Capítulo 9

1563 Words
Lentamente acercó sus ojos a la cámara. La pena y el arrepentimiento llenaron su mirada mientras las lágrimas llenaban sus ojos una vez más. —Elena, cariño, lo siento—, dijo y sacudió la cabeza. —Todo esto es mi culpa. Debí haber pensado en las consecuencias a largo plazo de mis acciones y no lo hice. Nunca tuve la intención de hacerte daño y espero que puedas encontrar en tu corazón la fuerza para perdonarme. Lo siento mucho.— —¡ Y corte!— Exclamé y luego asentí hacia Farrah. —Continúa con el gran final—. —Lo siento, Sergio—, gritó, con las manos temblando mientras levantaba el arma una vez más. —Mi amor, por favor. ¡No!— el exclamó. El arma se disparó y Sergio jadeó. Farrah dejó caer el arma y cayó de rodillas, arrastrándose hacia él. Una sonrisa se formó en mis labios cuando me acerqué y recogí el arma del suelo, observando cómo Farrah abrazaba a su marido moribundo. Sergio jadeó en busca de aire, el agujero en su pecho goteaba sangre. —Lo siento mucho—, gritó Farrah, sosteniendo su rostro entre sus manos. —Te amo mucho. Lo siento mucho, Sergio—. Puse los ojos en blanco, pero seguí filmándolos, ya que la mejor parte estaba por llegar. —Te… amo…—, dijo Sergio ahogándose justo antes de tomar su último aliento. Me moví para acercarme y ver los ojos muy abiertos de Farrah buscando el rostro de Sergio, sonriendo cuando se dio cuenta de su muerte. —¡Sergio! ¡No no no no!— Gritó, su cabeza cayendo sobre su regazo. —¿Qué esperabas que pasara después de dispararle al hombre en el pecho, asesina?— Yo pregunté. Ella sólo sollozó en respuesta, atormentada por el dolor. Le entregué a Martin mi arma. —Dame la otra arma —, murmuré. Una vez que lo hizo, le pasé la cámara y le quité el arma, caminando hacia Farrah. —¿Sigues filmando?— —Sí—, dijo Martin. Miré a la mujer angustiada. No podía empezar a imaginar cómo se sentía haber matado a tu amante y haber perdido a tu hija para siempre. Pero no estaba en el negocio de sentir emociones o preocuparme por cómo se sentía otra persona. —Farrah—, grité. Ella lentamente me miró, el maquillaje corría por su rostro mientras sus sollozos se convertían en hipo. Le tendí mi arma. —Ahora es tu turno—, murmuré. Su frente se arrugó en confusión mientras sacudía la cabeza. —No entiendo. Hice lo que me pediste—. —Deberías haber escuchado a tu marido—, dije con una sonrisa. —No se puede ganar jugando con el diablo. Así que ahora te toca a ti. Toma el arma—. Me miró fijamente durante un largo momento, antes de que su mano temblorosa tomara el arma. —Buena niña. Ahora ponlo en tu cabeza—, le indiqué. —Dios no. Por favor, no me obligues a hacer esto—, gritó. —Ponlo en tu cabeza, Farrah—, repetí. —¡Hice lo que me pediste!— ella gimió. Suspiré profundamente. —No me gusta repetirme. Poner. El arma. A tu maldita cabeza . Ella tembló mientras se apuntaba el arma a la cabeza. —Por favor—, suplicó. Las lágrimas brotaron de sus ojos y su boca me suplicó que no la obligara a hacerlo. —Aprieta el gatillo—, dije. Ella sacudió su cabeza. —¡No puedo! ¡No puedo!— —Farrah—, dije —Aprieta el gatillo o lo haré yo. Tienes hasta la cuenta de tres. 1.— —¡Por favor, Dios, no!— —2.— —¡Dios perdoname!— —3.— Disparé mi arma y le disparé en la cabeza. Se desplomó a los pies de su marido y su sangre se acumuló en el suelo de madera. —Buen tiro, jefe—, dijo Martin. —Gracias. Puedes cortar la cámara ahora. Creo que son suficientes imágenes para su princesita—, dije. Le devolví a Martin su arma y le quité la mía a Farrah, colocándola en la cintura de mis jeans. —Vamos a salir de aquí.— Una vez que volvimos a la camioneta, llamé a mi padre. —Está hecho—, dije cuando respondió. —Muy bien—, dijo. —¿Supongo que estás listo para conseguir a la chica?