Aurora caminaba por la calle empedrada, envuelta en sus pensamientos, cuando de repente el mundo pareció detenerse. Un ligero tropiezo, apenas un roce de hombros, la hizo tambalearse. Al alzar la vista, se encontró con unos ojos oscuros y profundos, llenos de misterio, que la miraban con una intensidad que la dejó sin aliento.
—Lo siento —murmuró, sintiendo cómo sus mejillas se encendían de inmediato. Era raro que se sintiera tan vulnerable ante un desconocido.
—No fue nada —respondió él, su voz grave y baja, como una promesa silenciosa.
Aurora quiso apartarse, seguir su camino y olvidar el pequeño incidente, pero algo la retenía. Esos ojos, esa mirada, parecían estar diciendo más de lo que las palabras podían expresar. Había una conexión, una chispa casi palpable entre ellos, que la hizo estremecer.
El hombre, alto, de semblante impenetrable y con una leve sombra de barba, la observaba detenidamente. No con la típica mirada curiosa de los extraños, sino con algo más profundo, algo que desarmaba cada capa de protección que ella había construido a lo largo de los años.
—¿Estás bien? —preguntó él, su ceño ligeramente fruncido en una expresión de preocupación genuina.
Aurora asintió rápidamente, sin saber cómo reaccionar. ¿Por qué sentía que conocía esos ojos? ¿Por qué su corazón latía desbocado, como si fuera a romperse de nuevo si no tenía cuidado?
—Sí, solo... no te vi venir.
—Nadie lo hace —murmuró él con una sonrisa enigmática, antes de hacer un gesto que casi parecía una pequeña reverencia. Se giró lentamente para marcharse, como si el momento se esfumara tan rápido como había llegado.
Aurora lo observó alejarse, sintiendo un vacío extraño que no sabía cómo explicar. Era como si algo importante hubiera comenzado en ese breve instante, un encuentro inesperado que desafiaba toda lógica.
Al dar unos pasos, se detuvo. Miró hacia atrás, buscando esa figura que ya no estaba. Pero algo dentro de ella había cambiado, algo que no podía ignorar.
Aurora se quedó inmóvil por un momento, observando el vacío donde él había estado solo segundos antes. El aire alrededor de ella parecía haber cambiado, cargado de una tensión que no podía explicar. No era la primera vez que tropezaba con alguien en la calle, pero jamás había sentido algo como esto. Ese hombre, con su mirada intensa y su presencia que parecía llenar todo el espacio a su alrededor, había dejado una huella en su alma.
Con un suspiro profundo, intentó seguir caminando, pero sus pasos se sentían más lentos, como si un peso invisible la estuviera anclando al suelo. ¿Qué había sido eso? Un simple choque, un roce, pero había despertado en ella algo que pensaba olvidado: la esperanza. Una esperanza que había enterrado tan profundamente después de las heridas del pasado. Algo dentro de ella le decía que no podía dejarlo ir tan fácilmente.
"Estúpida", se regañó, reprendiendo sus propios pensamientos. ¿Qué esperaba? ¿Que él se diera vuelta y volviera a mirarla, que todo esto fuera el comienzo de alguna historia romántica imposible? No, no era así como funcionaba la vida. Las personas como ella no se permitían esos lujos. Y, sin embargo, el eco de sus palabras, esa sonrisa enigmática, seguía resonando en su mente.
Cuando al fin se obligó a continuar su camino, el sonido de sus tacones sobre el pavimento parecía el único ruido en el mundo. De repente, un suave viento levantó una hebra de su cabello y la hizo sentir un cosquilleo en la piel. Fue entonces cuando lo vio de nuevo. Él hombre desconocido estaba parado en la esquina, casi como si hubiera estado esperándola. La sorpresa la recorrió, y su corazón saltó en su pecho.
—¿Todavía estás aquí? —preguntó, sin poder ocultar la incredulidad en su voz.
Él no respondió de inmediato. En lugar de eso, sus labios se curvaron en una sonrisa, tan leve y misteriosa como la primera. Su mirada se intensificó, y Aurora sintió como si, de alguna manera, él ya supiera lo que pasaba por su mente.
—No me voy a ir —dijo, su voz suave pero decidida. No era una amenaza ni una promesa. Era simplemente una declaración. Algo en sus palabras la hizo temblar.
Aurora tragó saliva, incapaz de articular una respuesta inmediata. Estaba atrapada entre la desconfianza y la curiosidad. Algo en su interior le decía que debía marcharse, ignorar la sensación de que el destino estaba tocando su puerta. Pero otra parte de ella, esa parte que había estado dormida durante tanto tiempo, quería conocerlo, quería saber qué había detrás de esos ojos oscuros y esa presencia que la había cautivado.
—¿Por qué sigues aquí?, ¿intentas hacerme algo? —preguntó ella, por fin. Su voz sonaba más firme de lo que se sentía.
Él hombre dio un paso hacia ella, reduciendo la distancia entre ambos, hasta que el aire entre ellos se volvió denso y eléctrico.
—Porque creo que tú también lo sientes, es solo que eres de aquellas mujeres que te vale todo, que no cree en el amor a primera vista, que no entiende que algunos hombres somos diferentes —dijo con una suavidad que contrastaba con la fuerza de sus palabras.
Aurora no podía mover los ojos de los suyos. Algo en su interior resonó con la verdad de lo que acababa de decir, aunque no sabía cómo o por qué. Solo sabía que, por un momento, el mundo entero se había reducido a ese instante, a esa mirada. Y no había vuelta atrás.
El viento comenzó a soplar con más fuerza, jugando con su cabello, como si la naturaleza misma estuviera impulsando este encuentro, obligándola a enfrentar lo que había estado evitando por tanto tiempo: sus propios sentimientos.
El dio un paso más cerca, y Aurora, casi sin darse cuenta, lo permitió. Su respiración se aceleró, y en sus ojos se reflejó la misma vulnerabilidad que él había mostrado un instante antes. Nadie más estaba allí, solo ellos, rodeados por una quietud que se sentía casi mágica.
—No sé quién eres —dijo Aurora, sus palabras temblando, su corazón batiendo con fuerza—. Pero no puedo ignorar lo que siento. No puedo seguir ignorando... lo que esto significa.
El la observó, sus ojos llenos de una oscuridad insondable, pero también de algo más. Algo que parecía un destello de esperanza, una promesa de algo que podría ser hermoso, pero también aterrador.
—Entonces, ¿por qué seguir huyendo? —respondió él, acercándose más hasta que el calor de su cuerpo fue palpable, envolvente.
Aurora cerró los ojos por un momento, tomando aire, sintiendo que el tiempo se detenía, y cuando los abrió de nuevo, su mirada se encontró con la de él, entregándose a la atracción, al magnetismo, a todo lo que no podía controlar.
—Porque tengo miedo —susurró, la verdad saliendo de sus labios con una sinceridad que la asustaba.
Y con ese simple susurro, el destino había hablado.
Aurora no pudo evitar sentirse ligeramente avergonzada cuando escuchó la voz familiar de su amigo, Daniel, llamándola desde la esquina de la calle. La tensión en su pecho, provocada por la cercanía del tipo guapo, desapareció momentáneamente al ver la figura de Daniel acercándose con paso rápido.
—¡Aurora! —exclamó, con una ligera sonrisa, aliviado de verla bien—. ¡Finalmente te veo! ¡Te estaba buscando por toda la ciudad!
Aurora no pudo evitar sentir una punzada de culpa al notar la preocupación en su rostro. Sabía que Daniel siempre había estado allí para ella, pero algo en su interior le decía que esa conversación, esa conexión que acababa de experimentar con Dante, no se podía compartir con él. No aún.
—Lo siento, Daniel —dijo rápidamente, dándole una sonrisa forzada—. Estaba distraída. No pasa nada, todo está bien.
Pero Daniel no parecía convencido. Se acercó más, su mirada fijándose en el espacio vacío donde Dante había estado solo unos momentos antes.
—¿Y el tipo con el que hablabas? —preguntó, un tanto desconcertado—. ¿Quién es?
Aurora titubeó, buscando las palabras correctas para evitar entrar en detalles. La última cosa que quería hacer era hablar con un desconocido, especialmente con Daniel, quien siempre había sido tan protector con ella. Sin embargo, el brillo curioso en los ojos de Daniel la hacía sentirse como si no pudiera esconder nada.
—No es nadie —respondió con firmeza, más de lo que sentía realmente. Era la respuesta más fácil, la que debería haber dado. Después de todo, no era como si Dante significara algo para ella... aún.
Pero justo cuando las palabras salían de su boca, una sombra se cruzó en su camino, y Aurora sintió que el aire se volvía más pesado. El apareció nuevamente, de pie frente a ella, como una figura imponente que parecía desafiar la realidad misma.
Su mirada se posó en Aurora, y esa intensidad que había sentido antes regresó con fuerza. Él la miró como si estuviera a punto de devorarla con la mirada, pero, sin decir palabra alguna, sus ojos viajaron rápidamente hasta Daniel, registrándolo como si no fuera más que un espectador en la escena. La tensión creció en el aire, y Aurora sintió una oleada de nerviosismo, una mezcla de deseo y confusión.
El desconocido respiró profundamente, su expresión ahora seria, casi como si hubiera tomado una decisión en ese instante. Luego, sin mediar palabra, suspiró profundamente, como si el peso de algo no dicho lo hubiera agotado, y dio media vuelta.
Aurora lo observó alejarse, sintiendo el vacío que dejaba en su lugar. El extraño, el hombre que había causado un revuelo tan profundo en su interior, se marchaba sin decir nada más, como si lo que había ocurrido entre ellos no fuera más que un suspiro en el viento.
El observó en silencio el intercambio entre Aurora y el desconocido, sin entender completamente lo que acababa de suceder, pero sabiendo que algo no estaba bien.
—¿Quién era ese? —preguntó finalmente, su voz más grave de lo habitual.
Aurora lo miró por un momento, intentando encontrar una respuesta que no sonara vacía, que no revelara la confusión que la embargaba por dentro. Pero lo único que pudo hacer fue mirar a Daniel con una expresión cargada de pensamientos que aún no podía poner en palabras.
—No es nadie, solo alguien con el que me tope y tuvimos un pequeño accidente sin importancia —repitió, pero esta vez las palabras sonaron vacías, como si ella misma estuviera tratando de convencerse.
Un suspiro escapó de sus labios, y al ver que Daniel la miraba de una forma que ya le era tan familiar, sintió un alivio y una creciente confusión al mismo tiempo.
Lo que había vivido con ese extraño no podía explicarse, y lo peor de todo era que ni ella misma entendía por qué sentía que algo más grande se estaba gestando entre ellos. Algo que no podía ignorar, pero que tampoco podía abrazar tan fácilmente.
—Vamos a casa, Aurora —dijo Daniel, colocando una mano en su hombro con suavidad, como si de alguna manera pudiera aliviar la tormenta interna que había comenzado a desatarse en su corazón.
Aurora asintió, sin decir nada más. Caminó junto a él, pero sus pensamientos seguían atrapados con él tipo que extrañamente hacía que su corazón latiera al rimo de un compás, en la manera en que había mirado, en el eco de su respiración, en ese inexplicable magnetismo. Sabía que el encuentro con él no había sido casual. Algo había cambiado, algo que no podía entender... pero que no podía ignorar.