Mi mente estaba en blanco. Mi cuerpo ni respondía, a decir verdad no me había movido un solo apéndice. Su presencia todavía me afectaba y vaya que lo hacía. — Lo se todo —dijo seguro—. — ¿Lo sabes todo? —balbucee y él afirmó seguro— ¿Por eso estás aquí? —pregunte en un hilo de voz y él asintió— ¿Estas aquí para insultarme? — ¡No! —dijo inmediatamente— ¿Cómo crees que...? Retrocedí un paso hacia atrás mientras colocaba mi mano a la altura de su pecho en señal de alto. ¡Bravo! ¡Por fin mi estúpido cuerpo pudo moverse! —pensé—. Reuní mi valor y dije las palabras que tanto me había empeñado en no decirlas, las que tanto había intentando ignorar. — No quiero hablar de lo que creo o no que harás. Quiero evitar que me sigas haciendo daño. Su cara se desencajó un poco. Al parecer mis pala

