Al despertar a la mañana siguiente, Betty me informó que papá había viajado en la madrugada a resolver algo importante y que no tuvo tiempo de despedirse. No me sorprendía para nada, a decir verdad, solía irse como si yo no existiera, sin avisar o sin dejar una nota. Volvía a los días después siempre muy contento. Como si nada hubiese pasado, como si no me hubiese dejado sola.
Me encaminé a la escuela con la esperanza de que mis amigas me distrajeran de lo horroroso que era tener que pasar mis tardes en la disquera. Lamentablemente, ninguna tuvo tiempo para mí cuando llegué, y él único que se dispuso a escucharme fue Liam.
Nos sentamos juntos en el comedor de la escuela, y apenas se dejó caer en la silla, me dijo que había hablado con Andrea, y que tendrían una cita el viernes.
- Es una maldita pervertida – reí mientras bebía de mi jugo de naranja. Liam resopló.
- Madie, basta. Andrea es muy sexy – aclaró con seriedad. – Es lista y muy agradable. Pero hablando de otra cosa, ¿Cómo te fue con tu amigo Nathaniel ayer?
- Su nombre es Nathan – solté sin medir las consecuencias.
- Oh, eso quiere decir que aprendiste su nombre y que sí son amigos – se burló. Me crucé de brazos.
- No, claro que no. Mi padre lo puso a cargo hasta que vuelva de su viaje y encima Nathan se cree mi jefe – rodé los ojos. No me gustaba la idea de que Nathan estuviera completamente a cargo de la disquera. – Me tiene agotada, no pude detenerme ni un minuto ayer – gruñí. Liam se largó a reír.
- ¿Y qué te hizo hacer? – me molestó moviendo las cejas.
- No seas un mal pensado, Greenwood – mascullé entre dientes. Él tomó una de mis manos y acarició la palma de esta. Eso siempre me relajaba.
- Lo siento, pero tranquila, ya se llevarán mejor, quizás sin la presencia de tu padre Nathan se convierta en alguien amable. Es joven, no puede ser un amargado. Dale una oportunidad.
- Tengo la sensación de que será más odioso. ¿Me acompañas hoy al trabajo? – supliqué. Por algún motivo, cuando Liam estaba cerca, siempre me sentía mejor. Era, y siempre había sido, la única persona que se quedaba a mi lado hasta en las tardes de lluvia.
- ¿Acompañarte? Vas a trabajar, Madie. No seré bienvenido.
- Por favor – me mordí el labio. – Nos divertiremos, te dejaré jugar en la sala de grabación.
- Está bien. Supongo que ahora que no está tu padre, será menos horrible entrar ahí.
- Gracias, Liam. Te adoro – sonreí.
[…]
Aquella tarde, luego de clases, nos marchamos juntos a la disquera. Como era de suponerse, Greenwood condujo el carro. Al llegar, primero que hizo fue saludar a Andrea y entablar una conversación con ella. Era tierno que Liam estuviera tan interesado en ella, pero me daba un poco de celos de amigos verlos tan contentos.
- Liam, ya vamos – lo jalé de brazo.
- Te llamaré – le dijo Liam a Andrea, mientras yo presionaba el botón del elevador.
- Suenas desesperado – le dije a Liam, una vez que las puertas del elevador se cerraron.
- Estás celosa porque tú no tienes con quien llamarte – él rodó los ojos y me dio un pequeño empujón amistoso.
- Claro, eso debe ser – ironicé – ¡Cómo no lo había pensado antes! Necesito a alguien con quien mandarme mensajes y dejarme llamadas.
Liam soltó una risita y las puertas se abrieron. Nos encontramos, una vez más, en medio del pasillo frente a la oficina de papá; y para mi sorpresa, Nathan estaba sentado es su silla. Era un sinvergüenza ¿Quién rayos se creía? Yo era la única que podía ocupar esa silla. Aparte de Alex, mi padre. Apreté los puños con fuerza y me dirigí hasta la puerta.
- ¿Qué haces aquí? – le dije a Nathan entrando a la oficina.
- Estoy a cargo – dijo con voz serena, mientras revisaba unos papeles.
- Bien, pero no puedes sentarte ahí, yo heredaré esa silla y no me sentaré en ella sabiendo que tu trasero la tocó – reclamé. ¡Detestaba a Nathan! Era prepotente e irrespetuoso. Liam se largó a reír pero Nathan no lo hizo y se puso de pie en un salto.
- Ya déjate de jueguitos tontos, compórtate, ¿quieres? – gruñó, sosteniéndome la mirada como nunca nadie lo había hecho. Él estaba retándome.
- ¿Cómo te atreves? – chillé.
- Soy tu jefe – dio un puñetazo en la mesa. – ¡Exijo algo de respeto!
- No, yo soy tu jefa, y estás despedido – grité. Él, en cambio, me dedicó una sonrisa de satisfacción.
- No tienes el poder de despedirme Madie, yo mando y punto. Ahora ve a traerme un café y saca a tu novio de aquí, estás trabajando, sé profesional – ordenó. – Y no es personal, Liam.
- Entiendo – Liam se encogió de hombros. Estaba disfrutando de la escena.
- Él no es mi novio, y puedo traer a este edificio a quien se me pega la maldita gana – dije entre dientes – Y no pienso traerte un café.
- Entonces estás despedida – me dijo muy tranquilo. Miré a Liam que estaba igual de asombrado que yo. – ¿Qué te parece?
- No debiste decir eso, Nathan – masculló Liam.
- Sí, no debiste – me acerqué al escritorio y le sostuve la mirada – Esto que vez aquí, Nathan Adams, es mío – modulé – Y tú, eres un insecto a mi lado, no tienes el poder de despedirme de mi empresa ¿Comprendes? Yo hago lo que se me pega la maldita gana porque ni mi padre me ordena qué hacer, mucho menos tú – él me miraba sin siquiera inmutarse.
- Entonces ve y encuentra algo que hacer, pero hasta que tu padre vuelva yo estoy a cargo, y no me importan tus berrinches de diva, yo soy profesional y una niñita no me da órdenes – sentenció volviendo a lo suyo.
Me quedé de una pieza, fue una buena jugada, lo acepto. Me volteé y tomé a Liam de un brazo para sacarlo de ahí. Fui directo al escritorio de Nathan. Ya que no tenía dónde más sentarme.
- Fuiste algo dura con él – me reprochó Liam. – ¿No deberías disculparte?
- No seas tonto, Liam – hice una mueca – Él lo merece, es un gruñón. ¡Tú mismo viste cómo te trató!
- Esto me suena a que te gusta – él soltó una carcajada de burla y se sentó frente a mí.
- ¿Qué? ¿Estás loco?
- Será una linda historia de amor – se encogió de hombros. – Acéptalo. Se gustan y cada vez que abren la boca, intentan negarlo, pero soy demasiado perceptivo y es tan obvio.
- No, ni loca, es un desquiciado y mandón – dije muy alterada. Él movió la cabeza, negando. Odiaba que viera rosas en prados secos. Odiaba que sacara conclusiones apresuradas de todo. ¿Por qué? Porque siempre, al final, acertaba.
- Acepta que te gusta – me dijo. – Quizás te relajes si lo dices en voz alta.
- No, olvídalo.
- Te gusta, Madie.
- ¡Qué no!
- Ay Madie, vamos, ¿Cómo son sus ojos? – preguntó.
- Son… azules – me encogí de hombros.
- ¿Y su sonrisa? – preguntó Liam.
- Tiene dientes, ¿contento?
- Eres tan terca, te encanta Nathan, yo te conozco. No te alterarías por cualquiera y lo sabes. No reaccionas nunca con nadie así.
- Entonces no me conoces para nada. No me gusta ese engreído y estúpido ogro – me quejé. Bueno, era un ogro bastante guapo, pero lo detestaba de todos modos.
- ¿Qué vas a hacer entonces?
- ¿De qué hablas?
- No dejarás que sea un ogro contigo por siempre, tú lo provocas. Ahora ve y discúlpate, te prometo que se disculpará también – me animó mi amigo. Yo negué rotundamente.
- Ni lo sueñes – dije entre dientes.
Más tarde Liam se fue, y yo me quedé haciendo los encargos de Nathan. Era un gruñón malhumorado, ¿cómo pude pensar que era lindo? Me tenía sudando del cansancio y me había roto una uña moviendo cajas de papeles.
