El día de nuestra boda

3726 Words
POV Bárbara Collins Mis manos tiemblan, todo mi cuerpo tiembla, pero no puedo ocultar mi sonrisa mientras me pongo mis pendientes lo más rápido que puedo. Son de diamantes y él me los obsequió el día en que me pidió ser su novia oficial después de dos meses de coqueteo. Son diminutos diamantes en forma de rosa y me hizo prometerle que el día en que nos fuéramos a casar, los usaría. Y aquí estoy, poniéndome el segundo pendiente sin poder controlar los nervios en mi sistema. El día ha llegado, al fin nos casaremos y no puedo con la emoción que se instala en mi pecho y mi estómago. Después de cuatro años de novios y dos de ellos estando comprometidos, al fin nos casaremos como tanto lo planificamos. El tiempo ha llegado, él culminó su carrera universitaria hace un año y desde entonces, ha tomado el control de la empresa de su padre bajo su dirección, y a mí me quedan pocos meses para finalizar la mía. Así lo habíamos planificado cuando nos comprometimos. Estudiamos carreras diferentes, en universidades diferentes, pero desde que nos conocimos en un bar de la ciudad, Cedric y yo hemos sido inseparables. A pesar de las diferencias sociales, hemos sabido llevar nuestra relación y aunque yo no tengo el mismo nivel económico que él, ni un apellido importante o una gran herencia, él me ha dado mi lugar, me volvió la mujer más importante de su vida y eso hoy lo dejará en claro una vez más en el altar. —Babi, ¿podrías dejar de hiperventilar, por favor? ¡Me tienes nerviosa! —me suplica mi mejor amiga. —¡Lo siento! —chillo soltando una gran carcajada y decido tomar asiento sin importarme arrugar mi vestido —. Realmente estoy muy nerviosa, Caroline. Siento un nudo en mi estómago y juro por Dios que quiero vomitar. —Mi niña, te vas a casar… —comenta mi madre, pidiéndome que levante mis pies para ayudarme con los tacones—. Yo también estaba tan emocionada como tú, y también muy nerviosa, y también vomité, así que, si deseas hacerlo, solo intenta no dañar tu maquillaje, por favor… —¡No, señora Collins! Que no vomite porque arruinará mi obra de arte —espeta Caro—. Solo respira, ¿sí? Te casarás con el amor de tu vida, con el joven que te flechó el corazón en aquel bar cuando estabas borracha. El príncipe azul que no le importó ir en contra de su clasista familia, desafiar a sus padres e incluso renunciar a sus millones por ti —canturrea toda melodramática haciéndome reír—. No tienes motivos para estar nerviosa, amiga. Debes de estar feliz porque lograste superar cada obstáculo y dentro de una hora serás la señora Reed, esposa del CEO millonario más joven de la ciudad de Nueva York. Serás la mujer más envidiada de toda la sociedad, los titulares serán llenos con las fotos de tu boda y todos hablarán del “cuento de hadas más romántico de este año”, donde una joven campesina, logró enamorar al príncipe citadino. Bajo mis pies al tener los tacones ajustados y me levanto. —Eres una idiota —le lanzo el cojín de mi cama—. Venir de Tennessee no me vuelve campesina, Caroline. Estalla en carcajadas y se acerca a mí dándome un abrazo. Siempre ha jugado con esa premisa cuando habla sobre mi relación con su primo. Y yo siempre le digo que es una idiota, pero nos amamos. Somos las mejores amigas desde que nos conocimos y hemos sido tan inseparables como lo he sido con Cedric. Ella fue el único m*****o de los Reed que me recibió con dulzura, que me defendió en más de una ocasión y que, incluso, se enemistó con mi suegra, por mí. Claro, eso fue años atrás cuando éramos más jóvenes, pero con el pasar de los años no les quedó de otra que aceptarme en la familia y después de limar esas asperezas, terminaron amándome. Por todo lo que vivimos al comienzo de nuestro noviazgo, Caroline no pierde la oportunidad para bromear con eso, incluso hoy, el día de la boda. —Una idiota que te ama como la hermana que jamás tuve… —me muestra un puchero robándome una leve sonrisa—. Todo saldrá