-¿Estás segura que no quieres ir? -inquirió mi madre, mirándome a través del espejo de la entrada, mientras se prendía unos enormes aretes a las orejas.
Me crucé de brazos y me apoyé contra la pared, a su lado.
-¿Ir a una aburrida fiesta de adultos? ¡Pff! Paso.
Mi padre terminó de bajar los escalones a la corrida, sacudiendo la corbata en la mano. Mi madre siseó algo por lo bajo algo como "veinte años juntos, ¡y aún no sabes hacerte el nudo de la corbata!" mientras le arrebataba el lazo de la mano y se ponía manos a la obra.
-Si sucede cualquier cosa...
-... Como que estemos muy ocupados bailando y no querramos atenderte-agregó mi padre, anticipando la frase de su mujer que lo miró con fastidio.
-... tienes el número de la señora Peterson en la nevera-siguió.
-No tengo cinco años -me quejé-. Además, la señora Peterson tiene como noventa. ¡Ni siquiera debe saber descolgar el teléfono!
Mi madre se giró e hizo una mueca ante mis rudas palabras sobre nuestra vecina.
-No seas así, es una dulzura de mujer -mi madre se quedó un momento pensativa-. Espero que no se quite sus audífonos para dormir...-sonrió, restandole importancia-. ¡Ten una linda noche, cariño!
-Te diría que no tomes mucho o no uses drogas -mi padre se encogió de hombros-. Pero francamente me alegraría si lo hicieras, ¡lo pasarías mejor que nosotros entre todos esos viejos aburridos! ¡Auuuch! -se quejó, cuando mi madre lo golpeó con mucha fuerza en el hombro. Acarició su brazo herido y me sonrió para luego sacudirme el cabello-. Es un chiste, cielo: nada de alcohol y drogas -bromeó.
Hice una mueca. ¿Por qué mi padre siempre bromeaba acerca de mi pobre vida adolescente?
Me peiné nuevamente el lacio cabello y traté de sonreírles. Como no lo logré, me limité a murmurar...
-Pásenlo bien.
... antes de que se marcharan y me dejaran sola en la enorme casa de doble piso.
Suspiré, mirándome al espejo que anteriormente mi madre estaba usando. ¿Y ahora qué hacía? ¿Netflix y dulces? No, eso era lo de siempre. Me giré y miré las paredes elegantes y llenas de cuadros carísimos, esperando que algo me motivara. ¿Y si me ponía a jugar al Just Dance? Mmh, no. No era divertido jugar sola. ¡Ya sé! ¡Podría hacer panqueques! Se me daba fatal la cocina, por lo que no podía experimentar cuando se encontraba presente mi quejosa madre; así que aquel momento era sumamente oportuno para hacer desastres en la cocina.
Di un paso hacia mi destino, aunque me quedé rígida cuando creí oír un chillido. Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron, alerta, esperando volver a oír aquel espeluznante grito.
Al cabo de dos minutos, allí estaba: otro grito. Ahora sí, corrí hacia la cocina y me detuve frente a al lavatorio para mirar por la ventana que se extendía sobre éste. Como la cocina quedaba exactamente bajo mi cuarto, la ventana daba a la casa vecina que seguía teniendo su cartel de "se vende" tachado. Sin embargo, comprobé, sobre la cinta alguien había escrito con marcador n***o "Theo vive aquí".
No me cabía duda de que el grito había salido de aquella casa así que, muerta de miedo y pensando lo peor, descolgué el teléfono y arranqué el papel con el número anotado de la nevera. Volví frente a la ventana y marqué rápidamente el número para luego llevarme el tubo a la oreja. Mientras oía el tu-tu y esperaba a que la señora Peterson descolgara, maravillándome de lo rápido que había tenido que requerir a su ayuda, vi cómo la puerta se abría y un chico salía corriendo mientras gritaba y agitaba los brazos sobre su cabeza. Abrí los ojos como platos, entre asustada y asombrada.
-¿Hola? -inquirió una voz temblorosa del otro lado del tubo.
El muchacho frenó justo al borde de la vereda y dejó de gritar. Miró hacia ambos lados de la calle con interés, como si estuviera disfrutando por primera vez de la vista del bonito vecindario. Luego se giró y volvió a gritar mientras corría hacia la casa. Sus gritos se apagaron cuando el muchacho cerró la puerta.
-¿Hola? ¡Voy a colgar!
-Ah... lo siento -desperté, sin despegar los ojos del porche de la casa de al lado-. Me he confundido de número.
Colgué antes de escuchar algún sermón de la anciana y apoyé el teléfono sobre la mesada. Entrecerré los ojos, esperando oír algún otro grito. ¿Qué debía hacer? ¿Llamar a la policía? ¿Estaría drogado aquel muchacho? Si llamaba a la policía y ese estaba drogado... ¿Tendrían demasiados problemas? A lo mejor eran sólo muchachos, no se suponía que una chica de dieciséis años tuviera que denunciarlos. ¿Y si... estaban en problemas?
Otro grito.
Me llevé la mano al pecho, asustándome. ¿¡No iba a parar de gritar aquel loco!?
Vaya, Cassandra... ¿por fin has encontrado qué hacer ésta noche?
Salí de la cocina y no paré de caminar, con mis pantuflas de garras de oso, con ese paso enfurecido hasta dejar la entrada de mi casa y seguir hasta la casa que recientemente había sido ocupada. Me metí dentro del cercado de madera bajo, algo cohibida. Miré el pasto demasiado alto, el aro de baloncesto solitario a un costado, el sillón rojo bastante desplumado a un costado y la enorme jaula que colgaba de la cubierta llena de pájaros de mentira. Arrugué el entrecejo, preguntándome si no me estaría metiendo en boca de lobo.
Me bajé los puños del suéter desgastado y subí los dos escalones que separaban el mal cortado césped de la casa. Busqué un timbre, pero ante la ausencia de éste me limité a aporrear con fuerza la puerta.
Me había preparado mentalmente para volver a golpear, así que me llevé una gran sorpresa cuando la puerta ni bien retiré el puño de la madera. Abrí la boca, dispuesta a comenzar con algún discurso, pero la cerré al contemplar la expresión de la persona que me miraba. Claramente no era el muchacho que había visto gritar antes, pues éste tenía el cabello tan rubio como el trigo y era demasiado distinguible como para no recordarlo. Su cara era una máscara inexpresiva.
-Hum... Soy Cassandra, la vecina-hice una reverencia a modo de saludo, pero el muchacho no la correspondió.
Simplemente se quedó ahí parado en el marco de la puerta, con la mano aún en el pomo y cara de aburrimiento. Parecía un fantasma, daba miedo.
-¡Claro! Eh... ¡Sólo vine a decir que sean menos... ruidosos!-exclamé-. ¡Hay gente mayor que duerme a esta hora!
El muchacho me siguió mirando. Pestañeaba lentamente. Sentí que me sonrojaba hasta las orejas. ¿¡Es que no podía reaccionar de ninguna manera!? ¡Alto! ¿Estaría drogado también...? Claramente había probado de una sustancia muy diferente a la del tipo que gritaba, pues éste no emitía sonido alguno.
Oí otro grito proveniente del interior de la casa. El muchacho siguió sin reaccionar, ni siquiera se movió.
-¿Vas a decirme tu nombre?-probé.
El muchacho suspiró y me tranquilicé al comprobar que su motricidad seguía en pie.
-Sugar-dijo.
-¡Sugar! ¿Sugar?-reprimí una sonrisa obvia-. ¿Ese es un nombre acaso?
Sugar cerró la puerta en mi cara, haciéndome dar un saltito hacia atrás.
Solté un bufido muy propio de una mujer en sus cincuenta de oro y volví a aporrear la puerta. Esta vez tuve que esperar un poco más, pero la puerta volvió a abrirse.
-Oh... Hooola-dijo el extraño, con una voz demasiado melosa.
No era Sugar; éste tenía el cabello naranja como una zahanoria. Se había apoyado en el marco de la puerta y me miraba de arriba a abajo, con descaro, sonriendo de una forma bastante inquietante. Me abracé a mí misma, como si quisiera ocultar algo que de todas formas aquel muchacho no podía ver.
-No te asustes, pequeña-me guiñó un ojo-. No...
-¿¡Quién es, Jamie!? -exclamó alguien detrás de él.
Theo empujó al pelirrojo para ocupar la entrada y, ni bien verme, descubrió aquella enorme sonrisa rectangular que ya había visto antes.
-¡Cassie! ¿Qué haces aquí?
Me quedé un segundo mirándolo en silencio. Luego bajé los brazos con los que me trataba de ocultar y los puse sobre los lados de mi cadera.
-Tu amigo no para de... -otro grito-... hacer eso, ¡y es molesto!
-Vaya, veo que tienes algo con los ruidos.
El otro chico, Jamie, se ponía en puntitas de pie para tratar de verme sobre el hombro de Theo.
-Pues... ¡Si! -me quejé-. ¡Me han dado un susto de muerte! ¿¡Qué están haciendo ahí!?
-Jugamos baloncesto -murmuró. Cuando miré hacia el aro de baloncesto del jardín, el muchacho soltó una risita que me habría resultado encantadora si no tuviera motivos suficientes para parecerme molesta-. En la consola.
-La consola -repetí-. ¿Cómo puede gritar por un juego de consola?
-Robi no es muy bueno con el mando-Jamie, estirando mucho el cuello tras el otro, me sonrió como un niño.
¿Cómo podía pasar de verse como un pervertido a un niño pequeño? Sin duda, el tinte naranja le había quemado las neuronas.
Oí como algo de mucho peso caía al suelo dentro de la casa. Theo se giró, alarmado, y corrió maldiciendo de todas las formas posibles hacia aquel ruido. Jamie, aún en la puerta, me miraba con esa sonrisa tonta y esa pose recta de suricata de tercer grado.
Me removí, incómoda.
-¿Qué miras?-inquirió.
-¿Quieres entrar?
No lo sabía, ¿quería entrar?
-No -sacudí la cabeza.
Jamie sonrió tanto que sus ojos prácticamente desaparecieron.
-¿Entonces por qué te quedas ahí y no te vuelves a tu casa?
Me giré para irme, sintiéndome algo humillada, pero el muchacho me tomó con fuerza del antebrazo y me hizo entrar de un sólo movimiento para luego cerrar la puerta y apoyarse, de brazos cruzados, sobre ésta.
-¿¡Qué haces!?-inquirí, algo histérica-. ¡Hazte a un lado!
-Con una condición-levantó un dedo y me señaló con él-. Di "Por favor, Jamie" –murmuró, con un tono tan ridículamente agudo y empalagoso que me quedó atónita.
Arrugué la nariz.
-¿¡Qué clase de loco pervertido eres!? ¡Ni de broma diré eso!
-Entonces, bienvenida al Club de los Siete-murmuró, levantando y bajando varias veces una ceja.
Me giré. La iluminación en aquel lugar era extraño: las paredes yacían pintadas de n***o, y las luces eran pequeños focos como de teatro que iluminaban ciertos puntos del lugar (el sofá, la mesa solitaria en el centro de la sala, la puerta, la biblioteca llena de todo menos de libros). Era casi como un museo extraño e interesante.
-¿Qué es eso? ¿Algo así como el nombre de su secta?-lo provoqué.
-Algo así-respondió, sonriente.
Lo miré con odio, pero de repente alguien apoyó sus manos sobre mis hombros. Me di media vuelta para ver al desconocido, mientras levantaba lentamente la mirada hacia aquel ser que prometía ser el Yeti pues por lo menos me sacaba dos cabezas de altura. El muchacho tenía ojos fieros y hoyuelos en las comisuras de la sonrisa, el cabello rosa y anteojos de pasta negra. ¿¡A todos se les daba por teñirse el cabello de algún loco color!?
-¿Este mocoso te está molestando, Cassandra?-inquirió, con una voz grave que me erizó hasta el vello de la nuca.
Me aparté un poco, incómoda ante que el muchacho seguía tocándome los hombros.
-¿Cómo sabes mi nombre?-inquirí.
-Theo lo gritó por allí-señaló alguna parte con la cabeza.
-¿En serio?
-Sip-se metió Jamie, corriéndose de la puerta. La miré, deseosa de salir corriendo-. Ni te atrevas a escapar-el muchacho me tomó del antebrazo y me obligó a dirigirme hacia alguna habitación.
-Soy Sebastian- el Yeti me siguió al lado, con una sonrisa tranquila en el rostro-. U Ónix, como rapero underground; tal vez me has oído con ese nombre.
-Seguramente-respondí. En mi vida había oído de ningún Ónix. Miré a Jamie, que no parecía querer soltar mi brazo-. ¿A ti cómo te dicen?
-Jamie.
-Ya.
Nos detuvimos frente a la puerta del sótano; y casi me caigo de culo. ¿Y si esos hombres eran gángsters disfrazados de tontos? ¿Y si eran pervertidos? ¿Y si vendían órganos? ¿Por qué parábamos en el sótano? ¿¡Qué podía haber en el sótano!? ¿¡Por qué había tan poca luz!? ¡¡¡MADRE MÍA!!!
-Oye, ¿estás bien?-inquirió el de cabello rosa, mirándome con algo de preocupación-. Te has puesto muy pálida.
Jamie abrió la puerta y bajó el par de escalones hacia la... Un momento...
La sala se veía bastante oscura, aunque podía ver a la perfección las bibliotecas llenas de discos y DVDs, las paredes atestadas de pósters de juegos, un sillón enorme en forma de U, una mesita ratona llena de latas de gaseosas y snacks y una enorme pantalla plana. Un chico jugaba con el mando de la consola, mirando con la boca completamente abierta la pantalla. Sugar charlaba tranquilamente con otro chico en el sillón, mientras Theo se dejaba maquillar a manos de un otro. Tardé un minuto en captar que éste último era el de los gritos, Robin.
-Bienvenida a la guarida-se burló el pelirrojo, alargando el brazo para tirar de mi hacia abajo.
Bajé en silencio, atrayendo todas las miradas (a excepción del chico de la consola, que no parecía estar en este mundo).
-¡Vaya! ¡Theo no nos había dicho que tenía una vecina tan bonita!-exclamó la muchacha que hablaba con Sugar, parándose y haciendo una reverencia a modo de saludo.
Por alguna razón, su sonrisa y su simpatía me hicieron sentir más cómoda en aquel lugar atestado de testosterona.
-¡Sí que lo hice! ¡Pero no me escuchaste!-se quejó Theo, provocando que Robin le hiciera un rayón rojo con el labial.
-Mi nombre es Lilian-prosiguió, ignorando al dueño de la casa-. Puedes decirme Lily si te gusta más.
Asentí con la cabeza, devolviéndole la sonrisa.
-Robin ¡RobiRobi!-exclamó el de cabello n***o dejando el maquillaje a un lado, sonriéndome con ganas y dándole un empujoncito al que era lentamente absorbido por el videojuego.
El muchacho giró la cabeza, provocando que un mechón de cabello oscuro le cayera sobre la frente, y sonrió de una manera que me hizo apretar la mandíbula.
Era... lindo. Muy lindo.
-Victor -saludó-. Hola.
-Hola-repetí, tragando saliva.
Robin y Sebastian cruzaron una mirada cómplice, y me pregunté qué estarían pensando esos dos.
-Robi...-murmuró Theo, mirándose en un espejo de mano el terrible borrón de labial que tenía sobre el rostro-. Olvida el disfraz de Jessica Rabbit, ¡iré del Joker!
-¿Y qué hago con mi disfraz de conejo?-se mufó Jamie.
-Aún puedes ir de conejo-le sonrió Lilian-. Puedes ser el conejo de Alicia, ¿qué te parece?
-¿Y quién será...?-comenzó. Luego me miró y volvió a sonreír de aquella manera que me ponía incómoda-. Oye, tu, ¿quieres ser mi Alicia?
Abrí los ojos como platos.
-¿Qué? ¡No!-exclamé.
-Tal vez prefiere ir de Jessica Rabbit –Victor se cruzó de piernas, mirándome con una sonrisa burlona.
Sentí que me hervía la cara, pero para mi salvación Sebastian se me puso en frente.
-Según mi reloj-dijo, consultando el objeto en su muñeca-. Faltan veinte minutos para que comience la fiesta. Deberían comenzar a vestirse.
Aquello pareció alarmar a todos (menos a Sugar, que se acercó a una pequeña nevera de un costado y empezó a meter bebidas en una caja), ya que comenzaron a salir del sótano casi corriendo.
Me mordí el labio, incómoda.
-Así que...-tomé asiento, apoyando mis manos sobre las rodillas-. Sugar...
El muchacho soltó una risita y yo lo miré, sorprendida.
-¿Tomas cerveza?-me lanzó una lata, que atrapé al aire.
-C... Claro -no, no tomaba cerveza-. Y dime... ¿Hace mucho se conocen?
-A decir verdad, al principio sólo éramos Sebastian y yo-se sentó en el otro extremo del sillón, con la caja sobre sus piernas-. Somos raperos underground desde hace mucho tiempo, nos conocimos en las calles. Luego se sumó Robin, quien es... bueno, era una especie de aprendiz en aquel entonces. Él nos presentó a Jamie, su amigo de toda la vida; quien a la vez conocía a Theo... En fin, Theo fue el último.
Me quedé mirándolo casi boquiabierta. ¿Aquel que se había quedado mudo en la puerta era el mismo que acababa de contarme toda esa historia tan simpáticamente? ¿Era tal vez porque ésta vez no me había burlado de su gracioso apodo?
-Me pica un poco-dijo Jamie, bajando con su ostentoso traje.
Al verlo ladeé la cabeza, curiosa.
-¿Ese no es el ratón Mickey Mouse?
El muchacho me miró muy serio.
-No había muchos disfraces en la tienda; tenía que conformarme con éste.
Detrás de él aparecieron Robin disfrazado de delincuente, Sebastian como vampiro y Victor con un gracioso trajecito de pantalones cortos. No estaba segura de qué era éste último, ¿detective?
Me mordí el labio y aparté la mirada. Lily llegó haciendo mucho ruido con sus botas de pirata a Jack Sparrow versión femenina.
-¿Alguien ha visto mi parche?-inquirió.
Todos negaron la cabeza y miraron a Theo cuando éste hizo su aparición, totalmente metido en su personaje de loco demente.
-¿Qué dicen?-inquirió.
El muchacho se las había apañado bien, con un saco y unos pantalones morados y una camisa verde chillón.
-Creo que ya es momento de marcharme-dije, dando una palmada a mi regazo y levantándome como si tuviera un resorte en el trasero-. Espero que les vaya bien en la fiesta y...
-¡No, no, no!-exclamó el Joker, sacudiendo las manos-. ¿No vas a venir a la fiesta?
-¿Qué?-miré al resto, que parecían confundidos ante mi propia confusión-. ¡Claro que no! ¡Ni siquiera los conozco!
Aquello pareció herir los sentimientos de Lilian, que frunció el ceño con tristeza y me apretó una mano.
-No te preocupes-dijo-. No te dejaremos sola en toda la noche. ¿Verdad chicos?
-¡Claro que no!-saltó Robin-. ¡Ahora eres nuestra amiga!
-Deberías venir-interrumpió Victor tras sus lentes redondos, acercándose a mí.
Di un paso atrás y apreté con fuerza la mano de Lily. ¡Aish! ¡Ese niño de gafas me ponía nerviosa!
-Pero...-titubeé-... no tengo disfraz.
-¡Eso es lo de menos!-exclamó Theo, y señaló con un dedo al de cabello blanco-. Mira a Sugar: va disfrazado de caja.
El aludido frunció el ceño, molesto.
-No voy de caja, imbécil. Es la cerveza.
-¡Mejor aún! ¡Sugar va de cerveza!
Jamie lanzó una carcajada que contagio al resto; a excepción del chico de la caja.
-¿Qué dices?-inquirió Theo, insistente-. Robi maquilla bien, puede hacerte algo en la cara... ¿Quieres venir?
-No lo sé, yo...
¡Yo no los conocía en absoluto! ¡Ni sabía a qué clase de fiesta irían! Aunque, juzgando por sus disfraces, no parecía ningún tipo de acalorada fiesta universitaria.
-¡Eso es! ¡Llevaré el maquillaje a la camioneta!-exclamó Robin, tomando el bolso de cosméticos y saliendo del sótano.
Fui empujada fuera de la habitación y luego fuera de la casa, hasta quedar finalmente en el jardín de la casa, junto a la camioneta negra.
Lilian subió al asiento del conductor y Sebastian al del copiloto, y el resto se subió a la parte de carga de atrás. Sólo Theo se quedó detrás de mí, expectante.
-¿Qué dices?-inquirió sobre mi hombro, con una voz tan rasposa y ronca que sentí un cosquilleo en la nuca-. ¿Vienes?
Tal vez fuera el aburrimiento de mi vida cotidiana, o aquella loca atracción adolescente hacia la adrenalina; en cualquier caso, me giré y le clavé una dura mirada al muchacho.
-Hecho-dije.
-Oh, Cassie-el muchacho me levantó la barbilla utilizando su dedo larguísimo-. ¿Why so seriousss?