◇Capítulo 24◇

4287 Words
podido encontrar a alguien que les ayude y tampoco alguien que les dé la fuerza y la voluntad para poder denunciar estas cosas pues en ese momento la verdad yo también entendí porque sabía que no era la única o sabía que yo también había pasado esta situación y que era muy difícil poder confiar en alguien menos cuando ya te habían hecho daño más tu familia sabes que si no podías confiar en tu familia podías confiar en algunos con ustedes creo que no pero aún así me abría las esperanzas que algún día yo podría haber cambiado o algún día tendrías que cambiar y en ese momento agarré muchas fuerzas para poder enfrentar mis problemas aunque no lo creas era una niña y tuve el valor de agarrar fuerza a pesar de que sabían que había niños más grandes que yo y que todo el daño que me estaban haciendo No solo era una persona, mi valor de inmediato se hizo más alto con Más Fuerzas sabía que tenía que encontrar caso y no sé situación y sabía que en la escuela no era la única Porque esos niños todo el mundo le tenía miedo y tenía que encontrar a alguien que pudiera pasar por lo mismo mío para yo también poder ser la fuerza de él y yo también se la fuerza de ella Qué difícil verdad poder encontrar a alguien que te quiero ayudar. necesita tanto esfuerzo organizado como dinero. Encontraría los huevos en las granjas más próximas, pero otra vez tendría que hacer una marcha de ida y vuelta muy larga hasta Florida para poder servir zumo de pomelos.Y le esperaría otra larga caminata a Kansas o a cualquier otro de nuestros Estados cerealeros para conseguir pan de trigo. No le quedaría más remedio que servir el desayuno sin cereales porque no los conseguiría sin el esfuerzo de una mano de obra especializada y organizada -sin hablar de las máquinas necesarias-, y todo eso requiere Tras haber descansado, podría partir en un nuevo viajecito, a nado otra vez, a América del Sur, donde cosecharía un par de plátanos, y, de regreso, sólo le faltaría caminar un poquito más hasta la granja más próxima donde tuvieran organizada la producción lechera para conseguir un poco de mantequilla y crema. Entonces, su familia podría sentarse ya a disfrutar del desayuno. Parece un tanto absurdo, ¿verdad? Bueno, pues el procedimiento que acabo de descibirle sería la única manera posible de conseguir esos simples artículos alimenticios si no contáramos con la bendición del sistema capitalista. La suma de dinero que se requiere para la construcción y el mantenimiento de los ferrocarriles y de los barcos usados para servirle a usted un desayuno tan sencillo es tan enorme que la imaginación se marea. Asciende a centenares de millones de dólares, por no mencionar siquiera los ejércitos de trabajadores especializados que son necesarios para tripular tales medios de transporte. Pero éste no es más que una mínima parte de las exigencias que la civilización moderna impone a Estados Unidos capitalista. Antes de que pueda haber nada que transportar, tiene que haber sido cultivado o fabricado, y preparado para el mercado. Y esto exige más millones y millones de dólares en equipo, maquinaria, embalajes, comercialización, y para pagar los salarios de millones de hombres y de mujeres. Los barcos y los ferrocarriles no brotan de la tierra ni funcionan de manera automática. ¡Llegan en respuesta a la vocación civilizadora, gracias al esfuerzo, el ingenio y la capacidad de organización de personas dotadas de imaginación, fe, entusiasmo, decisión y perseverancia! Estas personas son conocidas como capitalistas. Están motivadas por el deseo de construir, edificar, conseguir, prestar servicios útiles, obtener un lucro y acumular riquezas. Y el hecho de ser los que prestan servicios sin los cuales la civilización no existiría, los encamina a la consecución de grandes riquezas. Sin otro propósito que mantener mi discurso en un nivel simple y comprensible, añadiré que estos ca- pitalistas son los mismísimos hombres de quienes casi todos nosotros hemos oído hablar a los oradores callejeros. Son los mismos hombres a quienes radicales, chantajistas, políticos deshonestos y líderes obreros corruptos califican de «intereses predatorios», o «Wall Street». No es mi intención presentar ningún alegato a favor o en contra de ningún grupo de hombres ni de sistema económico alguno. El