Habían transcurrido tres semanas desde la partida de Fernando, y el ambiente en la casa comenzaba a sentirse distinto. La ausencia del muchacho trajo una calma relativa para Amelia, una calma que al mismo tiempo era un respiro y una condena. Podía respirar sin sentir esos ojos jóvenes clavados en ella a cada instante, pero la sombra de sus recuerdos la perseguía, y en lo profundo sabía que esa paz era frágil, apenas sostenida por un hilo. Amelia, queriendo llenar el vacío de su conciencia y quizás ocultar su propio remordimiento, decidió volcarse en los demás. Se mostró más atenta con Esteban, más cariñosa, más dispuesta a suavizar la herida que el alejamiento de Fernando había dejado en él. Pero sobre todo, comenzó a acercarse a la madre de Dayan, aquella mujer rota por la pérdida de su