— —Sí. ¿A qué velocidad puedes tener listo el avión? —Está listo para ti. Sabes adónde ir, ¿verdad? —Sí, lo recuerdo. Me registraré cuando regrese—. —Suena bien, hijo. Hablaremos pronto—, dijo y colgó. Poniendo el teléfono en mi bolsillo, encendí el auto. —Es hora de recoger mi paquete—. * Seis horas después, KC Martin y yo aterrizamos en Greenville, Carolina del Sur. La adrenalina corrió por mis venas al pensar en tenerla, más aún al pensar en ver su cara al ver lo que les pasó a sus padres. Nos instalamos en un hotel para pasar el día. Podría haberla tomado a plena luz del día, pero había otras cosas que debía hacer para asegurarme de que todo saliera bien. No se podía simplemente tomar a una magnate del maquillaje sin que la gente se preguntara dónde estaba o se arriesgara a que alguien investigara su desaparición. —KC, necesito que piratees su teléfono—, le dije, mirando las opciones del minibar con el ceño fruncido. Por más cara que fuera esta habitación, seguramente escatimaron en el buen alcohol y los bocadillos. KC sacó su computadora, la pulsó varias veces y luego me miró. —¿Algo que quieras en particular?— —Necesito enviar mensajes de texto a Neitan, Savannah y Kandice—, dije. —¿ Vas a matarlos también?— Preguntó Martin antes de arrojarse un puñado de Fritos a la boca. Me burlé. —Yo no mato a todo el mundo, Martin. ¿Qué divertido sería eso? Además, eso no hará más que atraer más atención sobre la desaparición de Elena. —¿ Cuál es entonces el plan para ellos? Tener testigos tampoco ayudará—, respondió. Sonreí. —Serán testigos, pero tengo algo para ellos. Verás.— Mirando a KC, agregué: —Envía mensajes de texto a esos tres diciéndoles que estén en su casa a las 5:30. Tiene un anuncio que hacer—. —Lo tienes—, dijo asintiendo y comenzó a escribir en el teclado. —¿Tiene todos los documentos comerciales?— Le pregunté a Martin. Se secó la mano en los pantalones y hojeó la carpeta que tenía en el regazo y finalmente asintió. —Sí. Está todo aquí, jefe—, respondió. Asentí y me moví para sentarme en la silla vacía cerca de ellos. —Bien. Finalicemos estos planes y preparémonos, ¿de acuerdo? Pasamos la mayor parte del día repasando diferentes escenarios y examinando el edificio en el que vivía. Como vivía en un ático, tenía una llave especial que era necesaria incluso para conseguir que el ascensor te llevara a su piso. —Puedo hacer una copia si tienes una tarjeta de acceso de su edificio—, dijo KC. —¿Es eso posible?— Pregunté con una ceja levantada. KC sonrió. —Casi todo es posible en tecnología. Si está controlado por un sistema informático, puede ser pirateado—, afirmó. —Bueno, no tengo uno de su edificio. ¿No podemos usar la llave de nuestro hotel? Yo pregunté. Sacudió la cabeza. —Hackear la tarjeta de acceso desde aquí solo nos dará acceso a todas las habitaciones aquí. Será inútil en su edificio—. —Siempre podemos conseguir la llave maestra de quien esté en la recepción—, dijo Martin, haciendo crujir los nudillos. —Me vendría bien una buena pelea—. Miré mi reloj. El tiempo se estaba acabando y tendríamos que partir pronto para llegar antes que Elena. Suspiré. —Eso es lo que vamos a tener que hacer, ya que no tenemos tiempo para hacer todo eso ahora. Tenemos que irnos.— Empacamos nuestras pertenencias y bajamos las escaleras hasta la camioneta apagada . Mientras Martin conducía, KC se ocupó de piratear el sistema de cámaras de su edificio para asegurarse de que estuvieran apagados cuando llegáramos. Miré su foto una vez más, ansioso por ponerle las manos encima. Parecía tan inocente y pura, y saborearía cada minuto de romperla hasta que no fuera más que un caparazón de lo que era antes. Martin rodeó la parte trasera del edificio y él y yo salimos, dejando a KC adentro para piratear lo que necesitaba. —Las cámaras están apagadas, así que ya está listo—, dijo. —Gracias. Haremos esto rápido. Llámame si algo parece raro—, dije. —Lo haré—, dijo asintiendo. Caminé hacia el frente del edificio con Martin siguiéndome de cerca, caminando dentro del lujoso vestíbulo. Un hombre bajo y regordete detrás del escritorio nos miró con ojos aburridos mientras miraba una revista deportiva colocada frente a él. —¿Puedo ayudarle con algo?— dijo arrastrando las palabras. Hasta aquí la hospitalidad sureña.
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