propósito de este libro -un propósito al que he consagrado más de medio siglo- es presentar, a todos los que deseen conocerla, la más confiable de las ideologías merced a las cuales los individuos puedan acumular riquezas en la cantidad que les apetezca. He analizado aquí las ventajas económicas del sistema capitalista con el doble propósito de demostrar: Que todos aquellos que buscan riquezas deben rendir pleitesía al sistema que controla cualquier posibilidad de hacer fortuna, y adaptarse a él. Presentar la visión del cuadro opuesta a la que muestran los políticos y los demagogos que oscurecen deliberadamente los problemas que plantean al referirse al capital organizado como sí fuera un veneno contaminante. Estados Unidos es una nación capitalista. Creció gracias al uso del capital, y más vale que nosotros, los que reivindicamos el derecho de compartir las bendiciones de la libertad y de la oportunidad, nosotros, los que tenemos como meta acumular riqueza, sepamos que ni las riquezas ni las oportunidades estarían a nuestro alcance si el capital organizado no nos hubiera proporcionado estos beneficios. Sólo hay un método seguro de acumular riquezas y de aferrarse a ellas, y ese método es prestar servi cios útiles y seguir creando necesidades ficticias. Jamás se ha creado sistema alguno por el cual los hombres puedan adquirir riquezas legalmente por la mera fuerza de los números, o sin dar a cambio, de una manera u otra, un valor equivalente. SUS OPORTUNIDADES EN MEDIO DE LAS RIQUEZAS Estados Unidos ofrece toda la libertad y todas las oportunidades de acumular riquezas que cualquier persona honrada pueda necesitar. Cuando uno sale de caza con ánimo deportivo, busca cotos donde las presas abunden, y por supuesto, la misma regla es válida cuando se sale a la caza de riquezas. Si lo que usted busca son riquezas, no pase por alto las posibilidades de un país cuyos ciudadanos son tan ricos que las mujeres, solas, se gastan al año más de medio millón de dólares en lápices de labios, colorete y productos de belleza. Si lo que usted busca es dinero, piense seriamente en un país que se gasta centenares de millones de dólares al año en cigarrillos. No se dé demasiada prisa en irse de un país cuyos habitantes dilapidan de buena gana, e incluso con alegría, millones de dólares anuales en el fútbol, el béisbol y el boxeo. Recuerde, además, que éste no es más que el comienzo de las fuentes que están a su alcance para que usted gane dinero. Aquí sólo hemos mencionado unos pocos lujos superfluos. Pero no olvide que el negocio deproducir, transportar y comercializar estos pocos artículos inútiles proporciona empleo regular a muchos millones de personas que reciben millones de dólares mensuales por sus servicios y que se los gastan con entera libertad en productos tanto necesarios como superfluos. Recuerde especialmente que detrás de todo este intercambio de mercancías y servicios personales pueden encontrarse abundantes oportunidades de acumular riquezas. Los estadounidenses contamos con la ayuda de nuestra libertad. No hay nada que impida, ni a usted ni a nadie, entregarse a cualquier aspecto del esfuerzo necesario para seguir adelante con nuestros negocios. Si uno abunda en talento, formación y experiencia, puede acumular riquezas en grandes cantidades. Los que no sean tan afortunados acumularán cantidades más pequeñas. Cualquier persona puede ganarse la vida a cambio de una cantidad apenas nominal de trabajo y esfuerzo. Conque... ¡ya lo sabe! La oportunidad ha desplegado ante usted sus mercancías. Acérquese al mostrador, seleccione lo que quiera, hágase su plan, póngalo en acción y sígalo con perseverancia. Estados Unidos «capitalista» se ocupará del resto. En eso sí que puede confiar: nuestra nación capitalista asegura a todas las personas la oportunidad de prestar servicios útiles y de cosechar riquezas en proporción con el valor de sus servicios. El «sistema» no le niega a nadie este derecho, pero no promete, ni puede hacerlo, algo por nada, porque el mismo sistema está irrevocablemente controlado por la ley de la economía capitalista, que no reconoce ni tolera durante mucho tiempo dar sin recibir.El análisis efectuado sobre más de 25.000 hombres y mujeres que habían experimentado el fracaso puso de manifiesto el hecho de que la falta de