Capítulo 17 | Sentimientos confusos

2116 Words
Tu personalidad cruel hace que mi corazón se derrita. Cuando Alec abrió la puerta, vi a Matthew con una expresión avergonzada. Los nervios me consumieron por dentro, y me sentí incapaz de respirar con naturalidad. Por la situación, crucé los brazos sobre la mesa y escondí la cabeza en ese hueco. Mi mirada, baja y fija en el suelo, reflejaba ese nerviosismo y vergüenza que no podía ocultar. No podía olvidar el día en que nuestros labios estuvieron tan cerca. ​—¿Qué le pasa a la pulga? —preguntó Matthew. ​—Ni idea —respondió mi hermano, y volvió a cocinar. ​En ese momento sentí un torbellino de emociones, claramente imposibles de describir. Claramente, ambos no queríamos recordar el tema; yo, sobre todo, quería huir, pues no quería dar la cara por ese suceso. —Hola, pulgarcita —dijo Matthew con un tono de seriedad. Su voz me provocó un escalofrío. ​—¡Hola, Matthew! —seguía con la mirada gacha. ​—Ya vengo. Voy a buscar un par de verduras en el almacén de abajo. ​—¿Qué? Espera, voy contigo —dije, intentando levantarme, pero vi a mi hermano con una ceja arqueada. ​—No, te quedas ahí sentada —dijo con un tono serio. Observé cómo agarró el sobre con las cartas, y a su vez vi cómo me señaló con la mirada a Matthew y me guiñó un ojo. Miles de pensamientos me invadieron. Vi a Alec irse al almacén y me quedé en la cocina con Matthew, sintiendo su mirada fija en mí. Enseguida me puse nerviosa. ​—Puedes dejar de mirarme, por favor —dije con una voz nerviosa y algo torpe al hablar. ​—¿Acaso te molesta que te mire? —preguntó, sentándose a mi lado y observándome fijamente. ​—Obvio que sí —respondí, levantándome con una sonrisa tímida y dando unos pasos, lejos de él, aprovechando que ya podía recuperar un poco de mi fuerza. ​—No deberías caminar —se levantó rápido y me tomó del brazo con cuidado, su mirada llena de preocupación y ternura. ​—¿¡Pero, ¿qué haces, Matthew?! —pregunté, intentando liberarme. ​—Solo te ayudo, no puedes caminar como si nada. ¿Olvidaste que tu magia te dejó débil? —susurró mientras me acomodaba un mechón de cabello con cuidado. ​—Tú no eres así —miré para otro lado y solo suspiré profundamente. Matthew me agarró del mentón con una fuerza innegable, obligándome a mirarlo directamente a sus profundos ojos azules. Mi corazón latía, pero antes de que él pudiera reaccionar, le saqué una daga de su bolsillo y, con un suspiro contenido, la posé suavemente en su garganta, como recordatorio de que, aunque la atracción entre nosotros ardía, el peligro acechaba. ​—La pulgarcita revela su verdadero rostro. Eso nunca me lo vi venir, me encanta. ​—¡Eres un idiota! —exclamé sorprendida por sus palabras, apretando aún más la daga contra su cuello. ​—¿Qué más soy, pulgarcita? —preguntó, y sentí su mano recorrer mi espalda; luego sentí un filo atravesando mi blusa. ​—¡Pero! —exclamé, apretando con más fuerza la daga, mientras él respondía con una maldita sonrisa—. Sabes, eres muchas cosas, Matthew Omaclix. A veces tu egoísmo es insoportable, tus actitudes cambiantes son un veneno, y tu maldita obsesión te hará caer. Matthew me sonrió. Poco a poco vi sangre en su cuello; tanto él como yo nos habíamos lastimado, pero eso no nos importó desde el inicio de esta rivalidad. Justo cuando bajé la guardia por un segundo, él aprovechó sin dudarlo. Con un movimiento ágil, me sacó la daga y giró mi cuerpo, apoyándome con fuerza contra un mueble cercano. Antes de que pudiera entender qué pasaba, sentí sus dos dagas clavándose contra mi cuello. El aire se volvió denso, y el silencio entre nosotros era tan pesado que casi podía escucharse el latido acelerado de mi corazón. ​—¿Sabes algo, Loreine Vartylz? Tú también eres muchas cosas. Eres manipuladora, una doble cara, algo que es insoportable, una