El viernes, cuando llegué a clases, corrí directamente hasta Liam, necesitaba alguien con quien hablar, alguien que conociera a Nathan, que entendiera la mente de los hombres.
Lo divisé en medio del corredor, frente a su casillero.
- Tengo algo que decirte – dijimos al unísono apenas me planté a su lado. Él soltó una pequeña risa, pero yo no lo hice.
- Tú primero – asintió con la cabeza.
- No, tú primero – le sonreí como pude. Me miró a los ojos y de seguro notó mi angustia.
- Bien, no sé qué ponerme para mi cita con Andrea. Y estoy nervioso… ¿Debo besarla en la primera cita? – preguntó con ojos soñadores.
- Ponte los pantalones negros, esos que me gustan, una camisa a cuadros, te quedan bien, zapatos casuales y si crees que ella quiere besarte, bésala – dije muy rápido – Pero solo si ella quiere, no la tomes por sorpresa y salgas corriendo – agregué con la voz muy rara. Él me miró ceñudo.
- De acuerdo – masculló con el ceño fruncido por la confusión. – ¿Qué querías decirme tú?
- Pues…– torcí el gesto, nerviosa.
- ¿Qué pasó en la cita? – preguntó alzando una ceja – Esa expresión… Oh, Madie ¿Se besaron?
- Algo así, es decir, él me besó de pronto, de la nada… me tomó desprevenida.
- ¿Le respondiste el beso?
- No, no… fue muy corto – aseguré – Pero me sentí muy extraña. Estaba temblando, sentí algo muy raro, ¿Sabes? Ese click casi me desarma la cabeza de tan fuerte que resonó dentro de mi cráneo – reclamé.
- Oh, por todos los cielos, Madie te gusta Nathan – anunció emocionado. Parecía una niña abriendo un regalo la mañana de navidad. – Y es obvio que le gustas también – razonó – ¿Cómo te besó? Es decir, ¿Cuándo?
- Era tarde, estábamos afuera del restaurante, se iba yendo, pero se devolvió me besó, me miró un segundo y corrió a su coche. Me quedé helada de los nervios.
- Estás roja ahora, ¿sabes?
- No te rías, imbécil – gruñí – ¿Te imaginas qué dirá mi padre cuando se entere que de Nathan me besó?
- Tranquila, no tiene por qué enterarse – me envolvió entre sus brazos y suspiré – Todo estará bien.
- ¿Qué haré hoy cuando lo vea en el trabajo?
- Ya pensaré en ello, ahora tenemos que ir a clases – me jaló por el corredor de la escuela, hasta el salón.
Resoplé y lo seguí resignada. No era el fin del mundo, pero… ¿Por qué se sentía así?
Cuando salimos de la escuela, no sé quién de los dos estaba más nervioso: Liam por su cita con Andrea, o yo porque tenía que encarar a Nathan.
¡Maldije el día en el que pedí trabajar en la disquera!
Liam condujo mi coche hasta su casa, cuando me dio las llaves, me quedé petrificada, no quería conducir al trabajo. Él se detuvo en la entrada y frunció el ceño.
- ¡Vamos, Madie! Arranca el coche – dijo. – Vas a llegar tarde.
- Es que…
- Es que nada, arranca el condenado coche y ve a trabajar – me ordenó como un padre enojado.
- No quiero Liam – gimoteé – Ponte en mi situación, ¿quieres?
- Actúa como si nada pasara – me aconsejó – Funcionará, Madie.
- Es que algo pasó… ¡Él ME BESÓ!
- Pues entonces ve y dile que quedaste encantada – rió con ternura.
- Estoy… hummm, nerviosa.
- Oh, linda – me miró arqueando las cejas. – No sé qué aconsejarte, así que mejor vete, te estás retrasando y tu jefe te sancionará si llegas tarde – se burló. Lo fulminé con la mirada.
- Claro, porque tú no entiendes, ¡eres un insensible! – encendí el motor.
- Una cosa más – me detuvo – ¿Me prestas el carro para la cita? - pidió, revoleé los ojos – Por favor, lo dejaré a las diez en punto en tu cochera para que vayas a la fiesta – hizo un puchero.
- De acuerdo, Liam. Adiós.
- Suerte, bonita.
Llegué a Disqueras Platinium más rápido de lo que hubiese querido. Aparqué y entré saludando a Andrea, quien se veía especialmente bonita.
- ¿Qué tal estás, pervertida? – me acerqué al mesón. Haciendo tiempo para no subir.
- Já – sacó la lengua – ¿Hasta cuándo me dirás así? Liam es un chico increíble y yo tengo alma de niña.
- Como digas – reí – Solo hazme el favor de no romper su corazón, ¿Vale? Es mi mejor amigo, odio verlo decepcionado.
- Haré lo que pueda. Tu jefe dice que te quiere en la oficina ahora mismo – musitó con una mirada acusadora.
- ¿Mi jefe?
- El señor Adams, Madie. Me dijo que cuando llegaras te avisara que debe hablarte con urgencia, sube… no lo hagas esperar, anda con un humor de los mil demonios – hizo una mueca de desagrado.
- No tengo ganas de lidiar con ogros hoy.
- Ve, ve… ese bonito carro no se paga solo – se burló.
Con un gesto nada bonito me volteé para llegar al elevador muy lentamente, presioné el botón, y hasta me planteé subir por las escaleras de emergencia, pero no tenía ganas de caminar tanto. Las puertas se abrieron y entré. La música ahí dentro solo hacía que me pusiera aún más nerviosa, mi estómago se encogió cuando las puertas se abrieron al llegar a su piso.
Vi a Nathan a través de las puertas de cristal, estaba muy concentrado en unos papeles y tenía el entrecejo fruncido.
Yo estaba ahí pegada al piso, mirando la perfección de su rostro, cuando él levantó la vista y sus ojos encontraron los míos, la conexión atravesó el cristal de la puerta y sentí un leve mareo. Desvié mi vista a un lado y me dediqué a caminar muy rápido en dirección a los baños. No alcancé a llegar a la puerta, puesto que una mano se posó en mi hombro y me dejó la piel helada.
Me ardía la cara, de seguro estaba roja. Sin ganas, me volteé a mirarlo. Era Nathan y parecía casi tan nervioso como yo.
- Humm…– se aclaró la garganta evitando mi mirada.– Necesito hablarte de algo – masculló. Yo, que estaba con el corazón en la garganta, asentí muy rápido.
- Bien – dije con un hilo de voz.
- Pero no aquí – murmuró – Vamos al piso de arriba, al estudio – me lanzó una mirada que no supe descifrar. Asentí aún con el corazón galopando dentro de mi pecho y con las piernas temblorosas.
Nos subimos al elevador en un silencio impecable y con ambiente tan tenso que se podía cortar con navaja.
Entramos al estudio de grabación del piso de arriba, siempre estaba vacío porque nadie lo había reservado aquel día. Caminé hasta la mitad de la sala y me detuve en seco para encarar a Nathan, que seguía viéndose nervioso y tenía la frente perlada.
- Lo de anoche – comenzó a decir. – Lo lamento mucho – se disculpó. – Tú eres una niña, la hija de mi jefe y no debí besarte – sentí una leve decepción, pero me limité a asentir como si creyera que sus palabras no me afectaban en lo absoluto.
- No tienes que excusarte, simplemente olvídalo. Ya dijiste, soy la hija de tu jefe, soy una niña – musité con cierto tono de recelo en la voz. – Una niña – repetí. – Pero entiendo claramente lo que pasó, confundiste las cosas y…
- No – me interrumpió con la voz suave. – No confundí nada, Madie, no estoy hablando de eso – recalcó. – Solo me estoy disculpando, por cortesía, porque a decir verdad, siendo una niña o no, eres increíblemente atractiva. Y siendo la hija de mi jefe o no, te hubiese besado de todos modos –
Eso le daba un vuelvo sorpresivo al asunto, no me esperaba oír aquello, a decir verdad. Una sensación muy cálida me recorrió el cuerpo. Reprimí una sonrisa y bajé la vista a mis pies.
- Estás hablando como si yo… como si yo te gustara – mascullé mordiéndome el interior del labio.
- No quería decirlo tan directamente – suspiró – Pero sí – se encogió de hombros. – No quiero que tu padre se entere. De no ser por él, yo…
- ¿Tú…? – lo animé a decir. Quería con todas mis fuerzas saber lo que pensaba en ese preciso instante, no me importaba cuan temblorosa me sentía o cuantos nudos se me formaron en el estómago.
- Yo haría esto – con ambas manos tomó mi rostro y lo acercó al suyo, para darme un beso de otro mundo que respondí como si no existiera un mañana.
Sentía mariposas chocar en las paredes de mi abdomen de los puros nervios, y la adrenalina me recorrió las venas. Por primera vez admití dentro de mi cabeza, que me gustaba lo que estaba pasando. Me gustaba mucho.
Él mordió mi labio y sonreí del gusto. Sus manos pasaron de mi cara a mi cintura y me levantó un poco para sentarme sobre una mesa cercana, donde yo tomé cartas en el asunto y pasé mis manos por su cabello, revolviéndolo.