decisión era casi siempre el motivo que encabezaba la lista de las treinta y una grandes causas de fracaso. La dilación, lo contrario de la decisión, es un enemigo común que debe superar casi cada ser humano. Usted se encontrará con una oportunidad de poner a prueba su capacidad para tomar decisiones rápidas y concretas cuando termine de leer este libro, y esté preparado para poner en práctica los principios descritos aquí. El análisis de varios cientos de personas que habían acumulado fortunas bastante más allá de la marca del millón de dólares puso de manifiesto el hecho de que cada una de ellas tenía el hábito de tomar decisiones con rapidez, y de cambiarlas con lentitud, si y cuando se veía la necesidad de cambiarlas. Las personas que no logran acumular dinero, tienen, sin excepción, el hábito de tomar decisiones, si es que las toman, de modo muy lento, y de cambiar esas mismas decisiones con rapidez y a menudo. Una de las cualidades más notables de Henry Ford era su costumbre de tomar decisiones rápidas y defi- nitivas, y de cambiarlas con lentitud. Esta cualidad era tan pronunciada en el señor Ford que le hizo ganarse la reputación de ser un hombre obstinado. Fue precisamente esa cualidad la que le indujo a continuar la fabricación de su famoso modelo T (el coche más feo del mundo) en un momento en que todos sus consejeros, y muchos de los compradores del coche, le estaban pidiendo que lo cambiara. Quizás el señor Ford se retrasó demasiado en efectuar el cambio, pero la otra cara de la moneda es que la firmeza de su decisión le permitió ganar una enorme fortuna antes de que se hiciera necesario cambiar el modelo. No cabe la menor duda de que la costumbre del señor Ford de tomar decisiones definitivas llegó a asumir la proporción de la obstinación, pero esa misma cualidad es preferible a la lentitud cuando llega la hora de tomar decisiones, y a la rapidez a la hora de cambiarlas. CONSEJOS SOBRE LA TOMA DE SUS PROPIAS DECISIONES La gran mayoría de la gente que no logra acumular dinero suficiente para cubrir sus necesidades suele verse, por lo general, fácilmente influida por las opiniones de los demás. Esas personas permiten que los periódicos y las murmuraciones de los vecinos afecten a sus ideas. Las opiniones son los bienes más baratos que existen sobre la Tierra. Todo el mundo tiene un montón de opiniones preparadas para comunicárselas a cualquiera que se muestre dispuesto a aceptarlas. Si usted se deja influir por las opiniones cuando se trata de tomar decisiones, no tendrá éxito en ninguna empresa, y mucho menos en la de transformar su propio deseo en dinero. Si usted permite que las opiniones de los demás 10 influyan, llegará a no tener deseos propios. Cuando empiece a poner en práctica los principios descritos en este libro, guíese por su propio consejo, tome sus propias decisiones y aténgase a ellas. No confíe en nadie más que en los miembros de su «equipo de trabajo»,y asegúrese de haberlos escogido bien, eligiendo sólo a aquellos que estén en completa armonía con su propósito y que muestren simpatía por él. A menudo, los amigos íntimos y los parientes le ponen obstáculos a uno por medio de «opiniones», aunque ésa no sea su intención. A veces lo hacen incluso a través del ridículo, con la pretensión de que sea humorístico. Hay miles de mujeres y hombres que sufren de complejos de inferioridad durante toda la vida, debido precisamente a que alguna persona bienintencionada pero ignorante destruyó su confianza en sí mismos mediante las «opiniones» o ridículo. Usted dispone de un cerebro y de una mente propios. Utilícelos y tome sus propias decisiones. Si lo que necesita son hechos, o la información -de otras personas, que le permitan tomar sus decisiones, como sucederá en numerosos casos, lleve a cabo esos hechos, o asegúrese con discreción de esa información que necesita, sin descubrir cuáles son sus propósitos. Una de las características de las personas que tienen sólo conocimientos elementales o escasos es la de que intentan dar la impresión de que poseen muchos conocimientos. En general, esas personas hablan demasiado, y saben escuchar muy poco. Mantenga los ojos y los oídos bien abiertos, y la boca cerrada, si lo que desea es adquirir el hábito de una toma de decisiones rápida. Quienes hablan mucho hacen bien