STEFANO HARRISON
Presiono las manos en el volante y me concentro en ver la carretera.
Me estiro el cuello de la camisa intentando tranquilizarme. No lo consigo.
No puedo dejar de pensar en sus labios cubiertos de helado de vainilla, hinchados y rosáceos. ¡Jesús!, los imaginé untados de otra cosa. Un maldito enfermo.
Pero como no pensarlo si ya fue Mía, consumí su cuerpo, me sacie hasta quedar complacido.
Menuda mierda Stefano Harrison. En qué jodida mierda te metiste.
No me pude contener más y tuve que hacerme una paja en el baño de caballeros. ¡¡En una maldita heladería!!
Sí, como un puto depravado.
–A dónde vamos– la mujer que tengo al lado mira para todos lados.
Dije que íbamos a hablar, pero no especifiqué en donde. En mi oficina no puede ser porque Salvatore podría aparecer en cualquier momento. Es mi casa mucho peor porque Lía estará allí.
–A uno de mis departamentos– la comisura de sus labios se curvan en una ligera sonrisa.
No, no voy a coger con ella. Vamos a hablar. Hablar como dos adultos responsables que somos.
Este juego de tira y afloja debe acabar.
Si va a quedarse en esta ciudad, está bien. Pero debemos arreglar el lío en el que me metí hace un año. ¿Cómo le metí la polla a la hermana de mi amigo?.
Me refugio bajo la excusa de que no lo sabía, pero por qué jodida no puedo parar de imaginar aquella noche, pero esta vez con la cara de la hechicera de ojos azules.
Detengo el auto en el estacionamiento subterráneo. Salimos y no la miro, solo camino.
Me sigue el paso.
Juntos tomamos el ascensor. Llegamos a la última planta, la que por lo general uso para llevar mis Aventuras de una noche. La que ocasionalmente ya no uso.
Esta vez es diferente, hoy solo voy hablar con Abby, es solo para nuestra privacidad.
Las puertas se abren y soy el primero en ingresar. Enciendo las luces, me quito la chaqueta y desabrocho los puños de mi camisa. Desato el nudo de mi corbata sintiendo que por fin puedo respirar.
Me volteo para ver a Abby cerca de la puerta. Mira los alrededores tratando de familiarizarse con el lugar.
–Ven aquí– me siento en un mueble de color gris. Tengo tantas cosas en la cabeza pero aun no se como empezar.
Debo ser delicado con ella. No quiero herirla. Pero esto debe acabar.
Abby toma asiento en otro mueble. Deja su bolso en la mesa del centro. Aparta su cabello de un movimiento, fija su mirada en mi dirección, sus ojos son tan azules que siento que un simple mortal podría perderse en ellos. No soy un novato.
–Ahora me vas a explicar cómo es que tú eras la mujer de esa noche– reposo los codos en mis muslos. Sé que fue descuido mío no estar al pendiente mientras ella estaba en la recepción, pero me sentí tan agotado que dejé esa responsabilidad a Lucas. Vaya error.
Las cosas solo salen bien si las haces tú mismo y ahora la frase se vuelve más presente en mi cabeza.
Abby suspira, endereza su espalda.
Su vestido se sube mostrando su perfecta piel, pero me concentro en la respuesta.
–Es así. Te seguí. Tuvimos sexo, yo sabía perfectamente que era tú la persona de la habitación. No fue coincidencia– me mira fijamente.
Sus manos empuñan su vestido.
–No tengo aventuras de una noche. No soportaría el toque de otra persona– se encoge de hombros y lo dice como si fuera la cosa más simple del mundo.
Se comporta como una niña a la que no le importan las repercusiones de sus actos. Pero no es así, aquí hay un problema monumental.
Me enderezo.
–Y no pensaste en mí, y en lo que provocaría tu juego de chiquilla caliente– mi voz suena profunda y cargada de rabia, rabia que estoy conteniendo, porque si fuera otra mujer ya le habría pegado un tiro en la cabeza por burlarse de un subjefe de la mafia.
