Prólogo

1811 Words
    La diligente punta de mi lápiz se separó del papel que se situaba sobre el pupitre de madera en el que había estado sentada durante al menos una hora y media, exhausta exhalé, había llenado ambas caras de las dos hojas de examen de la pesada materia Marco Jurídico, y sin ánimos de criticar, el profesor que dictaba la  asignatura era una completa mierda; por más que me esforzara en plasmar mi análisis en su frente, él lo calificaba como material inútil, otorgándome por eso una mísera nota que apenas superaba el mínimo para aprobar. Levanté la barbilla apenas, rodando los ojos hacia el reloj en la pared a unos cuántos pupitres por delante de mí, cuyo segundero ante mis oídos sonaba tan fuerte como un martillo sobre un yunque en alguna sala de tribunal. Me puse de pie y caminé hacia el escritorio, el profesor no levantó la mirada de los documentos que firmaba en medio de una concentración que casi pasaba por ser un escudo ante cualquier situación que pudiese ocurrir a su alrededor y sin decir nada más coloqué allí el objeto para luego desplazarme entre un callejón de pupitres uniformes y salir del salón con mi n***o morral a cuestas.     Habiendo dejado atrás al viejo con aspecto de foca decidí pasar por el comedor y comprar un jugo, necesitaba algo con lo cual tomar una pastilla analgésica ya que un infernal dolor de cabeza amenazaba con nublar mi visión, estudiaba Empresariales con tantas ganas que casi nada detenía esa avalancha de pequeños fragmentos de constancia, de modo que, a menos que estuviera muriendo con viruela en la residencia que alquilé, no faltaría a alguna clase.                                                                                   Tragué un sorbo y coloqué el vaso de cristal sobre la mesa tipo barra del kiosco universitario tras la que estaba la amable y gorda señora que vendía comidas, posteriormente apoyé uno de mis codos allí, quitándome las cuadradas gafas de aumento y montura de plástico n***o, luego restregando con cuidado mis párpados con el pulgar y el índice, como si eso fuese a liberarme del sopor que me invadía desde adentro como una bruma grisácea. El sonido de mi celular móvil me sacó de aquella forzada planificación improvisada de lo que haría al llegar a casa, lo saqué del bolsillo de mi pantalón y, poniéndome nuevamente las gafas revisé para saber de qué se trataba aquel aviso. Como casi siempre, era f******k, notificando esta vez que Tommy Walter me había mencionado en una publicación hacía 10 horas. Abrí mi página de esa red social y verifiqué esa de entre tantas notificaciones pendientes:                 “567374463”       Arrugué mi entrecejo, pensativa, completamente confundida por la serie rara de números, pero fue algo trivial, así que ignoré aquello, no era extraño cualquier gesto inmaduro viniendo de él.     Había transcurrido un mes desde que dejé de visitar a Tommy por fuertes asuntos amistosos que incluían a personas de mi entorno familiar, realmente sentía estar ahogándome mientras permanecía a su lado, la mayoría del tiempo discutíamos y siempre terminaba sacándome en cara cosas que realmente herían, situación por la cual yo replicaba del mismo modo y terminábamos descontentos. Fue por eso (y algo más), que decidí mejor alejarme un poco, no para siempre, sino durante un tiempo. Tampoco lo odiaba, pero como el señor se encargaba de hacer de toda estupidez un drama, posiblemente ésta publicación fuera otra más de sus idioteces; en fin, me dispuse a visitarlo en cuanto llegara a mi lugar de residencia ya que, no sólo era mi amigo, sino mi vecino, mi gay vecino.     Di el último sorbo del vaso, notando que a mi derecha estaba media docena de jóvenes entre cuchicheos sentados ante una mesa redonda, volteé a mirarlos y fue entonces cuando me sentí confundida. Definitivamente pensaba que algún grillo se me había parado en la cabeza, ya que parecían tener un chistecito interno en cuanto a mí, uno de ellos, con el cabello rizado y castaño volteó la cabeza para mirarme durante algunos segundos y luego susurrarle algo al joven de aspecto afroamericano, ambos reían y lo volvían a comentar entre voces bajas, más risitas. Entonces un corpulento calvo de pecas en la cara y sin duda osado levantó la cabeza hasta mirarme fijamente, con aires de suficiencia, de saber algo que yo no; posterior a eso comenzó a chocar su lengua con la parte interna de su mejilla, mientras que con el dedo pulgar hacia la simulación de ser algo que introducía en la boca. Arrugué el entrecejo, si no me equivocaba, su gesto era una seña obscena y la verdad era que no comprendía el motivo. Bajé la mirada hacia un lado, con la frente arrugada mientras me permitía buscar una posible respuesta para mí misma acerca de lo que acontecía, entonces concluí que no sería tan grave la cosa, posiblemente no eran más que un montón de mocosos con mucho tiempo libre, gente que se ufana de atemorizar a cualquier jovencita por allí, acosándola sexualmente o agrediéndola verbalmente. Bufé para mí misma, yo no iba a caer tan fácilmente, así que los ignoré y decidí que mejor me mantenía a una distancia prudente de ellos, sin que necesariamente estuviera huyendo.     Después de pagar a la señora me alejé, disponiéndome salir de la universidad, dejando atrás a los hombrecillos que miraban algo en un móvil y se reían como hienas, supuse que con eso ya habían encontrado algo más a lo cual señalarle las encías.     