algún punto de la tarde, me quedo dormida, gracias a la comodidad que aquel lugar me brinda. Tenía semanas sin soñar o tener alguna pesadilla y, justo en aquel momento, tengo el sueño más bonito que puede existir. Sueño a Alexander cargando a nuestro bebé. Jugando con él y riendo. Dedicándole a nuestro bebé esas sonrisas llenas de amor y ternura que me dedica a mí. Escucharlos reír y jugar, en mis sueños, es una sensación indescriptible. Aquello me llena de paz, de serenidad y de un profundo deseo de no despertar y continuar viviendo aquello tan hermoso. Pero sé que no puedo quedarme a vivir en mis sueños y que en la realidad, Alexander me espera y, este sueño, en algún punto de nuestras vidas se hará realidad. Abro los ojos y me encuentro a Alexander sentado en una poltrona, observándome con una enorme sonrisa. Le sonrío. Besa mi frente y acaricia mi cabello. —¿Qué estabas soñando? —me pregunta—. Estabas sonriendo mientras dormías y tú rostro reflejaba una completa felicidad. —Soñaba contigo —le digo, esbozándole una sonrisa—. Y con nuestro bebé. Sonríe, mostrándome su perfecta dentadura blanca, y me ve con ternura. Se levanta de la poltrona y me mueve a un lado, para sentarse en la hamaca y recostarme sobre su pecho. —¿De verdad? —pregunta. Coloca una de sus manos en mi vientre, que ahora ya luce mucho más abultado y con la otra acaricia mi cabeza—. Cuéntame más sobre ese sueño. Se lo cuento. Le cuento todo lo que vi en aquel sueño y lo veo emocionarse, imaginándose lo que le estoy contando. —¿Crees que lograremos hacerlo realidad? —le pregunto, llevando mi mano hasta la suya, que reposa sobre mi vientre. —Por supuesto que sí, mi amor. ¿Por qué dudas? —No lo sé, Alex —manifiesto, sintiéndome rara, como temiendo que algo malo pudiera pasar en cualquier momento—. Han sido días demasiado buenos, demasiado llenos de felicidad, demasiado hermosos y…. Ellos siguen ahí. Ella sigue con vida. Temo que en algún momento nos encuentren y nos hagan algo. Ante mis propios pensamientos, comienzo a sentirme asustada y afligida y con ganas de llorar. Estoy cerca del mismo tiempo de embarazo, que tenía, cuando pasó lo de Luka. Y me parece que en cualquier momento, todo aquello se repetirá. —Hey, hey, tranquilízate, mi amor. No tienes que tener miedo —me dice, tomando mi mano y besando mis nudillos—. Nada va a pasar. Estamos juntos. Tienes a Cristhian, me tienes a mí. Nosotros te vamos a cuidar, siempre. A ti y al bebé. Me abraza con fuerza y me da besos en la frente y el rostro. Nos quedamos así, por un largo rato. Abrazados y contemplando el hermoso azul del mar y del cielo, que en un punto distante del horizonte, se convierten en un mismo azul, donde no se distingue uno del otro. —¿Te sientes mejor? —me pregunta, después de un rato. No le respondo. Me quedo en silencio y distraída, tratando de sentir algo que ha llamado mi atención. —¿Anna? —vuelve a preguntar, al ver que no obtiene contestación. Me río. Tomo su mano y la llevo, de nuevo, hasta mi vientre. Hasta aquel punto en el que siento un pequeño movimiento, como el aleteo de una mariposa. Volteo a ver a Alexander y tiene el entrecejo fruncido. Hay confusión y sorpresa en su rostro. Comienza a reír y me pregunta: —¿Es nuestro bebé? —¡Sí! ¡Sí! —le respondo emocionada hasta las lágrimas—. Es nuestro bebé. Comienza a reír sin parar y puedo ver sus ojos humedecerse. No sabe cómo reaccionar ante aquello tan hermoso que estamos sintiendo en aquel momento. Se lleva la otra mano a la boca y comienza a negar. —¡Dios, Anna! —exclama—. No tienes ni la más mínima idea de lo que estoy sintiendo en este momento. Me río y, durante