Como no podía cazar como lobo, me adapté y superé la situación. Pedí prestada una escopeta y esa misma mañana había cazado un par de pavos salvajes. Estaban descuartizados y marinados en la receta secreta de mi madre en el refrigerador de la cocina. Me ayudó a sentirme menos excluido esa noche, sabiendo que aún podía aportar algo para el festín. Me desperté cuando regresaron los primeros grupos, aullando de victoria, y sonreí mientras descargaban sus mochilas y conversaban sobre la cacería. Los más jóvenes eran los más emocionados. Me agasajaron con historias de valentía y destreza en la caza, junto con promesas de cazar presas aún más grandes cuando crecieran. Después de una hora, decidí volver a dormir, ya que algunos grupos no regresarían hasta la mañana siguiente. Llegó el Día de Acc

