Capítulo 02: Lo recuerdas bien

1281 Words
Lia Los meses de invierno en Roma apenas empezaban. La lluvía caía a grandes gotas continuas una tras otra y mi paraguas no parecía ser lo suficientemente fuerte para resistir las rudas ventiscas que obligaban a más de uno a volver temprano a casa. Las pocas calles que atravesaba a diario para ir en busca de Steffano se volvían más grandes e interminables en épocas como esa. Cuando por fin logré llegar a aquel austero jardín de niños ya no había ni siquiera un solo padre fuera a la espera de la salida de sus hijos, al parecer yo era la última en pasar, como siempre. –¿Lia? –consultó Elisa, mi buena amiga y también maestra al cuidado de mi pequeño– ¿Dónde estabas? ¿Acaso no recibiste mi mensaje? La tormenta de hoy nos obligó a mandar a los niños más temprano a casa, ya todos los padres vinieron por ellos y casi todas las maestras se fueron a sus casa. Me sonrojé como la mayoría de veces lo hacía en estos casos, no tenía idea de cómo excusarme esta vez ya que había usado todos los posibles pretextos ante mis consecutivas tardanzas. Tampoco podía decirle que el celular que tenía se encontraba en un estado de deterioro desesperante o que durante la mañana recibí a muchas personas en la sala de urgencia, imposibilitando mi salida puntual o al menos algún momento para leer mensajes por r************* . –Tu trabajo ¿Verdad? –consultó mientras yo asentí callada– No te preocupes cariño, ya lo suponía, por eso me quedé un rato más al cuidado de Steffano, tienes mucha suerte de ser una buena amiga para mi. Río transmitiéndome aquella calma característica en su persona, respiré hondo y aliviada preguntándome qué había hecho para merecerme a una mujer como ella en mi vida. –La tormenta ya está terminando y pensé que tal vez querrían un aventón a casa, de todas formas la suya queda de camino a la mía. –Eres un ángel para nosotros, no tienes idea de lo agradecida que estoy contigo por todo lo que me ayudas. La rubia de gran altura solo sonrío en lo que me invitaba a ingresar al recinto de infantes, la seguí tras quitar el agua de mi paraguas y al poco tiempo escuché los pasos de mi muchacho corriendo para recibirme. –¡Mamá! ¡Mami! Saltó a mis brazos en un gesto amoroso tan efusivo como el de siempre, algunas madres solían bromear diciendo que Steffano siempre parecía darme la bienvenida como si no me hubiese visto en años y ese era precisamente el detalle que a mi me fascinaba. Mi niño ya había cumplido los cinco años tan solo un mes antes, pero seguía siendo muy pegado a mi pese a que ya era todo un hombrecito. Su bonito cabello ensortijado y largas pestañas habían sido un herencia de su innominable padre, sin embargo, agradecía de vez en cuando que al menos le dejara de legado lo más bonito de su apariencia física. –¿Cómo has estado hoy? ¿Te portaste bien? –le pregunté luego de llenarlo de besos y colocarle bien el gorro de lana que traía mal puesto– –Obedecí en todo a Eli. ¡Me he portado bien! –Esa es una gran noticia, te daré un par de galletas cuando lleguemos a casa. Saltó de alegría en cuanto le di aquella noticia, ahora tenía una urgencia mayor a corto plazo, volver para recibir aquellos dulces. –Aprovechemos que la tormenta se calmó un poco para conducir, quien sabe si vuelva a desatarse. Nos dijo Elisa y accedí de buena gana, tomando a mi hijo de la mano para guiarlo hasta la cochera en donde nos esperaba el auto pequeño pero confortable que nos llevaría a casa. Tardamos más de lo habitual en llegar a causa de las calles mojadas, resultó mejor idea ralentizar la velocidad para evitar un accidente. –Mamá ¿Cuándo volverá Alonzo? Preguntó Steffano en voz alta sin tener en cuenta del entorno en el que nos encontrábamos. La cuestión me tomó por sorpresa, causando un inexplicable titubeo llego a mi persona y este solo fue acentuado por la forma en la que mi amiga me miró a través del espejo retrovisor. –A… ¿Alonzo? –Sí, Alonzo. Confirmó para mi pesar, como si fuera lo más normal del mundo. Los ojos pícaros de Elisa y esa sonrisa que apenas podía contener solo le hicieron creer un poco más de lo que se imaginaba y no sucedía entre nosotros. Para colmo, mi nerviosismo no ayudaba para nada. –¿Cuál Alonzo? –¡Ah… Lia! Ambas sabemos perfectamente de cuál Alonzo habla Steffano, Alonzo Conte. Seguramente recuerdas bien a ese castaño apuesto y alto de cuerpo bien trabajado. A mi me bastó con solo verlo una vez para no olvidarlo, desde luego, tú debes conocerlo mucho mejor. Elisa había visto al mencionado tan solo una vez en su vida y con aquella ocasión bastó para que le dejase una huella notoria. En aquel entonces Alonzo había caído de sorpresa en casa y no tuve más remedio que dejarlo entrar por la resaltante emoción de mi hijo, cruzándose así con mi amiga y charlando por un par de minutos gracias a su elocuente personalidad que la dejó impactada. –No sé en dónde estará ese Alonzo, –inquirí fingiendo conocer a varios con el mismo nombre hasta el punto de confundirlos– tampoco sé cuando vendrá, suele hacerlo raras veces, nunca avisa. –Pues, algo me dice que ya te hace falta una de sus pasadas por aquí… –¡Elisa! –exclamé ruborizada. No era buena para ese tipo de bromas, mucho menos para que pensaran que tenía algo íntimo con una persona a la que detestaba– Creo que ya llegamos, gracias por traernos hasta aquí. –Huyes de la plática, cobarde. Bromeó como tantas veces. Yo todavía no terminaba de acostumbrarme a aquella presunta relación que se había formado por sí sola dentro de la mente, por lo que agradecí al cielo que llegaramos de manera oportuna al edificio en donde se encontraba mi departamento. –¡Adios Eli! Se despidió mi pequeño con la mano y la vi desaparecer a lo largo del camino tras unos breves segundos. –Andando, vamos a quitarte esa ropa mojada y cenar. Ya conocía la rutina, así que no hizo falta decirle qué hacer. Mi chico era inteligente, maduro y por sobre todo independiente, cualidades que le venían muy bien a una madre soltera como yo. –¡Mamá! ¡Hay un papel debajo de la puerta! Dejó un sobre manila sobre la encimera de la cocina antes de continuar su camino hasta la habitación. Mi lógica empezó a funcionar rápido al recordar que todos los papeles pasaban primero por el portero principal y este luego traía el correo por paquetes en días coordinados. Miré hacia el pasillo para darme cuenta de que Steffano ya había desaparecido tras su habitación. La curiosidad pudo más, así que abrí aquella cubierta de papel antes de ir por ropa seca y leí el contenido con atención. Las piernas me temblaron y el corazón empezó a palpitar muy fuerte. Tuve que apoyarme en el refrigerador para sostener mi anatomía de la impresión y el miedo. Tan solo bastó una oración escrita para hacerme perder la tranquilidad que me había esforzado tanto por alcanzar. "Raffael Vítale, anulación de sentencia. Libertad inmediata." Mis manos dejaron de sostener los papeles dejándolos caer al suelo. El padre de mi hijo iba a salir de prisión y se había encargado de hacermelo saber.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD