Lia
La sala de espera fuera de la habitación en la que habían metido a Sofía casi una hora antes, era sumamente tensa y tétrica. El centro de salud al que habíamos llegado parecía ser uno de los más antiguos de Roma a juzgar por su porte y estilo de construcción, aparentaba ser más una casona antigua en lugar de un nosocomio. Todos los pasillos llevaban a un gran patio central sin techo que nos mostraba el amanecer y permitía que el aire frío de la madrugada se colara entre nosotros.
Todavía estábamos llenos de polvo producto del desastre causado por Raffael, aunque eso era lo de menos, el pobre Fernando se había mantenido de pie junto a la puerta de urgencias, con los ojos hinchados y la clara preocupación en la cara. Ni siquiera aceptó el café que Angelo le ofreció para calentarse un