Nos separamos un segundo, ambos estábamos agitados, y yo estaba sin aire. Me sonrió con satisfacción y volvió a pegar sus dulces labios contra los míos en un beso sumamente pasional. Pude sentir el sabor de sus labios, y no pude evitar pensar que era totalmente incorrecto estarme besando con el subgerente de la empresa en un estudio de grabación.
Nos interrumpió una tos muy poco disimulada a nuestras espaldas. Alelí Dawson, una de las secretarias de mi padre estaba plantada con una expresión de sorpresa y miedo en los ojos. Me puse roja como nunca antes y me separé de Nathan, bajé de la mesa y me hice a un lado, tapando mi cara.
Nathan se compuso y fingió que nada pasaba.
- Señorita Dawson – musitó como nombrando un veneno, pero con cierto temblor en la voz.
- Yo… yo lo siento mucho señor Adams, señorita Jefferson, no creí que… lo siento, veo que están ocupados. Lo siento una vez más, dejaré esto en su oficina – dijo todo muy rápido y abrazó la carpeta que traía entre las manos antes de largarse corriendo.
Nathan se cubrió la cara con las manos y murmuró algo que no supe entender. Tomó aire con fuerza, y me dedicó una mirada tierna. Yo sonreí aún con la cara ardiendo de la vergüenza.
- Hablaré con ella – dijo después de algunos incómodos segundos. – No le dirá nada a nadie – aseguró. Yo asentí poco convencida, se acercó a mí y me envolvió entre sus brazos cálidos y fornidos en un abrazo del que no quería salir – Te agradecería que nadie se enterara de esto – murmuró.
- De acuerdo – dije soltándome al caer en lo que estaba haciendo –Nadie se enterará, ahora iré… iré a hacer mi trabajo – sentencié.
Entonces tomé el elevador y bajé rápidamente a terminar mis deberes.
Me quedé media hora pensando en lo que había pasado arriba. Tenía que admitir que me había encantado con todas su letras. Pero no era correcto, claro que no lo era. Él era la mano derecha de mi padre, su empleado más querido, el que tenía un excelente cargo… y yo lo había besado. Alex moriría cuando lo supiera, e iba a castigarme, sin mencionar que a Nathan lo despediría sin chistar.
Aquel mi horario de trabajo terminaba antes de las seis, así que apenas terminara, debía correr a comprar cosas para la fiesta, fiesta a la que en aquellas circunstancias no quería ir.
- ¿Ya te vas? – preguntó Nathan con voz suave cuando yo intentaba escabullirme sin que él lo notara. Sonreí nerviosa y asentí. – Ven un minuto ¿Si? – apuntó la oficina de mi padre. Caminé y él cerró la puerta – ¿Qué te sucede? – preguntó.
A primeras instancias no entendí su pregunta del todo.
- ¿De qué hablas? No sucede nada – respondí con la voz la temblorosa.
- No sucede nada, claro – dijo irónico – Lo que pasó arriba no fue nada – mencionó con aire ofendido.
- Mira... tú mismo dijiste que no había que mencionarlo a nadie.
- Sí, pero actúas como si nada – se encogió de hombros – Digo, es un secreto, lo sé, pero es nuestro secreto – argumentó. Yo tomé aire, de pronto hacía mucho calor en la oficina.
- ¿Qué pretendes? Me dices que te gusto, quieres que sea un secreto y unas horas más tarde te ofendes si no te estoy mirando o algo por el estilo – se me escapó el pensamiento por la boca.
- Solo dije la verdad, y no pretendo nada, por mi está bien si no te gusto yo – dijo a la defensiva. De pronto comencé a marearme.
- Genial – apreté ambos puños y salí de la oficina a toda prisa.
No estaba realmente segura de qué había sido todo eso. Pero bajé por el elevador, y corrí hasta la entrada. Me topé de golpe con Liam, quien llegaba a buscar a Andrea.
- Madie – me sonrió con cierto nerviosismo. Lo miré a los ojos, entendió mi angustia y mis urgentes ganas de contarle lo sucedido.
- Liam… eh, ¿Has venido por las llaves? – mascullé en voz baja mientras Andrea tomaba su bolso para ser relevada por Giselle, otra secretaria unos años mayor.
- Sí, ha pasado algo, ¿no es así? – preguntó jalándome un poco lejos de Andrea. Asentí, ¿Tanto se me notaba?
- No es importante, te diré después, cuando devuelvas el carro – mascullé, y noté el temblor de mi propia voz. Eso solo consiguió asustarme, nunca me había comportado así. Él me miró con desconfianza.
- ¿Segura de que…?
- Liam, ve, tu chica espera – lo animé, tratando de sonreír para que ya no insistiera. Él frunció el ceño y aceptó las llaves.
- Hablaremos apenas termine la cita… me preocupa tu expresión.
- Suerte – finalicé cuando se volteó para largarse.