Me enfrenté al atardecer que le daba empuje al crepúsculo de verano, bajo el cual la ciudad de movimiento acelerado obraba su día a día en una rutina que ya en mi boca tenía un repugnante sabor a hierro oxidado. Caminé a pasos acelerados, quería llegar antes que cayera la noche, pues, aunque la universidad estuviera relativamente cerca del lugar donde me hospedaba, ningún sitio exterior era seguro después de las 06:30 pm.      Subí la calle a pie, respirando pesadamente ya al estar en lo alto faltando no más que algunos metros para llegar a mi destino y gracias al cielo, la briza chocó suavemente contra mi cara, refrescando mi piel también gracias a la humedad que provocaba el sudor en mi cuello. Las hebras de mi n***o y corto cabello lacio estilo Chanel (corto atrás –en la nuca– y un poco más largo en las puntas que caían a ambos lados de mis mejillas) se sacudieron un poco y entonces ya tuve más ánimos de proseguir mi caminata. Tengo muy claro que al universo le valgo tres millones de constelaciones repletas de excremento, pero sinceramente no pude evitar considerar que a partir de ese momento, cada partícula de materia y fragmento de tiempo a mi alrededor se volvía en mi contra.     Debido al inicio de la noche era más visible las parpadeantes luces azules y rojas que alumbraron mi cara, mi cuerpo y cada cosa que estaba a su alcance, incluso la sirena de la ambulancia taladraba mis tímpanos con crueldad aún cuando su volumen no era del todo exagerado, fue entonces el momento en que sentí el típico vértigo del pánico emanar desde las profundidades de mis vísceras y extenderse mediante mis venas por todo mi organismo, ese nudo en el estómago y la sensación de mareo se apoderaron de mi cuerpo, dando paso a la adrenalina que me empujó con hostilidad hacia la carrera que di para llegar al lugar que estaba repleto de policías, forenses, bomberos y personal de primeros auxilios vestidos de blanco.  >. Y llegando al lugar me abrí paso entre los vecinos intrusos que con caras lelas y otros sorprendidos miraban el escenario mientras comentaban cosas que no escuché. —Señorita, no puede pasar —me dijo un policía obstruyendo mi camino. —Vivo aquí —repliqué rápidamente. —¿Vive aquí? —repitió él con más atención a lo que yo le había dicho. —Bueno, no técnicamente, soy vecina, vivo al lado —aclaré sintiendo que mi corazón se sacudía con la furia de un tropel de caballos espantados—. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Tommy?  —estallé entonces—. ¡Que alguien me diga algo!                                                                                                                                                                        —Señorita, el señor Walter…      No le dejé terminar la frase, lo esquivé bruscamente y corrí hacia las escaleras que darían con el segundo piso desde la misma calle, abriéndome paso entre otros policías que también repetían lo mismo, pero sus voces para mi estaban amortiguadas, como un reclamo lejano, a mí sólo me importaba saber de una vez qué era lo que sucedía, mientras le suplicaba a los ángeles en congregación con los demonios que no fuera lo que en ese momento pasaba por mi mente.     Sin embargo, a pesar del tiempo que tuve días atrás para demostrarle que mi amistad valía la pena, para ayudarle a levantarse durante sus lapsos de decadencia emocional, para acompañarlo cuando se sintiera sólo, para recriminarle lo que hacía perjudicial para sí mismo y defenderlo de quienes intentaban hacerle daño, ya era demasiado tarde, todo por un mísero orgullo del que fui títere todo ese tiempo. Ahora de nada servía decirlo, ahora nada volvería a ser como antes y sin lugar a dudas la culpa me aplastaba cual si fuera una bola de demolición cuando levanté la cortina y le vi así, allí, recostado sobre la cama, pálido como un viejo, desgarrado y abandonado maniquí, con sangre regada por todas partes: sobre las sábanas arrugadas, sobre las almohadas fuera de lugar, sobre su piel maltratada, sobre el piso de cerámica color marfil, sobre la mesa de noche y sobre la pared.    —No puede ser —musité en un hilo de voz mientras sentía cómo las sacudidas de mi corazón dificultaban que mis pulmones se inflaran de aire cuando intenté inhalar—. Esto no es verdad, nada de esto está sucediendo.       El forense supervisaba, percatándose de mi llegada brusca, así mismo el fotógrafo que tomaba evidencia y más policías de los cuales otro se acercó a decirme cosas que de igual modo seguí escuchando lejos. Era perturbador para mi débil mente ver toda aquella dantesca obra satánica, mi amigo estaba de separadas manos atadas con grilletes al respaldar de la cama, desnudo, con hematomas visibles como si antes de su muerte le hubieran golpeado con un bate; pero lo más intrigante era la bolsa negra que alguien había puesto sobre su cabeza, borrándole la identidad hasta que aquel objeto de plástico fuese retirado para de una vez saber qué era lo que encriptaba esa superficialidad. A partir de ese momento fui entrando en razón de la macabra broma que me jugaba la vida, esa broma que a partir de entonces haría de mis noches un espeluznante desfile de sueños que no me dejarían dormir.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD