Capítulo 19 | Un duelo en el risco de la muerte

2197 Words
No quiero lastimarte, quiero amarte. Derrumbas mi oscuridad y logras derretir mi corazón de hielo. ​El poder de Matthew era oscuro e escalofriante, era terrorífico. Recordé esa energía; en uno de los libros que me entregó mi hermano, que lo explica. Su poder es la tanatoquinesis. No podía moverme; cada cuerpo sin alma me tenía sujeta por las órdenes de Matthew. En el fondo de mi subconsciente, Kaelith, mi otro yo, reía por la situación. —Este suceso da risa —se burló ella—. "Ossincas", puedes agradecérmelo luego. ​Al estar atrapada por los cuerpos sin vida, Matthew sacó sus dos espadas, listo para atacarme. Con un suspiro, susurré "Ossincas", y los muertos vivientes se desintegraron. Al liberarme, pude sacar mi arco y colocar la flecha apuntando a Matthew, con una sonrisa en el rostro. —¡Interesante! —exclamó sorprendido. ​—No eres el único que tiene trucos bajo la manga. Matthew sonrió con fiereza y lanzó una de sus espadas hacia mí. Logré esquivarla justo a tiempo, pero en un instante de distracción, disparé una flecha que rozó su brazo izquierdo. Sin perder tiempo, se lanzó hacia mí blandiendo la única espada que le quedaba, lanzando ataques rápidos y precisos. Por fortuna, conseguí esquivarlos todos para evitar cortes. Con un movimiento ágil, le propiné una patada en el abdomen; en ese instante, saqué otra flecha de mi carcaj, pero justo cuando iba a disparar, su espada atravesó mi arco, partiéndolo en dos. «¡Maldición!», pensé quedándome paralizada y sorprendida. ​Agarré la espada que había quedado intacta y dejé caer el carcaj a un lado, sin pensarlo dos veces. Sentí cómo mi energía caótica burbujeaba dentro de mí, y la canalicé directamente hacia la hoja, que empezó a brillar con un aura oscura y vibrante. Con la espada en mano, avancé hacia Matthew con todo lo que tenía, empujándolo hacia el risco sin darle tregua. Le lancé un par de cortes rápidos, precisos, pero elegí zonas que no le dolieran demasiado; no quería acabar con él aún, solo debilitarlo, mantenerlo a la defensiva. Pero cuando la distancia entre nosotros y el risco se acortó peligrosamente, vi en sus ojos que no le quedaba otra opción. De repente, desató una ráfaga de energía oscura que me golpeó con una fuerza brutal. El dolor fue insoportable, y la espada se me escapó de las manos, como si me quemara. Él no perdió un segundo: recogió la espada y, con una agilidad felina, me hizo un corte pequeño pero punzante en la pierna y otro en el brazo. Sentí la sangre tibia correr y supe que no podía subestimarlo. Sin dudar, saqué las dagas de la vaina, una en cada mano, y di media vuelta para mirarlo fijamente. Estaría lista; esta batalla recién comenzaba, uno de los dos debía perder. ​—¿No era que mejoraste? —preguntó, con un tono egoísta—. ¡Sigues siendo bastante lenta! El aire se cargó de electricidad cuando Matthew y yo nos plantamos frente a frente, sin más distracciones. Él empuñaba su espada con una fuerza imponente, mientras que yo, sintiendo el peso de la decisión, uní mis dagas. El arma se transformó al instante en una lanza de doble punta, el asta está hecha de un metal resistente con una textura resistente. El primer impacto de Matthew fue brutal y directo, un golpe largo que habría terminado la contienda, pero logré esquivarlo con una vuelta desesperada en el suelo, deslizándome hasta la sombra protectora del viejo árbol junto al risco. Desde esa posición, mi lanza de doble cuchilla cobró vida. La moví como si fuera una extensión de mi voluntad, una danza letal y precisa que logró abrir varios surcos superficiales en su guardia, recordándole el peligro que representaba. Él rugió, devolviendo el asalto con una ráfaga de movimientos rápidos y peligrosos, obligándome a retroceder. Sentí el filo rasgando mi costado y mi brazo; no eran heridas profundas, pero el dolor era un recordatorio constante de mi error al acercarme tanto al borde. Finalmente, quedé acorralada entre la corteza rugosa del árbol y el vacío del risco. En un movimiento arriesgado, lancé la lanza con toda mi fuerza