poco. Si usted habla mucho más de lo que escucha, no sólo se privará a sí mismo de muchas oportunidades de acumular conocimientos útiles, sino que también habrá puesto sus planes y propósitos al descubierto ante personas a las que les encantará desilusionarle porque, en el fondo, lo envidian. Recuerde también que, cada vez que abra la boca en presencia de una persona que posea una gran abundancia de conocimientos, estará desplegando ante ella su reserva exacta de conocimientos propios, ¡o su falta de la misma! La verdadera sabiduría suele llamar la atención merced a la modestia y el silencio. Tenga en cuenta el hecho de que cada persona con la que usted se asocie estará buscando, como usted mismo, la oportunidad de acumular dinero. Si habla con demasiada libertad acerca de sus planes, quizá se sienta sorprendido al enterarse de que alguna otra persona se le ha adelantado para alcanzar el objetivo que usted se había propuesto alcanzar, poniendo en práctica los mismos planes acerca de los cuales usted habló con tanta imprudencia. Que una de sus primeras decisiones sea la de mantener cerrada la boca, y abiertos los ojos y los oídos. Como una forma de recordarle este consejo, se ría útil que copiara el siguiente epigrama en letras mayúsculas, y lo colocara allí donde pueda verlo cada día: «Dígale al mundo lo que intenta hacer, pero llévelo a cabo antes de decirlo». Eso es algo así como decir: «Lo que cuenta son los hechos, y no las palabras». El valor de toda decisión depende del coraje que se necesite para ejecutarla. Las grandes decisiones, aquellas que constituyeron los fundamentos de la civilización, fueron tomadas asumiendo grandes riesgos, lo que a menudo significó la posibilidad de encontrar la muerte. La decisión de Lincoln de promulgar su famosa Declaración de la Emancipación, mediante la que se otorgaba la libertad a las personas de color en Estados Unidos, la tomó a sabiendas de que ese acto pondría en su contra a miles de amigos y partidarios políticos. La decisión de Sócrates de tomar la venenosa cicuta, en lugar de comprometer sus creencias personales, fue un acto de gran valentía. Se adelantó mil años a su tiempo, y dio el derecho a la libertad de pensamiento y de palabra a todos los que no habían nacido aún. La decisión del general Robert E. Lee de apartarse de la Unión y tomar partido por la causa del Sur, también fue una acción valerosa, pues él sabía que podía costarle la vida, además de la de muchas otras personas. Pero la mayor decisión de todos los tiempos, en lo que se refiere a los ciudadanos de lo que más tarde sería Estados Unidos, se tomó el 4 de julio de 1776, en Filadelfia, cuando cincuenta y seis hombres estamparon sus firmas en un documento que, como muy bien sabían, aportaría la libertad a todos los norteamericanos, o bien dejaría a cada uno de los cincuenta y seis colgado de una cuerda por el cuello. Sin duda alguna habrá oído hablar de ese famoso documento, aunque tal vez no haya extraído del mismo la gran lección de logro personal que nos enseña de un modo tan sencillo. Muchos recuerdan la fecha en que esa gran decisión fue tomada; pero pocos se dan cuenta del valor que se necesitó para ello. Recordamos nuestra historia, tal y como nos la enseñan; recordamos las fechas, y los nombres de los hombres que lucharon; recordamos Valley Forge y Yorktown; recordamos a George Washington y a lord Cornwallis. Pero, en realidad, sabemos muy poco acerca de las fuerzas reales que había detrás de estos nombres, fechas y lugares. Y sabemos menos todavía sobre ese poder intangible que nos aseguró la libertad, mucho antes de que los ejércitos de Washington llegaran a Yorktown. Representa casi una tragedia que los historiadores hayan pasado por alto el hacer la más mínima referencia al poder irresistible que dio nacimiento y libertad a la nación destinada a establecer nuevos niveles de inde- pendencia para todos los pueblos de la Tierra. Y digo que eso es casi una tragedia porque precisamente se trata del mismo poder que todo individuo debe utilizar para superar las dificultades que se le presenten en la vida, y obligar a ésta a pagar el precio que se le pidRevisemos, aunque sólo sea de forma muy breve, acontecimientos que dieron lugar a ese poder. La historia comienza con un incidente ocurrido en Bosn el 5 de marzo