El reloj de la oficina de mi padre marcaba las ocho y estábamos solos él y yo. Sin contar al guardia de turno. Tomé mi bolso y miré el aparcamiento desde la ventana de oficina. Nathan entró para tomar unos papeles.
- Ya me voy – informé.
- ¿Quieres que te lleve? – preguntó. Me sorprendí, bien sabía que yo poseía un carro nuevo, o no estaría ahí.
- ¿Qué no recuerdas que estoy aquí para pagar mi coche?
Él sonrió con autosuficiencia, fruncí el ceño.
- Pues tu coche, se lo llevó tu novio.
- ¿Qué? – me acerqué a la ventana una vez más y agudicé la vista, y claro, no estaba ahí. – Estúpido, Greenwood – gruñí.
- ¿Te llevo entonces? – repitió. Yo, resignada, accedí. No tenía ganas de pagar un taxi. Pero era obvio que mataría a Liam más tarde, ¿Es que me quería ver sufrir?
Me subí al lujoso jeep plateado de Nathan en silencio. Admirando cada centímetro de los asientos de cuero negros. Olía a menta y a perfume de Chanel. Él encendió el radio, y luego arrancó el jeep.
- ¿Te gusta? – río mientras salía por la costanera.
- Es un lindo coche – dije casi inaudible. Él me miraba de una manera que me incomodaba mucho. Sentía su mirada clavada en mí. Y si no estoy loca, juraría que él estaba sonriendo al mirarme.
Guardamos silencio hasta que se detuvo frente a mi casa. Él sabía dónde vivía yo, supongo, porque de lo cohibida que estaba con su mirada yo me dediqué a cerrar la boca.
- Gracias – articulé. Él apagó el motor.
- No hay de qué, cuando quieras puedo traerte – dijo con un tono muy amable. Lo miré algo ruborizada, él no dejaba de mirarme, me intimidaba mucho.
- No, no. Liam ya no se llevará mi carro y no necesitaré más aventones. Pero gracias de todos modos – me deshice del cinturón y el pasó su mano por mi cabello. Me estremecí y lo miré rápidamente. ¿Qué demonios…?
- Tenías una hojita en el cabello – dijo mostrándome la hojita verde musgo que sacó de mi pelo.
- Ah, bien, adiós Nathanie… Nathan, gracias – abrí la puerta y salí del jeep, él hizo una seña con la mano y arrancó.
Entré a mi casa y corrí escaleras arriba para encerrarme en mi cuarto. En la mesita de noche había una charola con comida; de seguro Betty la había dejado para mí porque al parecer ella no estaba en la casa.
Me senté en la cama y mi móvil comenzó a sonar. Era mi padre.
- ¿Sí?
- Madie cielo, disculpa que no llamara antes, ¿Cómo estás? – preguntó. Típico de papá.
- Ah, hola, estoy bien – respondí, haciendo un lado la charola porque no tenía hambre.
- Me alegro, ¿Te dijo Betty lo del viaje?
- Así es, pero pudiste decírmelo tú, siempre te vas como si nada.
- No hubo tiempo – se defendió – Sabes bien cómo es mi trabajo, el deber me llama de improviso – soltó una risa, pero yo no lo hice. No le veía la gracia.
- Sí, ya me acostumbré – suspiré resignada – El deber te llama.
- ¿Está Nathan haciendo bien las cosas? – preguntó.
- Sí – dije seca – Aunque pudiste dejarme a mí a cargo y no a él ¿Es que no confías en tu hija? – cuestioné. Él suspiró tras la línea.
- Él sabe manejar las cosas. Tiene experiencia ya te dije que es mi mano derecha, y yo confío en que tú no le darás problemas.
- Sí, como sea, de seguro también quieres que limpie su jeep y le lleve el café – musité – Es obvio que lo prefieres por sobre mí.
- No, Madie, no digas eso. Yo a ti te adoro – me gruñó.
- Sí, cuando lo dices en ese tono es sumamente fácil creerte Alex – le grité con ironía. Corté la llamada y lancé el teléfono al otro extremo de la cama.
Yo no debía tratar así a mi padre, pero me era imposible ser amable cuando él esperaba a que yo comprendiera todo lo que hacía. No lo hacía, no lo haría. Él solía dejarme botada varias veces al año y se iba sin avisar, como si no me importara. ¡Era el colmo!