hacia Matthew, esperando que la distracción fuera suficiente. Él se desvió, pero en ese instante crucial, no corrí hacia él, sino hacia el árbol, trepando con la urgencia para no perder el duelo. Al alcanzar una espada que estaría muy cerca de mí, me giré, solo para encontrarme con su rostro a centímetros del mío. Su sonrisa era una mueca de fiereza y orgullo mientras clavaba la punta de su lanza justo en el centro de mi pecho, presionando lo suficiente para inmovilizarme. —¡Eres lenta! —murmuró él. —¡Idiota! —murmuré molesta. Agarré el asta de la lanza y la presioné con más fuerza contra mi pecho, pero la sonrisa de orgullo de Matthew desapareció, su mirada reflejaba confusión. Él ya ganó el duelo, así que era el momento de que terminara con todo, si es que tenía el valor de hacerlo. —Termina con esto, Matthew. —¡Estás loca! —exclamé con enojo. —Eres un idiota, te haces el más temible, pero no te animas a terminar con esta mierda. —¿Yo? ¡Tú eres la estúpida! Le arrebaté la lanza y la lancé lejos de nosotros. El acero voló cortando el aire y, con un choque metálico que resonó en el bosque. Por un segundo, el tiempo pareció detenerse, y sin dudarlo, le di un golpe en el abdomen. Matthew me recibió con un golpe de puño directo al rostro, pero logré esquivarlo con una voltereta hacia atrás, sintiendo el impacto del viento en mi mejilla. Sin perder el ritmo, lancé una serie de golpes al estilo boxeo: jab, cruzado, uppercut, buscando abrir una brecha en su defensa. Él respondió con movimientos rápidos, bloqueando y contraatacando con puñetazos que me hicieron retroceder. Cada golpe, cada esquiva, era un duelo de fuerza y técnica, donde solo uno podría salir victorioso. La tensión se cortaba con cada respiración agitada, y mientras nos mirábamos a los ojos, supe que esta batalla marcaría un antes y un después para ambos. Justo cuando parecía que ninguno de los dos daba un paso atrás, Matthew frenó de repente, sus puños temblando apenas, y me miró con una intensidad que no esperaba en medio de la batalla. —¡ME VUELVES LOCA! —grité. —¿Sabes lo que provocas? ¿Te crees la inteligente por ser una mimada? —¡CÁLLATE! —Grité, y mi magia empezó a brotar con bastante intensidad. ​—No. No es fácil para mí aguantar tu voz, estar cerca de ti todos los malditos días... incluso haces que te odie más y me vuelves loco, ¡por un carajo! ​—Lo único que sabes hacer perfecto es creerte que eres el mejor solo por tener un título en la realeza, solo mientes y eres un maldito egoísta. —Soy así para que no destruyas mi corazón y alma, ya que tú provocas que me vuelva loco, estoy loco, ¡por mi carajo!, y odio eso. Por un instante, mi mente se nubló, como si el mundo se detuviera y el ruido de la pelea se desvaneciera. El corazón me latía con fuerza, confundido y acelerado, pero no había tiempo para entenderlo. En esa fracción de segundo, perdí la concentración y di un paso en falso. Sin darme cuenta, caí hacia atrás y no vi la rama afilada que sobresalía del suelo. Un dolor punzante atravesó mi costado del lado izquierdo justo debajo de la costilla, el frío acarició mi piel. Jadeé, sintiendo cómo la sangre empezaba a humedecer mi ropa, y el ardor me nubló la vista por un momento. —¡PULGA! —gritó y se acercó a mí. Quise responder, pero el dolor me cortó la respiración. La pelea había cambiado, y no solo por sus palabras inesperadas; ahora cada movimiento dolía más, y sabía que debía luchar no solo contra él, sino contra mi propio cuerpo traicionero. Sin embargo, en vez de rendirme, una rabia y una determinación prendían dentro de mí. «¿Cómo podía alguien confesar algo así en medio de un duelo? ¿Y cómo podía yo dejar que una herida me detuviera?» Me levanté con esfuerzo, limpiando la sangre de mi costado, y lo miré fijamente, con la adrenalina quemando en mis venas. —Entonces, ¿qué hacemos ahora, Matthew? ¿Seguimos peleando o…? —dije con voz desafiante, dispuesta a enfrentar lo que viniera. Él no respondió de inmediato, pero en sus ojos vi la misma mezcla de confusión y algo más profundo, como si la batalla entre nosotros fuera mucho más que solo golpes