de 1770. Los soldados británicos trullaban por las calles, amenazando a los ciudadanos con su sola presencia. A los colonos no les gustaba ver hombres armados andando por sus ciudades. Empezaron a expresar abiertamente su resentimiento por este hecho, arrojando piedras y profiriendo insultos contra los soldados que patrullaban, hasta que el oficial al mando dio la orden: «¡Calen bayonetas...! ¡Carguen!». La batalla que comenzó en ese momento tuvo como resultado la muerte de muchos, mientras que otros quedaron heridos. El incidente provocó tal resentimiento que la Asamblea Provincial (compuesta por colonos importantes) convocó una reunión con el propósito de emprender alguna acción concreta. Dos de los miembros de esa asamblea fueron John Hancock y Samuel Adams. Tomaron la palabra y hablaron con valentía, declarando que debían organizar un movimiento para expulsar de Boston a todos los soldados británicos. Debemos recordar que eso fue una decisión surgida en la mente de dos hombres, lo que podemos considerar como el principio de la libertad que todos disfrutamos ahora en Estados Unidos. Tampoco podemos olvidar que la decisión de esos dos hombres exigía fe y coraje, porque era una decisión que entrañaba peligros. Antes de que la asamblea terminara, Samuel Adams fue elegido para visitar al gobernador de la provincia, Hutchinson, con objeto de exigirle la retirada de las tropas británicas. La petición fue aceptada, y los soldados se retiraron de Boston, pero el incidente no quedó zanjado por ello. Había provocado una situación cuyo desenlace estaría destinado a cambiar el rumbo de toda una civilización. Richard Henry Lee adquirió un papel importante en esa historia. Él y Samuel Adams se comunicaban entre sí con frecuencia (por correspondencia), compartiendo temores y esperanzas acerca del bienestar del pueblo en sus provincias respectivas. A raíz de esta práctica, Adams concibió la idea de que un intercambio mutuo de cartas entre las trece colonias podría ayudar a producir la coordinación de esfuerzos que tanto necesitaban en relación con, la solución de sus problemas. Dos años después del enfrentamiento con los soldados británicos en Boston (en marzo de 1772), Adams presentó esta idea ante la Asamblea, en forma de una moción para que se estableciera un Comité de Correspondencia entre las colonias, que contara con corresponsales nombrados en cada una de las colonias, «con el propósito de una cooperación amistosa para la mejora de las colonias de la América Británica». Eso constituyó el principio de la organización de un poder mucho más amplio destinado a conseguir la libertad para todos los colonos y sus descendientes. De ese modo se organizó el equipo de trabajo. Estaba compuesto por Adams, Lee y Hancock. El Comité de Correspondencia fue organizado. Los ciudadanos de las colonias habían estado desarrollando una desorganizada oposición física contra los soldados británicos, a través de incidentes similares a los tumultos de Boston, pero de todo ello no se había derivado ventaja alguna. Sus agravios indivi duales no habían sido consolidados bajo un equipo de trabajo. Ningún grupo de individuos tenía puestos sus corazones, mentes, almas y cuerpos juntos en una decisión concreta para solucionar de una vez por todas su dificultad con los británicos, hasta que Adams, Hancock y Lee se pusieron a trabajar juntos. Mientras tanto, los británicos tampoco permanecieron de brazos cruzados. También ellos se dedicaron a efectuar alguna planificación y a formar equipos de trabajo propios, con la ventaja de contar con el apoyo del dinero y de un Ejército organizado. UNA DECISIÓN QUE CAMBIÓ LA HISTORIA La Corona nombró a Gage para sustituir a Hutchinson como gobernador de Massachusetts. Uno de los primeros actos del nuevo gobernador consistió en llamar a Samuel Adams por mediación de un mensajero, con el propósito de intentar detener su oposición, merced al temor. Comprenderemos mucho mejor el espíritu de lo que sucedió si citamos la conversación mantenida entre el coronel Fenton (el mensajero enviado por Gage) y el propio Adams. Coronel Fenton: «He sido autorizado por el gobernador Gage para asegurarle, señor Adams, que el gobernador ha sido dotado de amplios poderes para conferirle a usted tantos beneficios como le sean sa- tisfactorios [intento