La noche transcurrió con una rapidez casi insultante. Después de semejante entrega, los cuerpos de Amelia y Fernando quedaron exhaustos, como si hubieran librado una batalla salvaje donde los dos habían perdido y ganado a la vez. El silencio de la madrugada fue el único testigo de sus jadeos rendidos. Al amanecer, Amelia abrió los ojos con una mezcla de cansancio y dolor en cada fibra de su cuerpo. Le dolía absolutamente todo: las piernas, la espalda, hasta la respiración… pero en medio de esa incomodidad había una satisfacción que hacía mucho tiempo no sentía. Se quedó mirando el techo, abstraída, como si buscara respuestas en el blanco infinito. Fernando, al despertar, la observó en ese trance. Se giró hacia ella, la abrazó con fuerza y murmuró con una voz grave todavía cargada de sueñ