y heridas. Y aunque el dolor latía en cada respiración, su confesión había abierto una grieta en la guerra que ninguno de los dos sabía cómo cerrar. Matthew se acercó a mí con una mirada intensa que no supe descifrar. Sin decir palabra, sacó su daga y me la puso en la mano con firmeza. Sentí el frío del metal, y antes de que pudiera reaccionar, me obligó a apuñalarlo en el abdomen. El dolor me paralizó, y el shock me dejó sin aliento. La daga cayó de mis dedos temblorosos al suelo, y enseguida llevé mis manos al lugar donde la sangre brotaba, intentando detener el sangrado. Pero él no me dejó apartarme; en cambio, me abrazó con suavidad, acariciando mi espalda como si quisiera calmar no solo su herida, sino también mi miedo. Sus rodillas cedían, y sin pensarlo, me arrodillé junto a él. La sangre nos cubría, pero en medio de ese caos, nos reímos. Risas entrecortadas, llenas de alivio y confusión, mientras ninguno de los dos soltaba el abrazo. Entonces, algo increíble sucedió: entre nosotros, una flor comenzó a brotar. Era una flor de sanación, delicada y luminosa, que solo nace cuando el verdadero amor está presente. La miré, y supe que ese instante, por doloroso que fuera, era puro y real. —¡Pulgarcita! —dijo él, con voz suave y urgente—. Suéltame, déjame que te cure. Besó mi frente con una ternura que me hizo estremecer. Lentamente me separé de sus brazos y lo vi tomar la flor con mucho cuidado. Sus dedos arrancaron los pétalos, que colocó delicadamente sobre mi herida. Luego, con movimientos suaves, esparció el polen alrededor, como si invocara una magia silenciosa y sagrada. Él haría lo mismo con su propia herida, pero esta vez fui yo quien lo ayudó. Aun con el miedo clavado en el pecho, con el recuerdo de cómo me obligó a apuñalarlo, sentí una punzada de dolor que no era solo físico. Pero no lo solté. Porque en ese momento, el dolor se mezclaba con algo mucho más fuerte: la esperanza. Sentí el calor de la flor extendiéndose lentamente por mi herida, como un abrazo suave que calmaba el ardor y detenía la sangre. La piel se cerraba poco a poco, y el frío que me había recorrido el cuerpo comenzó a disiparse. Matthew me miró con una mezcla de alivio y algo más profundo, como si en ese instante pudiéramos entendernos sin palabras. Su respiración era entrecortada, pero sus manos seguían firmes, sosteniéndome con cuidado. ​—¡Eres un idiota! —murmuré, tratando de ocultar el temblor en mi voz, pero mis lágrimas me traicionaron y comenzaron a rodar por mis mejillas. ​Él sonrió, esa sonrisa que siempre había logrado desconcertarme, y me apretó más cerca, como queriendo protegerme del mundo entero. ​—¡Y vos sos la única que puede soportarlo! —dijo susurrándome en el oído. Nos quedamos abrazados, sintiendo el latir de nuestros cuerpos y el brillo suave de la flor entre nosotros, como un faro de esperanza en medio de la oscuridad. De repente, Matthew se separó con delicadeza, tomando mis mejillas entre sus manos. Sus dedos eran cálidos y suaves al secar las lágrimas que rodaban por mis mejillas, una a una, como si cada gota fuera un peso que él quería aliviar. Me miró a los ojos, con una ternura que me hizo estremecer, y susurró con una voz tan dulce que logró derretirme. ​—No llores, Pulgarcita. Estamos juntos en esto. ​—La idea era terminar con esto, no empeorarlo. ​—Lo sé, pero fue mi decisión empeorar las cosas, no puedo estar lejos de ti, lo admito: te odio, pero te necesito a mi lado. Sus palabras hicieron que mi corazón se detuviera por un instante, sentí miles de emociones y sentimientos en el medio de esta tormenta. Vi cómo Matthew me atrajo hacia él, abrazándome; era cálido y seguro, me sentí segura como si nada pudiera romper lo que acabábamos de encontrar, es complicado entender cómo llegamos a esto. Somos rivales y siempre lo seremos, no estaba del todo segura si Matthew siente algo por mí; ni yo sé si siento algo por él, todo es complicado como si intentara desenredar una bola de lana, mis sentimientos son confusos; quería gritar, pero no podía hacer nada.
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