egoísta malcriada y, por último, eres un veneno para mi camino —dijo él, pero su tono de voz no era serio, era de admiración—. Y con todo eso, aun así, me encantas. Lo que dijo me hizo soltar una risa ahogada. Él apretó un poco más las dagas sobre mi cuello y sonreía feliz; eso sí me hizo dar rabia en absoluto. —¿Qué te encanta? —pregunté riendo, sintiendo cómo el filo de las dagas cortaba un poco mi cuello. ​—Me encantas tú, pulgarcita, pero a la vez te odio. Me quedé en shock; en un momento me costaba hablar. No sabía cómo reaccionar ante su comentario, solo empecé a reír ahogadamente, aunque el filo de las dagas estaba a punto de cortarme el cuello. Miré a Matthew a los ojos y me perdí en su mirada, pero aun así intentaba pensar cómo zafarme de esta situación. Por un impulso, mis manos se posaron en la camisa de él, sobre sus pectorales; mi corazón aumentó el ritmo. La tensión entre nosotros ardía en el aire, incluso la tensión se podía cortar con un cuchillo. Sentí cómo Matthew se mordía el labio con fuerza al rozar mis manos en sus pectorales, como si ese simple contacto lo desarmara un poco. No podía apartar la mirada de sus ojos; lo miraba fijamente, intentando que bajara la guardia, deseando que mordiera el anzuelo que yo le estaba tendiendo con cada gesto, con cada silencio cargado de intención. Sentí cómo poco a poco las dagas sobre mi cuello ya no apretaban tanto como antes. Coloqué mis manos en su cuello; su altura de uno noventa me obligaba a ponerme de puntitas para acariciar su mejilla con ternura. Ya no sabía si ese gesto era para liberarme o para estar más cerca de él, pero decidí ignorar esos sentimientos. Matthew sacó las dagas de mi cuello y las guardó con calma. En un instante, me agarró de la cintura y me acercó hacia él, y yo caí —o mejor dicho, ambos caímos— en la intensa tensión. ​—Si yo caigo, caerás conmigo en este pecado, pulgarcita —dijo con voz suave, pero llena de intensidad. ​—No hagas esas bromas y aléjate de mí, Matthew —dije, con un poco de nervios, pero con un deseo oculto de caer con él en ese pecado—. ¡Ya no es gracioso! ​—No es un chiste. Sé que te pones nerviosa cuando estás cerca mío, y sé lo mucho que me odias —dijo con una sonrisa en su rostro. ​—¡Que te alejes de mí! Te odio —murmuré. ​—Yo también te odio y odio todo de ti. Si quieres que me aleje, demuéstralo, demuéstrame que en serio me odias —murmuró, acercándose más a mí. ​—¿Que lo demuestre? —pregunté, y le di una bofetada que se escuchó por todo el lugar—. ¡Ahí tienes mi demostración! ¡Ahora aléjate de mí! ¡ALÉJATE, MATTHEW! —grité, mirándolo fijamente a los ojos azules. Él ignoró la orden de alejarse de mí, me cargó en sus brazos, me apoyó sobre la mesa, me tomó del mentón y se acercó lentamente a mis labios. Quería besarlo, o quizás ni siquiera me di cuenta de que lo deseaba. Lo atraje más hacia mí de la camisa; estábamos a punto de besarnos cuando la voz de mi hermano irrumpió. ​—¡Maldición, Alec! —dijo Matthew, robándome un beso apasionado. Ese beso fue el inicio del deseo y del pecado entre nosotros. Sus labios contra los míos, un beso que parecía eterno. Lo odié por ese acto. ​—¡Pero! —susurré, viendo cómo él se alejó. Sentí cómo un calor intenso me subía a las mejillas; el sonrojo era inevitable por ese beso inesperado. Sin pensarlo, lo empujé con toda la fuerza que me quedaba, y el impacto hizo que varias cosas en la cocina cayeran al suelo con un estruendo. Justo en ese momento, Alec entró y nos miró fijamente a los dos, pero ni Matthew ni yo nos atrevimos a cruzar su mirada; ambos desviamos la vista, sintiendo el peso de su presencia como una sombra que nos aplastaba. ​—¿Qué carajo pasó acá? —preguntó mi hermano, mientras recogía las cosas que se habían caído. ​—Me pareció ver una rata, pero solo era un gato —respondió