Habían organizado dos fines de semana para escaparse en la motocicleta, lejos de la ciudad, lejos de los deberes y de las mentiras que ya parecían tan fáciles de sostener. Amelia se había dejado llevar por la sensación de sentirse querida, atendida, observada con detalle. Era como si todo su ser se encendiera cada vez que Fernando estaba cerca. A ratos, casi sin darse cuenta, olvidaba que Esteban existía, olvidaba que era su marido. Los dos se veían y se sentían como una pareja en su mejor momento. Esa etapa de miel en la que cada mirada ilumina, cada gesto importa, cada silencio se convierte en complicidad. Para el día de campo, Amelia había preparado con esmero una ensalada de pollo y algunas galletas caseras. Fernando, con su sencillez encantadora, había llegado con flores frescas y u