No soy bueno ni tan benevolente como pretendo ser.
Su rostro se petrifica. Frunce el ceño.
–No es un juego de niña caliente– se pone de pie y levanta la voz.
Es por esto que necesitábamos este lugar.
–Y si no lo fue, entonces, qué es– levanto la cabeza para no perder de vista la expresión de su rostro.
–Son los actos de una mujer enamorada. Porque si no te ha quedado claro., te lo vuelvo a decir– se acerca poniéndose frente. Sus manos van a mis hombros y presiona fuerte.
Lleva mi cuerpo al respaldo del mueble, sube una pierna y me mira con rabia.
Su colonia se impregna en mis fosas nasales.
–Me gustas– sus pupilas se dilatan, su respiración es irregular.
Siento el temblor de sus manos.
Esta confesión la he escuchado una y otra vez pero no la puedo tomar enserio.
Es solo una chiquilla que ha salido de la adolescencia. No tiene un juicio propio y coherente. Solo se mide a sus impulsos. Y yo soy un adulto.
–Es un capricho Abby– me pongo de pie, retrocede pero la sostengo para que no caiga. Mi mano reposa en su espalda baja. La presiono en mi cuerpo. Su cuerpo tiembla ante mi tacto.
Niega firmemente.
–Sí, lo soy. Solo soy el capricho de una chiquilla. Solo buscas placer, Quieres experimentar y qué mejor que con el mejor amigo de tu hermano. Buscas adrenalina, emociones– pego su cuerpo al mío y la presiono.
Sus manos se aferran a mis bíceps, puedo sentir su respiración en mi pecho y no puedo controlar la reacción de mi cuerpo.
Al no escuchar su respuesta doy paso a mis instintos y deslizo una mano debajo de su vestido.
–Buscas esto– toco su delicada piel que solo está cubierta por una diminuta tela.
–Buscas placer y piensas que yo puedo dártelo– grave error.
–Tú me gustas– vuelve a repetir las mismas palabras.
Niego, rodeo su cuello y la volteo hasta dejarla sentada en el mueble. Sus ojos se abren de golpe, lleva una mano a mi pecho para poner algo de distancia.
Baja su mirada hasta fijarla en mi entrepierna y da un largo suspiro.
La tira de su vestido se ha deslizado dejándome una clara imagen de su clavícula. Su vestido se ha subido dejando su ropa interior a mi completa vista.
Mi mano tiembla en su cuello, trago grueso y creo que el estómago se me encoge cuando su diminuta mano toca mi vrga por encima de mis pantalones.
–No eres un capricho Stefano, eres el hombre del que estoy enamorada y no me voy a rendir contigo– suelta mi entrepierna y desliza la yema de sus dedos por mi antebrazo, su toque es tan delicado pero logra poner mis pelos de puntas y el pantalón me maltrata mi jodida polla que está a punto de reventar.
Continua hablando, me pierdo en el movimiento de sus labios que están cubiertos por un brillo rosado.
–Recuerdas la foto que te envié– mi lengua humedece mi labio inferior.
Asiento.
–Solo pensé en ti cuando me la tomaba. Solo quiere que tú me toques– mi piel se eriza y pierdo la batalla.
Se ve tan indefensa pero provocativa a la vez. Tan Dulce y caliente.
Sería la debilidad de cualquier hombre. Lo es.
Y el hecho de imaginarlo me pone enfermo.
—Abb— respiro expulsando
No necesita hablar para entender.
Choco nuestros labios en un beso caliente que hace que Abby expulse un chillido, de sorpresa o de placer no sé cuál pero abro mi boca reclamando su boca en un beso posesivo.
No suelto su cuello, es más, lo presiono más fuerte. Su boca se abre pidiendo oxígeno, pero entierro mi lengua dentro y me trago cada jadeo. Jodido Dios.
Estoy provocando una tormenta en un cielo despejado. Clamando por una guerra en tiempos de paz, pero cómo detenerse. Cómo parar una fatalidad de carne y huesos. Es un problema, un jodido problema.