Matthew, mirándome de reojo—. Y bueno, por el susto de ese felino, casi me caigo por andar distraído... últimamente alguien me distrae con facilidad. ​—¿¡Un gato!? —la voz de mi hermano sonó pura duda. Cuando nuestras miradas se encontraron, sentí que mis dedos rozaban mis labios sin darme cuenta. La vergüenza me invadió y rápidamente cubrí mi rostro con todo mi cabello, mientras mi piel se teñía de un sonrojo intenso. »Mi primer beso... y fue con ese elfo tonto« pensé, y aun así seguía acariciando mis labios con cuidado. Literalmente, me gustó bastante. ​—¡Maldición! —dije murmurando, bajándome de la mesa y volviendo a sentarme en la silla con cuidado. Pasó media hora, y Alec ya había terminado de cocinar. Matthew, por su parte, arreglaba la mesa con cuidado, acomodando cada plato y cubierto con una precisión casi artística. En un momento, nuestras miradas se cruzaron. Yo seguía molesta y le levanté el dedo del medio; él solo rió un poco. Luego que terminó de acomodar todo, él se sentó a mi lado mientras mi hermano tomaba asiento frente a mí. Con calma y cuidado, sirvió la cena para cada uno, y el aroma de la comida me envolvió de inmediato, trayéndome a la memoria aquellos días en que papá cocinaba para nosotros. Por un instante fugaz, me sentí en casa, como si el tiempo se hubiera detenido y la paz hubiera vuelto a instalarse en mi pecho. Cada verdura estaba cocida a la perfección, y el salmón brillaba con un tono dorado que prometía un sabor delicado, casi como un pequeño refugio en medio del caos. Entonces, sin que pudiera anticiparlo, sentí la mano de Matthew rozando la mía bajo la mesa; sus dedos comenzaron a deslizarse con una suavidad inesperada, y un nervio eléctrico se apoderó de mí, mezclándose con un torbellino de emociones que no lograba descifrar. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, un temblor sutil que se intensificaba con cada caricia, con cada instante en que su piel rozaba la mía. Nunca antes había sido así entre nosotros; Matthew siempre había sido distante, casi inaccesible y frío, y ahora, sin embargo, estaba aquí, tan cerca, despertando algo que creía dormido. No lograba entender. Su comportamiento cambiante me parecía veneno, y si yo era veneno para él, ¿por qué actuaba así? Me costaba entenderlo, me costaba pelar sus capas para descubrir su verdadera personalidad. Miles de emociones giraban en mí; cada una intentando revelarse, y aun así sentí miedo de lo que se podría venir más adelante. Él me besó y yo solo accedí, ¿soy una distracción para él o soy algo más que esas simples palabras que hacen eco? No quería llegar a este nivel. ¿Era solo un momento? ¿O había algo más profundo escondido en esa mirada, en ese contacto? ¿Qué quería de mí? ¿Estaría él enamorado de mí? Sentí que algo en mi interior se encendía... una llama misteriosa que latía fuerte justo en el fondo de mi pecho, desafiándome a entender qué era esa sensación que se hacía cada vez más imposible de ignorar. Estaba caminando en un laberinto de preguntas; mi mente recalculando, mi cuerpo tenso y mi corazón latiendo como nunca lo sentí latir antes. La cena parecía normal; él hacía como si no hubiera pasado nada, y yo solo me sumía en preguntas. No llevaba ni un mes, y todo parecía dar vueltas, como un carrusel que giraba y giraba para luego detenerse. Yo intentaba bajar, pero una niebla opacaba mi camino, me llegaban más sentimientos y emociones dentro de ese lugar. Intentaba salir, pero no paraba; la música resonaba más fuerte y cada vez se hacía eterna y sin ninguna salida. Era insoportable estar cerca de él, y más por lo que hizo, me besó y incluso habría una tensión que yo nunca experimente; era emociones y sentimientos confusos. El provoca todo esto y lo odió.
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