bien, Babi, ya verás. Mi primo y tú se casarán, se irán a su casa soñada y me dejarás este departamento a mí para venir a mis encuentros sexuales sin que mis padres lo sepan. —¡Caroline! ¡Jesús! —exclama mi madre indignada dándole un manotazo—. A veces me pregunto cómo es que, siendo tan refinada, eres tan revoltosa, niña. —Señora Collins, eso sucede cuando eres enviada a un internado desde niña y posteriormente, te sueltan en la gran ciudad en plena pubertad universitaria. Imposible no ser una revoltosa suelta en la búsqueda de nuevas experiencias de vida que me hagan madurar. —Si el compromiso fallido que tuviste no lo hizo, no creo que algo más lo hará. —¡Mamá! —le abro los ojos bien grandes por su imprudencia—. Ese hombre era un idiota que solo quería que Caroline fuese la mujer bonita a su lado, que no dijera palabra alguna y mi bella empresaria es más que eso. Le guiño el ojo a mi mejor amiga. —Además, follaba horrible, señora Collins, así que next… Hace una cara de asco que me roba una gran carcajada. Mi madre grita el nombre de Jesús una vez más y niega haciéndola a un lado para ella acomodar mi cabello por quinta vez. Caroline se va frente al espejo y sigue arreglándose para así salir de mi departamento e irnos a la iglesia. Miro toda mi sala mientras mi madre no deja de retocarme y pienso en todos los bellos recuerdos que aquí formamos Cedric y yo desde que decidimos vivir juntos. Estábamos en el segundo año de nuestras carreras, me invitó a un paseo como cada tarde. Yo accedí gustosa, nos encontramos en el parque que está a la vuelta de la esquina y fui feliz al ser recibida con un ramo de rosas rojas. Cuando nos conocimos en aquel bar, yo estaba muy borracha y acababa de terminar con el primer novio que tuve. No dejé de llorar porque habíamos cumplido un mes de novios y yo me había vestido bella, hermosa para nuestra cita y el imbécil me llevó a un McDonald's y ni siquiera me llevó rosas. Aún Cedric y yo nos reímos de mi llanto. Pero esa noche, él con su intensidad me prometió que cuando yo fuese su novia, jamás iban a faltar las rosas en cada cita, y esa promesa ha permanecido hasta hoy. Por supuesto que me reí mucho al oírlo, porque apenas lo acababa de conocer y él ya me estaba dando promesas, pero al pasar los meses, volvimos a coincidir en el mismo bar y desde esa noche, no nos volvimos a separar jamás y tal cual como lo prometió, en cada cita me llegaba con un ramo de rosas rojas y ese día no fue la excepción. Nos encontramos en ese parque, me entregó mis rosas y me invitó a caminar un poco porque tenía una sorpresa para mí. Caminamos hasta que llegamos a este inmenso departamento con vista al Central Park. Ese día, me pidió vivir juntos, y yo como joven enamorada accedí. Cada rincón de este lugar ha sido bautizado por ambos, así como cada espacio está decorado con fotografías de los dos. Todas nuestras aventuras están plasmadas en cada foto colgada en la pared, donde en cada salida, acción de gracia, Navidad, verano, invierno y cumpleaños, nos hemos tomado fotos que ambos colgamos después de haberlas firmado con fechas en la parte de atrás y con alguna palabra que defina esa aventura. En este departamento está nuestra historia contada en medio de fotos, y no puedo evitar sentir un poco de nostalgia porque tendremos que dejarlo al volver de nuestra luna de miel. Cedric compró una inmensa mansión -de la cual no estuve muy convencida al comienzo, pero cuando me dejó decorarla, la amé-, en la cual viviremos y comenzaremos a crear nuevos recuerdos con nuevas fotos. Estas se quedarán aquí, porque decidimos dejar todo tal cual por una razón; el día en que alguno esté enojado con el otro al punto de querer dar un paso atrás, nos prometimos venir a este departamento lleno de nuestra historia para pensar las cosas bien y así poder tomar una decisión sensata y no bajo las emociones. Por eso, dejar todo me da nostalgia, pero luego recuerdo que nuestro nuevo hogar será llenado