Defenderse

1222 Words
Por malo que sea el día, siempre hay alguien en casa esperándome. Eso para mí es tener una familia. Hoy mi día ha ido de culo y se los voy a relatar para que les quede claro. Estoy entrenando a Roger, el hijo del dueño de la empresa, el cual cree por alguna razón que necesito coquetear con él para hacer mis días más complicados. Intento vender un condominio que nadie quiere y que todos los que trabajan aquí han intentado vender, pero la gente no es idiota. ¿Por qué querrían vivir en un espacio en el que dos de sus dueños anteriores han decidido matarse o ser brutalmente asesinados? Para lo segundo no hay que firmar en ningún lado, pero la gente lee las señales claras. Es un lugar con un aura pesada que nadie quiere. —¿Qué haces, preciosa? —pregunta Roger. —Roger, tu papá es el jefe, yo lo tengo clarísimo, pero si vuelves a hablarme al oído te estrujaré las bolas e irás al hospital. Luego te denunciaré por acoso laboral, me dejaré la mitad de esta empresa y probablemente mi novio te quiebre todas las extremidades cuando acabemos. ¿Queda claro? —Felipe sería incapaz —responde burlón. —Felipe, es muy capaz y si le faltan huevos, yo voy a ponérselos a la situación. Te juro por el amor a Dios que te despacho. ¿Entendido? Los dos nos miramos y él sonríe. Le tomo de los huevos y se los aprieto. Me mira asustado e intenta apartar mi mano. Luego le oprimo un pezón y grita. —Lo siento, entendí, perdón, perdón. —¿Por qué estás disculpándote? —pregunta su padre molesto. —Roger, hazme el favor de no pelarte el culo, porque no puedo hacer más por ti. Junta tu acto o lo pierdes todo. Me tienes hasta la v***a y más allá —le dice su padre. Él extiende su mano hacia mí. —Mina, hay cosas buenas y malas. Ahora, vende el apartamento Herrera, sí, alguien tiene que venderlo y estoy pensando que si lo haces, podemos negociar un ascenso. —¿Un ascenso? —pregunto sorprendida. —Sí, estás vendiendo mucho y estás trabajando duro. Me han dicho que tienes un número grande de visitas, que mueves cosas que otros no. Me encantas, me generas dinero. Me queda claro por qué Ferroso te quiere en su familia y por qué Waitly te ha recomendado. Los dos son amigos míos y parecen contentos. No sabes cómo he fluido en los negocios. Ahora, quiero todo esto vendido para esta semana. Le miro, me quedo en silencio mientras asiento y entonces me queda claro. Él cree que yo vendo porque mi papá lo compra todo o Felipe Ferroso, el abuelo. Roger, quien sigue avergonzado y decaído, ve a su padre irse y se aleja de mi cubículo. Reviso las propiedades que me ha puesto sobre la mesa y aprovecho la ausencia de mi pupilo para hacer una llamada. —Mina, cariño, qué alegría oírte —responde Demetrio, por alguna razón siempre que lo llamas. —Señor, quiero entender por qué mi jefe cree que todo lo que he vendido es gracias a ti. —Porque eres mía —suspira pesado y él ríe—. Hija, Roger es un imbécil, su negocio va en caída y quiero premiarte. Sé que te han estado tratando como un culo y voy a mejorar la situación. —No necesito tu ayuda. —No, pero eventualmente, si esto es lo que quieres, podríamos comprar la empresa. Y para eso, necesitamos buenas propiedades. Él no se ha dado cuenta de que ha vendido un 25 % de sus terrenos a cambio de nada. No sé a qué estás jugando. Yo entiendo y estoy cumpliendo con mi parte. No estoy interfiriendo directamente en tus ventas, pero estoy construyéndote un futuro. —Qué bendecida soy. —Lo eres y eres amada. —¿Tienes a alguien siguiéndome o grabando mis conversaciones en el psiquiatra? —No, hija, eso es inapropiado o ilegal, pero me gustaría conocer a Felipe, el hombre que vive en el apartamento en el que vives y cuyo abuelo me ha invitado a comer. Podríamos comer los cuatro. —Demetrio... —Sí, hija —suspiro agobiado. —¿Qué es lo que quieres? —¿Sabes? Mi lenguaje del amor siempre ha sido el dinero. Pensé que si mis hijos tenían suficiente dinero cuando crecieran, me adorarían. Y me he equivocado monumentalmente. No les dediqué atención, tiempo ni espacio, y todos están cagados. Quiero darles mi mejor versión actual, y eso quiere decir que quiero ser útil, lo que necesites. —Aceptaré lo de la cena porque tengo un leve presentimiento de que la familia de Felipe me odiaría más si sabe que no tenemos una relación. —Mina, otro tip de vida, donde tengas que rogar, ahí no es —dice antes de colgar. Roger se acerca a mí y me mira a los ojos. Me da un chocolate caliente y dice: —He sido un cabronazo. Mi papá te admira mucho y te respeta. Pensé que le estabas chupando la polla, alguien por los ojazos, el pelo y las tetas monumentales. Pero eres una mujer trabajadora y es un honor aprender de ti. Y sé que mi papá es un imbécil, así que vamos a unir alianzas. Tú tendrás el ascenso y yo tu puesto —le miro de pies a cabeza. —¿Y cómo sé que no vas a traicionarme? —No voy a darle la satisfacción a ese imbécil. —¿A tu papá? —él asiente y yo sonrío. Le doy un sorbo al chocolate de la paz y sonríe. Es entonces cuando mi jefe sale de su oficina gritando mi nombre. Todas las miradas se posan sobre mí. Roger le pregunta si es un tono apropiado para hablarle a un empleado y él le recuerda que es solo un borracho que ha estampado el deportivo sexy de papi contra una pared. —Estoy cansado de tu inefici encia. ¿Cómo es que no has vendido la casa Herrera? —No la he vendido yo, no la ha vendido usted y nadie en esta oficina —el hombre me mira sorprendido porque usualmente me quedo callada. Pero estoy harta, cansada y molesta por tener que recibir gritos. —¿Vas a jugar a responderme? —Sí. —Entonces explícame: ¿cómo putas tienes la casa sin hacer nada y esperas un salario? ¿Cómo putas vienes simplemente a juguetear en la oficina? Estoy harto de tener huevones como ustedes dos entorpeciendo las metas del mes. —Según mi jefe y el suyo, yo soy la única que vende, así que no tengo nada más que responder. Trabaje un poco más y deje de escaparse para meter la polla en lugares en los que no debería —el hombre me suelta un puñetazo y enfurecido me pregunta qué es lo que he dicho. Yo me resbalo y golpeo la cabeza contra el borde de una mesa. Escucho el jaleo mientras impacta nuevamente mi cabeza contra el suelo. Roger se ha ido encima del jefe, le ha soltado un golpe tras otro enfurecido. Algunos compañeros se lo tienen que quitar. —¿Mina? ¿Mina? —escucho que me llaman.
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