El viernes la casa se sentía extrañamente vacía. El eco de los pasos de Amelia en la cocina parecía llenar los rincones como si Fernando jamás hubiera vivido allí. Él había evitado quedarse; no quería estar presente cuando Esteban regresara con hambre de ella, con esa urgencia de esposo que llevaba semanas fuera. Amelia, en cambio, había preparado con esmero un estofado, el plato favorito de Esteban, intentando convencerse de que todo seguía igual, de que la rutina podía disimular el volcán que ardía en su interior. Sin embargo, su mente estaba atrapada en Fernando. Le había mandado varios mensajes, todos sin respuesta. Él la había dejado en visto. El silencio la punzaba más que cualquier palabra. El sonido de unas llantas estacionándose frente a la casa la arrancó de sus pensamientos. C

