Vivimos en un mundo donde hay guerra. La destrucción es una avaricia del ser humano.
Heme aquí, sentada en la parte trasera del carruaje real, obligada a asistir a la famosa Academia de Jinetes. Es el treinta y uno de marzo de mil novecientos dos, en estación de otoño. Una era llamada "La Era de los Dragones": una época antigua pero moderna, donde se siguen tradiciones y costumbres maravillosas. Para mí, sin embargo, no era de interés. No podía imaginar algo peor. Observé a mi padre, cuya mirada preocupada me incomodaba y me molestaba al mismo tiempo.
«Es su decisión... no mía», pensé, mientras apenas prestaba atención al paisaje que pasaba frente a mí. Me sentía como un poco de aire buscando una pequeña rendija por donde escapar. Le había pedido a mi padre que, si traía un carruaje, fuera con una ventanita pequeña para mí. Por suerte, la encontré. Mi deseo era escapar, y esta vez, sí que quería hacerlo. Como futura reina de Narvaliz, solo me obligaban a asistir a una tediosa y aburrida academia, alejándome de mis verdaderos deberes por culpa de la amenaza de los orcos. Esta situación ya era extremadamente peligrosa e incómoda para mí. Quería quedarme en mi reino, no ser enviada a esa academia.
Bajé la mirada y apenas entreabrí la pequeña ventana para escuchar la conversación. Sentí cómo mi cuerpo temblaba, cerré los ojos y respiré profundo, intentando calmarme. La ansiedad me dominaba: el ritmo cardíaco acelerado, la sudoración y un dolor de cabeza insoportable me abrumaban. «Por favor, ahora no», pensé con desesperación.
Me sentía débil, frágil por mi salud. A veces deseaba ser más fuerte, más valiente, pero lamentablemente no lo soy. Soy como un cristal delicado, fácil de romper.
—¿Está seguro, Su Majestad, de todo esto? —dijo Jackson, el secretario de mi padre.
—Bastante seguro. No me queda otra opción: ella estará a salvo con su tía y su hermano. Si se queda aquí, nunca me lo perdonaré si le pasa algo... No quiero perderla y mucho menos a su hermano; ellos dos son lo único que me queda.
—Entiendo, pero me preocupa un poco.
—Yo igual estoy preocupado; sin embargo, no me queda otra opción que enviarla. El ejército de los orcos comenzó a atacar varias ciudades de nuestro reino y del reino de Cleoverlaw. Ella muy pronto será la reina: debe volver a sus estudios y ser más fuerte física y mentalmente. No puedo arriesgar su vida en este momento.
Las palabras de mi padre lo dejaron todo claro como el agua.
Abrí la puerta y bajé lo más rápido posible, aferrándome al vestido. Miré a mi alrededor buscando una salida, desesperada por huir de aquella estúpida situación. Escuché susurros y sentí la mirada de mi padre clavada en mí. En ese instante, aferrándome al vestido, solo di un suspiro.
—¡Princesa! ¿Se encuentra bien? —La voz preocupada de Jackson me hizo sentir peor.
—Claro que sí, solo necesito un poco de aire. Toda esta situación me pone muy nerviosa.
Miré a mi padre, el cual estaba de brazos cruzados y con el ceño fruncido. Me quedé ahí parada como una simple desconocida, lo cual ya era costumbre para mí, sabiendo que yo quería escuchar unas palabras de consolación o de ánimo, algo que me pudiera relajar.
—Jackson, puedes retirarte por un momento; quiero tener una conversación con mi hija. —Observé cómo Jackson hizo una reverencia a ambos y se retiró a unos metros de nosotros.
Hice un gesto de confusión y di un vistazo a mi alrededor, esperando que mi padre dijera algo, ya que este silencio era incómodo.
—Vas a tener que cuidarte la espalda, Loreine. —dijo mi padre con un tono firme.
—Lo tendré en cuenta, y tú igual —murmuré en voz baja.
—Lo haré, hija, pero preocúpate por ti y solo por ti.
Claramente tenía un nudo en la garganta por la situación. Sentí que era un último adiós, una despedida dolorosa. Inhalé profundamente, el aire frío llenando mis pulmones antes de girarme.
Los brazos de mi padre me envolvieron con un abrazo cálido y reconfortante. Era como si me protegiera del mundo. Sentí la tela áspera de su camisa contra mi mejilla, y me sentí tranquila y alegre al mismo tiempo. Pero las lágrimas brotaron; lloraba sin control, un llanto que parecía años de dolor.
Este era un abrazo que tanto había anhelado, y cada vez lo abrazaba con más fuerza, ya que hacía años que no lo hacía. Sentí su mano, que acarició mi cabello con suavidad para lograr calmar la tormenta de emociones que me inundaba.
—No llores; sé que sientes que es una despedida, pero no es así, te lo prometo.
—Te digo algo, estoy bastante aterrada —dije abrazando a mi padre con más fuerza—. Escuché que los orcos volvieron a atacar varias ciudades de nuestro reino y del reino vecino.
—Por eso quiero que vayas a la academia. Te diré algo: te quiero muchísimo, mi pequeña hija. Un día toda esta guerra va a terminar, y vas a poder disfrutar de tu vida y lograr recuperar tu libertad.
La última frase resonó en mis oídos, tan alejada de mi realidad. "¿Disfrutar mi vida? ¿Recuperar mi libertad?" Las preguntas se convirtieron en un grito silencioso, una expresión de mi profundo miedo y dolor por no saber cómo disfrutar la vida.
Me separé con suavidad de los brazos de mi padre, quedándome inmóvil. Bajé la mirada hasta encontrar mi reflejo en un charco de agua, y en ese instante, comprendí la verdad de sus palabras. El peso de la corona y las infinitas responsabilidades me habían robado la vida y la libertad. Un anhelo profundo me invadió: el deseo de que la guerra terminara y volver al prado donde jugaba cuando era una niña libre de preocupación y responsabilidades.
—Yo también te quiero mucho, padre, y espero un día empezar a disfrutar la vida. Obviamente, ahora debo enfocarme en los estudios y en los peligrosos entrenamientos.
—¡Esa es mi pequeña! Pero ojo con quedarte hasta tarde estudiando o leyendo: debes descansar bien y comer bien. Los entrenamientos son bastante peligrosos y riesgosos. —Soltó un suspiro para luego sonreír tranquilamente.
—Padre, estaré bien —me quedé callada por unos segundos, pensando en algo—. Se me ocurrió una idea: escribirte cartas todos los días contándote mi día a día. Es para que no te preocupes tanto y puedas enfocarte en tus deberes reales. ¿Te parece bien?
—Me agrada la idea; espero con ansias tus aventuras. Pero también quiero que tu hermano me escriba, ya que... desde hace más de tres meses no sé nada de él, y es preocupante.
—Sí, ya hasta preocupa un poco, pero seguro anda con muchísimo trabajo y al mismo tiempo con los estudios.
Alec, mi querido hermano mayor. Recuerdo como si fuera ayer cuando entró a la sala con una sonrisa irónica y una mirada decidida, y ahí fue cuando rechazó el trono como rey de Narvaliz. Una decisión que nos sorprendió a todos: la de seguir los pasos de mi tía Selene, como director de la academia. Su partida dejó un vacío que se llenó con el peso aplastante de mis responsabilidades. Fue como si un balde de agua fría me hubiera caído encima: cada tarea, cada decisión y el peso de la corona ahora era mío. Pero no me resentí; al final, es su vida y su derecho a elegir su propio camino.
«Siempre desaparece», dije para mí misma. Es muy típico de él, pero aún así es entendible su preocupación.
Me quedé observando a mi padre; sus dedos tamborileaban impacientes sobre la tapa de su reloj de bolsillo. Con una señal discreta, le indicó al chófer que se preparara para partir.
Para ser sincera, no quería hacer esto. Mi mirada recorrió al personal del castillo y cada rincón familiar; los recuerdos inundaron mi mente. Aunque ahora podía comunicarme mejor con mi padre y sabía que siempre me había amado, mis ojos se llenaron de lágrimas nuevamente. Lo abracé con fuerza y me prometí a mí misma que, a partir de ahora, cambiaría para conquistar mis miedos.