con fotografías nuevas, con recuerdos de una nueva vida juntos. —Estás preciosa, mi Babi —me dice mi madre tomando mis manos—. Tu padre estaría muy feliz por ti… Contengo las ganas de llorar y de inmediato la abrazo. Mi padre, Ricardo Ortega, perdió la vida en un accidente en su viaje a México. Esa tarde en el aeropuerto, cuando lo despedimos, fue la última vez que lo vimos con vida. Por su trabajo de proveedor, le correspondía hacer muchos viajes al año a México. Lo hacía muy emocionado porque vería en ese viaje a mis abuelos, a mis tíos y a sus amigos. Ese día, un camión de carga pesada perdió el control, acabando con la vida de muchas personas inocentes, incluida la vida de mi padre. Mi madre sufrió mucho su pérdida y apenas hace un año que está volviendo a salir de su caparazón después de estar encerada por más de tres años en su duelo. Por eso Caroline la llama por su apellido de soltera, porque siente que si lo hace por el apellido de mi padre le traerá viejos recuerdos, los cuales ambas sabemos que le duelen. Dejo de abrazarla y la miro a los ojos. Esos hermosos ojos verdes con los cuales yo fui bendecida. Incluso, con el rubio de su cabello y lo blanco de su piel. Una vez me contó, que mis mis abuelo creyeron que yo iba a nacer con las facciones de mi padre, pero al parecer, la sangre de mi madre fue mas fuerte. Al parecer, solo heredé de mi padre el amor por los tacos. Ni siquiera parezco ser mitad Mexicana y la única manera de demostrarlo, es mostrando mi identificación. Así fue como Cedric me creyó. —Desde el cielo, él está feliz por las dos —le digo. Asiente con sus lágrimas a punto de salir—. Feliz de que su única hija se va a casar vestida de blanco como tanto lo anheló, y feliz de ver que el amor de su vida está sonriéndole nuevamente a la vida. —Lo estoy intentando. —Lo lograrás, Ricardo Ortega y yo, Bárbara Collins Ortega, confiamos en ti. Nos volvemos a abrazar sin decir algo más. —No me gusta ser siempre quien interrumpa los momentos más sensibles, pero ya debemos de irnos —nos informa Caroline—. La limusina está esperándonos abajo, Babi. —Sí, sí, vamos —se apresura a decir mi madre—. Vamos mi niña, tenemos una caminata nupcial que hacer. Me entrega mi arreglo de rosas en mis manos, Caroline me rocía perfume por décima quinta vez y como tres mujeres despavoridas, salimos por la puerta de mi departamento. Tomo las llaves, aseguro la puerta y se las entrego a mi madre, quien las guarda en su pequeño bolso de mano y con los nervios y la emoción a flor de piel, avanzamos al ascensor para irnos a la iglesia. […] —¡Dios, quiero vomitar! —me quejo moviendo mis manos. Estamos dentro de la limusina, justo frente a la iglesia, y los nervios están en su máximo nivel. Mi cuerpo tiembla y la ansiedad está al tope. —A ver Babi, déjame llamar a Cedric, ¿sí? ¡Siento que te dará un ataque al corazón, amiga! —Le prometí que no iba a entrar en crisis —le digo nerviosa—. Se va a preocupar por mí y es capaz de venir a sacarme él mismo de aquí, Caroline… —Tú no entrarás en crisis y es normal que estés nerviosa. Dentro de esa capilla está cada m*****o de la familia, y tú solo estás con tu madre, así que es normal que te sientas así, pero tranquila, ya todos te conocen, ¿lo olvidas? —Pero no todos me quieren. —Pero mis tíos sí, y mis padres también así que relájate, por favor… ¡Llevamos más de quince minutos aquí dentro! Van a creer que la novia se ha arrepentido, incluso, la mayoría lo celebraría, pero ¿y Cedric? Le doy una mirada mordaz. —A veces tu sinceridad es bien pesada, Caroline. Se encoge de hombros y marca el número en su pantalla para luego poner el altavoz. —Caeré pesada, pero soy leal y lo sabes —me guiña el ojo y yo niego. Uno, dos y tres repiques se oyen para luego oí su hermosa y sexy voz. —¿Qué le sucede a Babi, Carol? —pregunta sin rodeos. Le arrebato el móvil a mi amiga. —Tengo ganas de vomitar, estoy nerviosa por salir y quiero llorar, pero al mismo tiempo reírme, Cedric… —suelto todo sin detenerme. Oigo su carcajada varonil y el suspiro que deja salir. —Babi, no piensas dejarme plantado aquí, ¿verdad? —indaga riendo bajo—. Todos me están mirando, me he puesto un traje exageradamente elegante, aun cuando sabes que no me gusta usarlos y para colmo, el cura me está viendo con lástima… —vuelve a reírse—. Dime que vendrás al altar por mí, por favor. —Jamás te dejaría plantado. —Entonces mueve tu trasero aquí, flaca, por favor —me ordena, pero está lejos de estar molesto—. Además, esas ganas de vomitar son por desobediente. Te dije que no desayunaras esas tortillas con cerdo que tanto te gustan, pero no me hiciste caso. Ruedo mis ojos. —Tacos, Cedric, eran tacos. —Caroline, si me estás oyendo, ve por unos pañales de adulto —susurra—. Quizás Babi los vaya a necesitar porque se desayunó al menos seis tortillas de esas. —¡Cedric! Me estás haciendo sentir peor… Nuevamente, la risa se hace presente. —Babi, mi flaca, mi amor… ven a casarte conmigo, por favor. Si no sales de esa limusina yo mismo te sacaré, mira que llevo varios minutos de pie mirándola en espera a que salgas y ya estoy impacientándome. Abro mi boca, jadeo y volteo hacia la capilla y en efecto, mi amado Cedric está de pie en las escaleras con el móvil en su oreja mostrándome una gran sonrisa. Se ve tan hermoso, tan bello con ese traje n***o hecho a la medida, pese a que detesta usar trajes. Algo que su madre no tolera. Me llama con la mano, me amenaza con que vendrá por mí, pero Caroline le grita que no, que eso sería de mala suerte y después de su pelea, decido interferir, porque Cedric es el hombre menos tradicionalista que existe en la tierra, tanto así, que cuando me pidió matrimonio fue con un tatuaje y después de mi reacción, fue que me entregó el anillo. Creo que su espíritu libre lo hacen ser como es, y yo, que sea todo lo contrario, es algo que nos complementa muy bien. —Cedric, ve y espérame en el altar —le ordeno, mirándolo a través del vidrio espejado—. Y más te vale tener una gran sonrisa. —No nada más una gran sonrisa, Babi, te estaré esperando con lágrimas en mis ojos y una rosa roja. Asiento a pesar de que no me está viendo, sintiendo cómo mis ojos arden debido a las ganas de llorar. —Te estaré esperando, Babi. Más te vale no dejarme plantado porque te perseguiré y te obligaré a darme el sí. Suelto una gran carcajada prometiéndole que en diez minutos estaré frente a él. Cuelgo la llamada mirando como él hace lo mismo, entrando así a la capilla nuevamente con una gran sonrisa en sus labios. Tomo aire, bastante aire y lo dejo salir lentamente. Caroline y mi madre me miran expectante tomar mis cinco segundos de yoga y cuando les muestro una gran sonrisa en mis labios, ambas aplauden emocionadas. —Salgamos. Tengo un “sí, acepto” que dar frente al altar. […] Todo ocurre tan rápido, que no me doy cuenta de la magnitud de todo hasta que me encuentro a mitad de la marcha nupcial caminando con mi madre sosteniendo mi brazo. La capilla está atestada de personas que en mis años de noviazgo con Cedric no he logrado conocer ni la mitad. Solo he conocido al núcleo familiar interno y algunas personas de su círculo, del resto de la familia y de las amistades invitadas, no tengo ni idea de quienes son, pero ellos sí saben quién soy yo. Sigo sonriendo, decido ignorar todos los ojos que están sobre mí y me enfoco en mirar hacia el altar. Justo al final de la alfombra roja donde él está esperándome con una gran sonrisa en sus labios. Se limpia con disimulo las lágrimas que salen de sus ojos intentando mantener la compostura. Su padrino de bodas, el hermano de Caroline, le palmea la espalda haciéndole sonreír más de lo que ya está sonriendo. Tomo aire, intento no llorar, pero cuando llegamos frente a él y mi madre me entrega a mi futuro esposo, mis lágrimas ruedan solas por mis mejillas. Cedric toma mi mano, deja un beso en el dorso de ella y procede a levantar el velo de mi