**MALCOLM** La ciudad parecía estar en pausa, como si el tiempo se hubiera detenido justo en ese instante, consciente de que algo mucho más profundo se desmoronaba bajo la superficie. Las calles vacías, las luces tenues y el silencio pesado eran testigos mudos de una tormenta que se gestaba en lo más profundo de nosotros mismos. Alexia se mantenía firme frente a mí, con una expresión que no revelaba ni rabia ni tristeza. No gritaba, no lloraba, pero sus palabras eran como hojas afiladas que cortaban el aire con cada sílaba. Su voz, calmada, pero cortante, resonaba en mi mente con una intensidad que parecía atravesar la distancia que nos separaba. —¿Es verdad que es tu amante? —preguntó. Su tono no era el de una mujer celosa, sino el de una aliada herida, la de alguien que había firmado

