La noche había quedado impregnada con el olor a sudor, a deseo y a velas consumidas. Amelia, satisfecha de su maniobra, creía haber dado un paso adelante: Fernando estaba rendido, vulnerable, dispuesto a complacerla en todo. Se recostó en su pecho, acariciando con lentitud su piel húmeda, mientras él jugaba distraídamente con un mechón de su cabello. De pronto, la voz de Fernando rompió el silencio, ronca y cargada de algo distinto, más oscuro: —¿De verdad me dejarías tener a otra? —preguntó, ladeando la cabeza para mirarla con esa sonrisa torcida que siempre le helaba un poco la sangre. Amelia lo observó fingiendo calma, asintió despacio. —Sí, amor… si eso ayuda a que no te obsesiones conmigo… Fernando rió suavemente, un sonido bajo, casi perturbador. La abrazó con fuerza, besándole l