rostro. —Estás más hermosa de lo que imaginé —me dice—. Muchísimo más hermosa. —El traje se te ve sexy —le susurro sacándole una leve risa—. Y no te he dejado plantado. —Gracias por ahorrarme la vergüenza, Babi. Me guiña el ojo derritiéndome por completo y cuando el padre llama nuestra atención para así comenzar la ceremonia, mi corazón comienza a latir con fuerza debido a todo lo que estoy sintiendo en este momento. […] —Yo, Cedric Reed, te recibo a ti, Bárbara Collins, mi Babi… como mi esposa, para amarte y respetarte hasta que la vejez no me deje hacerlo. Prometo estar contigo en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las buenas y en las malas. Prometo seguir dándote rosas rojas en nuestras citas, prometo seguir tomándome fotos contigo en cada una de nuestras aventuras y prometo seguir comprándote esos tacos de cerdo que tanto te gustan… —me rio mientras mis lágrimas ruedan por mis mejillas—. Prometo no dejarte sola jamás y prometo que, al cumplir cincuenta años de casados, te traeré a esta misma capilla, si aún existe y el padre no se ha muerto, claro, para renovar nuestros votos de amor. Todos se ríen por su sentido del humor tan roto, y aunque yo lo estoy haciendo también, no puedo dejar de llorar porque el hombre que siempre he amado, me está colocando el aro dorado en el dedo de mi mano temblorosa. Se inclina y vuelve a dejar un beso en ella sacándome un suspiro de novia embriagada de amor. —Por el poder que me concede la iglesia, los declaro frente a Dios y frente a todos los presentes, marido y mujer. Ya puede besar a la novia, otra vez, señor Reed. Suelto una gran carcajada, la cual es callada por él a través de un beso intenso, el cual me eleva al cielo. Me olvido de todos a mi alrededor y me prendo de los labios de Cedric como si fuera el último beso de nuestras vidas. Me toma por la cintura y a medida que el beso se intensifica, más me echa hacia atrás como en las típicas películas románticas. Oficialmente, soy la señora Reed, oficialmente somos esposos y oficialmente comenzaremos a vivir una nueva vida juntos a partir de hoy. —¿Lista para conocer el mundo conmigo? —me pregunta cerca de mis labios. Asiento frenética. Ambos decidimos por mutuo acuerdo irnos de viaje al salir de aquí en vez de hacer una inmensa fiesta. Esta vez estuve de acuerdo con lo no tradicional en él, ya que lo único que he conocido en toda mi existencia es México y la ciudad de mi madre, donde nací y viví hasta la secundaria, Tennessee. Del resto, soy un alma libre que desea conocer el mundo con él, y ver con mis propios ojos esos lugares maravillosos de los cuales el tanto me ha hablado. —Más que lista —le digo dejando de besarlo—. Salgamos de aquí, señor Reed. —Con gusto, señora Reed. El impacto es directo, el auto da vueltas, grito aterrada, sintiendo cómo los brazos de Cedric intentan sostenerme, pero es imposible. Mi cuerpo golpea con fuerza, oigo el estallido de los vidrios, el sonido de los metales ser quebrados y cuando todo se detiene al fin, la contusión es tan grande en mi cabeza, que no logro ver con claridad. —Cedric —musito en medio de quejidos—. ¡Cedric! Cierro mis ojos, los abro y aun con el cinturón sosteniéndome, volteo como puedo para verlo a él y grito. Está con su cabeza contra el volante totalmente llena de sangre. Con mis manos temblorosas, cortadas, me desprendo el cinturón y me acerco a él. Lloro, grito para que despierte, pero no lo hace. —Cedric, mi amor, por favor despierta, ¡despierta, por favor! —con la falda de mi vestido de novia lo limpio, intentando detener el sangrado en su cabeza, pero es imposible—. ¡Cedric, por favor! ¡No me dejes, no me dejes, mi amor! ¡Despierta! —le grito. El aire me falta, siento que no puedo respirar y cuando intento salir del auto para rodearlo y ayudarlo a salir, un vértigo me golpea tan fuerte que caigo desplomada al suelo sin mi visión, sin fuerzas, sin poder continuar.
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