La mañana se había vestido de rutina. Amelia se movía por la cocina con la fluidez de siempre, intentando fingir que la noche anterior no había existido, que no había visto nada. Que no había sentido absolutamente nada. Pero la imagen de Fernando entre las piernas de Diane se le había quedado tatuada en la mente. La forma en que él la miró mientras seguía moviéndose dentro de ella, desafiante, provocador, casi como si fuera un espectáculo montado solo para ella… esa imagen la había seguido hasta en sus sueños, haciendo que despertara sudando, excitada y culpable. Ahora lo escuchó bajar por las escaleras y su cuerpo se tensó. No lo mires. No lo mires. No lo mires. Fernando apareció en el umbral de la cocina con una toalla blanca en la cadera, húmedo aún, con el cabello alborotado y gota