—Te voy a extrañar, mi pequeña. —Acarició con suavidad mi cabeza sin dejar de abrazarme.
—Y yo a ti, padre, y adiós. —Me separé suavemente de sus brazos para dar una sonrisa.
—No, hija, es un hasta pronto. —Papá me da un beso en la frente y me hace una señal para que vuelva a subir al carruaje.
—Tienes razón, padre. Te escribiré todos los días y, si pasa algo, por favor, no dudes en avisarme. No quiero que estés solo en esto —hice una pausa, tomando valentía—. Lucharé a tu lado hasta la última gota de mi sangre y gobernaré para que mi reino esté seguro conmigo.
—Ya hablas como una reina; te pareces a tu madre, siempre dando apoyo sin importar las consecuencias.
—Aprendí de ella —dije, dando una pequeña sonrisa.
—Sacaste la valentía y la inteligencia de ella. Estoy seguro de que ella está orgullosa de ustedes.
Me aferré al vestido para que no se enganchara con la puerta del carruaje, mientras mi padre la cerraba de un portazo que retumbó en el silencio. El carruaje comenzó a avanzar. Abrí la ventana que estaba en la puerta y el viento acarició mi rostro, revolviendo mis cabellos. Las lágrimas ya no caían; en cambio, sentía cómo el paisaje de mi reino se desvanecía lentamente en la distancia, llevándose un pedazo de mi alma.
Mi gran miedo se cumplió: alejarme de lo que más amaba, de mi padre y de mi reino. Los recuerdos inundaban mi mente, y sentía un dolor profundo por no saber cómo ayudar, por dejar atrás a todos los que amo por una obligación. No sabía qué más podía hacer para que todo esto terminara de una vez; sentía que mi mundo se desmoronaba como cuando juegas al ajedrez y alguien destruye a la Reina. Literalmente, un rival haría jaque mate con un movimiento muy limitado, y él seguiría siendo el ganador de esta batalla.
Sobre mi futuro, la sombra de la guerra se cierne. Sé que tendré que luchar, enfrentar la violencia para acabar con las guerras y devolver la paz a los reinos, esa paz tan anhelada que pueda florecer de nuevo. Las acciones de los orcos, con su implacable sed de destrucción, han dejado un horrible rastro de muerte y ruinas; su motivación sigue siendo un misterio insondable desde hace años.
En el libro sagrado, específicamente encontramos un versículo que muy pocos entienden. Proverbios 16:18: "Antes del quebrantamiento es la soberbia, Y antes de la caída la altivez de espíritu." Este proverbio conecta la soberbia y la altivez, que a menudo van de la mano con la ambición de poder, con una caída, sugiriendo que el deseo de dominar puede ser destructivo. La avaricia de conquistar solo lleva a la destrucción; un deseo ciego que aniquila nuestra cordura, donde nos perdemos a nosotros mismos.
Lograré salvar a mi reino, cueste lo que cueste, y lucharé hasta la última gota de sangre. Nunca caeré en los pecados, porque tengo fe en el mundo y en mí misma. ¿En el futuro alguien lucharía para salvar el mundo? Es una pregunta muy interesante.
Cerré la pequeña ventanita y fijé la mirada al frente, dejando que mis pensamientos volaran. En un instante, comprendí que mi vida cambiaría por completo a partir de ahora: debería cuidar mi espalda y confiar solo en unos pocos. Es doloroso saber que una guerra puede arruinar vidas e incluso la fe. Apoyé la cabeza en el cabezal del asiento para cerrar los ojos, mientras el viaje al muelle Kratenes, que tardaría aproximadamente dos horas, continuaba.
Un bostezo escapó de mis labios. Intenté mantenerme despierta, pero la lucha fue inútil. Mi cabeza se inclinó lentamente hasta descansar sobre el mullido respaldo. El sueño llegó rápido y profundo, alejándome de la realidad, al menos por un tiempo.