de ganarse a Adams con la promesa de sobornos], con la condición de que abandone usted su oposición a las medidas del gobierno. El gobernador le .aconseja que no continúe disgustando a Su Majestad. Su conducta le hace acreedor a los castigos previstos en una ley de Enrique VIII, por la que se puede enviar a Inglaterra a las personas para que allí sean juzgadas por traición, o encarceladas, por traición, a discreción del gobernador de una provincia. Pero si usted cambia su línea política no sólo obtendrá grandes ventajas personales, sino que también estará en paz con el Rey». Samuel Adams tenía que escoger entre dos decisiones: cesar en su oposición, y recibir recompensas personales por ello, o continuar, y correr el riesgo de ser ahorcado. Evidentemente, había llegado el momento en que Adams se veía obligado a tomar una decisión que podía costarle la vida. Adams insistió en que el coronel Fenton, bajo palabra de honor, le transmitiría al gobernador su respuesta, repitiendo con toda exactitud las mismas palabras que él le dijera. contestación de Adams fue: «Dígale al gobernador Gage que confío desde hace mucho tiempo en esta en paz con el Rey de Reyes. Ninguna consideración personal me inducirá a abandonar la justa causa de mi país. Y dígale al gobernador Gage que Samuel Adams le aconseja que no continúe insultando los sentimientos de un pueblo exasperado». Cuando el gobernador Gage recibió la cáustica respuesta de Adams, montó en cólera y promulgó una proclama en la que se decía: «El abajo firmante, en nombre de Su Majestad, ofrece y promete su más gracioso perdón a todas aquellas personas que a partir de ahora abandonen las armas y regresen a los deberes propios de súbditos pacíficos. Las únicas excepciones del beneficio de tal perdón son Samuel Adams y John Hancock, cuyas ofensas, de naturaleza demasiado flagrante, no admiten otra consideración que la de un adecuado castigo». Podríamos decir que tanto Adams como Hancock se encontraban en dificultades. La amenaza del airado gobernador obligó a los dos hombres a tomar otra decisión, igualmente peligrosa. Convocaron una apresurada reunión de sus más fieles seguidores. Una vez todos estuvieron presentes, Adams cerró la puerta con llave, se la metió en el bolsillo y les informó que era imperativo organizar un congreso de los colonos, y que nadie abandonaría aquella habitación hasta que se hubiera tomado la decisión de convocar dicho congreso. A este anuncio siguió una gran excitación. Algunos sopesaron las posibles consecuencias de tal radicalismo. Otros expresaron graves dudas en cuanto a la prudencia y la conveniencia de una decisión tan definitiva, que desafiaba claramente a la Corona. Encerrados en aquella habitación había dos hombres inmunes al temor, ciegos ante la posibilidad del fracaso: Hancock y Adams. Gracias a la influencia de sus mentes, los demás fueron inducidos a aceptar que se debían establecer acuerdos, a través del Comité de Correspondencia, para convocar el Primer Congreso Continental, que se celebraría en Filadelfia el 5 de septiembre de 1774. Vale la pena recordar esa fecha. Es mucho más importante que la del 4 de julio de 1776. Si no se hubiera tomado la decisión de convocar un Congreso Continental, tampoco se hubiese llevado a cabo la firma de la Declaración de Independencia. Antes de que la primera reunión del nuevo Congreso se celebrara, otro líder, que se encontraba en otra parte del país, se hallaba profundamente enfrascado en la tarea de publicar una Sucinta exposición de los derechos de la América Británica. Se trataba de Thomas Jefferson, de la provincia de Virginia, cuyas relaciones con lord Dunmore (representante de la Corona en Virginia) eran tan tensas como las de Hancock y Adams con su gobernador. Poco después de que se publicara Sucinta exposición de los derechos..., Jefferson fue informado de que había la orden de perseguirlo por alta traición contra el gobierno de Su Majestad. Inspirado por la amenaza, uno de los colegas de Jefferson, Patrick Henry, expresó con claridad lo que pensaba, y concluyó sus observaciones con una frase que se ha hecho clásica desde entonces: «Si esto es traición, que sea la mayor de todas». Fueron hombres como éstos los que, sin poder, sin autoridad, sin Ejército
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