aquel instante, se me olvida todo lo que estábamos hablando hace unos momentos. Se me olvida la incertidumbre, el miedo, Miller y Miranda, que en estos momentos, se encuentran a Miles de kilómetros de nosotros y no pueden tocarnos. Lo único que existe, y tiene cabida en mi mente y mi corazón, es esto. Nuestro bebé dando señales de vida. Nuestro bebé dándonos tanta felicidad. —¡Cristhian! ¡Cristhian! —grita Alexander. El dios Vikingo, que dormitaba en una de las tumbonas cercanas a nosotros, se incorpora de inmediato. Nos voltea a ver preocupado. Se levanta de un brinco y, con prisa, llega dónde nosotros. —¿Qué sucede? —inquiere alarmado. —Ven, siente esto —le responde. Coge su mano y la lleva hasta mi vientre. —¿Lo sientes? —le pregunta. El dios Vikingo sonríe y asiente moviendo la cabeza. Lleva su mirada a mí y me dedica una enorme sonrisa. Nos quedamos así durante un rato, con nuestras manos unidas, esperando sentir algún otro movimiento, conversando y riéndonos. Luego de un rato, el teléfono de Alexander comienza a sonar. Nos pide disculpas y se retira para cogerlo y responder. Cristhian y yo nos quedamos conversando, mientras observo a Alexander hablar con la persona que lo ha llamado, apoyado en el balcón. —¿Qué crees que será? —me pregunta Cristhian. —Hum, no lo sé —le respondo—. Pero me gustaría que sea niño. Y, ¿a ti? —Pues, temo decirte que estoy del lado de mi hermano y me gustaría tener una sobrina. —No solo sobrina —le replico—. Tú vas a ser otro padre para este bebé. —¿Segura? ¿No crees que deberías de consultar eso con Alex? —El está de acuerdo. Sabe que tú serás otro padre para este bebé. Sonríe y dice algo más, pero no le presto atención. Algo me distrae. La actitud de Alexander, hablando por teléfono al otro lado, ha cambiado por completo. En su rostro hay enojo, preocupación y contrariedad. Cristhian lleva su mirada hasta Alexander, cuando lo escuchamos maldecir con frustración. —¿No hay nada que podamos hacer? —le pregunta a la otra persona del teléfono. Se queda en silencio, escuchando lo que le responden. Se lleva la mano a la frente y cierra los ojos ofuscado. —Está bien —murmura—. Si no hay nada más que podamos hacer, ahí estaremos. Corta la llamada y queda de espaldas a nosotros. Apoyado en el barandal y oprimiéndose la frente. —Alexander, ¿qué sucede? —inquiere Cristhian, frunciendo el entrecejo. No necesita decir nada. Presiento lo que va a decir. Sé que no será nada bueno y que, aquello, acabará con la poca felicidad que hemos estado teniendo durante estos días. —Alexander, habla, ¡por un carajo! —demanda el dios Vikingo. Alexander se gira y su mirada se posa en mí, viéndome con impotencia, con frustración y aflicción. Su boca se abre y entonces, por fin, habla: —Miranda… Ha solicitado un juicio para demostrar su inocencia. Guarda silencio por unos segundos que se me hacen eternos, resopla y sigue hablando: —Los jueces están requiriendo nuestra presencia durante el juicio. Si no nos hacemos presente, Miranda saldrá libre, pues la declaración más importante, que necesitan, es la de Anna, declarando lo que sucedió en Alemania. El mundo se me viene encima escuchando aquello, y la felicidad que nos embargaba, hace unos momentos, se esfuma por completo. En su lugar aparece la frustración, el miedo y el pánico. No quiero estar frente a frente con ella. No quiero estar cerca de Miranda y Miller. No quiero poner en riesgo a nuestro bebé. Porque, lo único que ronda en mi cabeza en aquel momento, son sus palabras. Las palabras que ella me declaró que llevaría a cabo si la dejaba con vida.
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