Capítulo 12: El patán

945 Words
— ¿Cómo qué cosas? — quiso saber el chofer del auto que me llevaría de vuelta al trabajo. — Como por ejemplo… — sentía que arrastraba la voz como si de un borracho se tratara pero realmente no podía hacer nada por evitarlo, además de que ni siquiera era capaz de calmar mi propia verborragia en ésos momentos—. Que no te costaría nada decir de vez en cuando algunas palabras de agradecimiento. Un simple “gracias”, no cuesta absolutamente nada. ¿Sabías que incluso es gratis? — le recriminé mientras lo apuntaba con un dedo tan indiscretamente que incluso logré incomodar a la persona que manejaba el auto deportivo. — ¿Cómo supiste que te iba a venir a buscar yo? No contestaste el teléfono. — preguntó serio. — ¿Teléfono? — pregunté pero en realidad era otra la cuestión que mi mente se estaba planteando inconscientemente. — Si, te llamé dos veces para avisarte que sería yo quien te pasaría a buscar. Dijiste que estarías atenta al teléfono. Supongo que mentir se te sigue dando muy bien. — me recriminó con un toque tan acido que sus palabras salían como flechas cuyas puntas embebidas en aquel ácido despedían humo como consecuencia de lo nocivas que eran. — ¿Mentirosa yo? ¡Arrogante! — bufé desplomándome sobre el asiento nuevamente, estaba rendida frente al agravio. — ¿Arrogante? — arremetió sorprendido por el insulto. — Sí, escuchaste bien, arrogante. — reiteré dejando bien expresado el efecto embriagador de la anestesia. —. No soy ninguna mentirosa. — me defendí de la ofensa. — Cómo digas… ¿Por qué estás así? Pensé que ibas al dentista, no a un bar. — enfatizó mi estado de “ebriedad” inducido. — Por supuesto que fui al dentista, por quién me tomas, patán. Estoy así solo por un poquito de anestesia. El doc dijo que se me va a pasar en un rato. — arrastré cada palabra después de decirle patán. — O en unas horas… Mejor te llevo a tu casa. — decidió luego de echarle un vistazo a su reloj de mano. — Mh… no sé, mi jefe es un idiota. Va a pensar que me estoy aprovechando de la situación. Mejor llévame al trabajo. — insistí dirigiendo la mirada hacia la ventana en un intento de ver pasar los árboles de la acera. — ¿Sabes que soy tu jefe, no? ¿Al menos puedes reconocerme? — preguntó con seriedad, volviéndose hacía mi aprovechando que el semáforo estaba en rojo. — Mhh… bueno… tienes un aire…— dije mientras lo analizaba con una mirada inquisidora, con la misma seriedad que él había utilizado para cuestionar mi juicio. — Pero qué ridícula. — bufó volviendo la vista al frente para seguir avanzando. — ¿Ridícula? Mh… Eso es algo que diría él… Eres muy gracioso. — me reí a carcajadas por su excelente interpretación y luego dediqué un silencio absoluto hasta que llegamos a destino. Cuando vi el portal de mi hogar asomándose por la ventana y cuando el efecto embriagador se retiró casi absolutamente, noté que alguien ya estaba abriéndome la puerta del auto para ayudarme a bajar del vehículo. — ¿Qué ocurre? — preguntó el hombre a quien reconocí minutos antes de llegar a casa y que descubrí en la vereda tomándome del brazo. — … — permanecí en un silencio abrumador con una vergüenza tan tangible que cortaba el aire a mi alrededor. — Tienes la cara roja. ¿Puede ser fiebre? — preguntó preocupado, sin darse cuenta de que mi cara estaba bordó por darme cuenta de que estaba frente a él… frente a mi propio jefe… ¡frente a frente con Nathan! — … — Ja… ¿Te comió la lengua el gato? — cuestionó con picardía mientras notaba que mi rostro era cada vez más incandescente. Me solté del amarre de su brazo y me dirigí a abrir la puerta de mi casa sin decir una palabra. No podía creer lo mal que estaba manejando la situación pero no podía hacer mucho con el poco sentido de orientación con el que contaba hasta hace algunos minutos atrás. Al menos ya podía enfocar la vista y reconocer a quienes tenía a mi alrededor. — ¿O acaso ya me reconociste? — preguntó seductoramente, acercándose tanto a mí que me tomó por sorpresa y lo miré directamente a los ojos ya que prácticamente lo tenía encima de mí. — Creo que ya deberías irte. — aconsejé incómoda dándole el último giro a la cerradura pero sin abrir la puerta todavía. — No sé si tenga ganas de irme todavía. — enfatizó su expresión más candente dejándome atónita. Principalmente porque de un segundo a otro había logrado encenderme alarmantemente. No podía creer que tuviera todavía ése efecto en mí. — Nathan… — recité casi sin aire. — Al fin me llamas por mi nombre… Jefe no sonó mal… pero patán… Mh… no, no me gustó tanto lo de patán. — comentó persuasivamente a la vez que acariciaba un mechón de mi cabellos. Su celular comenzó a sonar y su rostro se mostró fastidiado, pero cuando vio quién lo llamaba pareció darse cuenta de dónde estaba y dónde justamente no estaba. — Debo irme. Nos vemos mañana en la oficina. — se despidió recuperando su característica indiferencia. — …— lo vi partir cuando vio que entré finalmente a mi casa. Me senté en el sillón de la sala… no podía admitir lo confundida que me sentía. Lo único que atiné a hacer fue a echarles la culpa a mis hormonas y maldecí a esas malditas atrevidas.

Great novels start here

Download by scanning the QR code to get countless free stories and daily updated books

Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD