El ambiente en la casa de Aurora comenzó a relajarse, aunque la preocupación seguía flotando en el aire. Dante se acercó un poco más a Aurora, notando la tensión en sus hombros y el cansancio en su rostro. Mientras tanto, Rosa, Violeta y Emeli tomaron asiento en el salón, dejando espacio para que ambos pudieran hablar a solas. —Vamos a sentarnos, ¿te parece? —sugirió Dante, guiándola hacia el sofá. Aurora asintió, dejándose caer en el mueble, con la cabeza llena de pensamientos que no podía ordenar. —Gracias por venir, Dante —dijo ella en voz baja, mirando al hombre que siempre había estado a su lado, aún en la distancia. Él asintió con una sonrisa suave y se sentó junto a ella, de tal forma que su proximidad le transmitía un poco de consuelo. —No tienes que darme las gracias —respondió

