Capítulo 8 | Un poder y esperanza

1980 Words
La esperanza siempre aparece entre una tormenta y siempre tendrá una belleza natural. ​Tras casi tres horas de lección, la clase por fin terminó, y un suspiro de alivio, casi imperceptible, se escapó de mis labios. El murmullo de los estudiantes despidiéndose llenaba la sala mientras me levantaba, recogiendo mis pertenencias con una ligereza renovada. Sin embargo, mi mirada se detuvo en Matthew. Él seguía allí, inmóvil, ajeno al bullicio que nos rodeaba. Su postura, la forma en que su mirada se perdía en un punto invisible, me indicaba que estaba hundido en un abismo de pensamientos, tan profundo que parecía haberse desconectado del presente. Una extraña mezcla de curiosidad y una punzada de preocupación me impulsó a acercarme. Cada paso hacia él se sentía cargado de una expectativa silenciosa. Finalmente, extendí mi mano y, con una ligera duda, mis dedos rozaron suavemente su hombro, esperando alguna reacción. ​—¿Qué pasa, pulgarcita? —preguntó mirándome de reojo. ​—¿Por qué eres así? —pregunté, quedándome parada frente a él. ​—Que tengamos una rivalidad no significa que sea mala persona —respondió, levantándose para rascarse la nuca. ​—Me parece muy adecuada tu respuesta, y gracias por lo de hace rato. ​—No tienes que agradecer. Me voy a entrenar, cuídate, Pulgarcita —su voz se suavizó con las últimas palabras, y una sonrisa cálida iluminó su rostro. Al pasar a mi lado, sus dedos rozaron mi cabello en una caricia fugaz, y luego se marchó. Me quedé ahí, parada como una estatua, tratando de mantener la calma. Por dentro, solo quería gritar. Estaba sola en el salón, intentando entender su comportamiento. Puse mis manos en la cara y dejé escapar un grito ahogado para desahogarme. Al terminar, levanté la mirada hacia la entrada y vi a Saha, que intentaba contener la risa. ​—Ni se te ocurra reírte —me acerqué a ella. ​—¿Cómo quieres que no me ría? Si ustedes dos juntos son peor que los niños —se echó a reír y puso una mano en mi hombro. ​Con la cabeza echada hacia atrás, me perdí en el laberinto de grietas del techo, un intento inútil de evadir mis propios pensamientos. Pero ni siquiera allí pude escapar. Su voz, apenas un suspiro, se deslizó por el aire, portando una verdad que aún no había formulado, pero que ya me erizaba la piel. Las palabras, frías como el hielo, se incrustaron en mi mente: "Vi cómo estaban tirados en el suelo anoche". En ese instante, mi cuerpo se negó a obedecer, convirtiéndose en una estatua de puro shock. ​—¿Qué dijiste, Saha? —mi voz temblaba al preguntar, y su mirada lo decía todo. ​—Yo nada. Tu secreto está a salvo conmigo. Me quedé en completo silencio. "Secreto", esa palabra que dijo, me hizo sentir tranquila, pero avergonzada al mismo tiempo. Me quedé mirando a Saha, intentando decir algo, pero sentía cómo mi voz temblaba a un punto que se desvanecía entre ecos inexistentes. ​—¡Loreine, cálmate! —dijo ella, golpeteando mis mejillas para que reaccionara. ​—¿Qué me calme? —pregunté—. No pasó nada entre tu hermano y yo, él solo no quería devolverme la llave, y actué para... para... ​Saha me dio una palmada en el hombro y logró calmarme. ​—Tranquila, observé y escuché todo. Tú sabes que a Matthew le encanta molestarte, más si es con tu estatura. ​—Odio cuando hace eso... me dan ganas de golpearlo, pero no quiero perder mi tiempo con su egoísmo. ​—Dejemos el tema aquí, vayamos a los jardines, es el único lugar donde nadie va. ​Saha salió del salón y, sin dudarlo, la seguí. Nuestra conversación se enredaba en trivialidades, un laberinto de palabras sin rumbo fijo. Al llegar al jardín, buscamos un lugar cómodo para sentarnos, hasta que nuestras miradas se fijaron en uno muy particular. ​—Por fin un momento de paz —dijo Saha, tirándose al césped seco bajo la sombra de un majestuoso roble. ​—Pienso lo mismo —dije, acostándome y mirando cada rama del roble con suma atención, dejando mi bolso a un lado. ​—Loreine... ¿te puedo contar algo? —preguntó; su voz temblaba y solo me miró. ​—Sí, tú puedes contarme todo. Tus secretos están bajo llave conmigo. ​La mirada de Saha se iluminó. ​—Tú sabes que la r**a de los elfos tiene un poder que los conecta con la naturaleza. Bueno, el día que tú llegaste, y yo me fui porque no me sentía del todo bien, sentía algo raro, y en un momento, todo a mi alrededor creció más de lo habitual: hice crecer árboles y flores sin querer. ​Mis ojos se abrieron; sentía que se me iban a salir del rostro. La felicidad de Saha era tan evidente que me contagió y me hizo sentir feliz por ella. ​—¡Saha, eso es una excelente noticia! —la abracé con mucha alegría. ​—Lo sé, estuve esperando este momento desde hace mucho tiempo; ahora se hizo realidad, y quiero que seas la primera en verlo. ¿Puedo? —preguntó con felicidad. ​—¡Sí, sí, sí, por favor! —dije emocionada, separándome del abrazo. ​Saha se levantó lentamente del césped, con una sonrisa radiante que iluminaba su rostro. Extendió sus manos hacia el roble bajo cuya sombra nos encontrábamos, cerró los ojos con suavidad, inhalando el aroma fresco del jardín. Su respiración se volvió profunda y pausada mientras se concentraba. Poco a poco, un suave resplandor comenzó a emanar de sus palmas, como si la energía misma de la tierra fluyera a través de ella. De la base del roble, brotaron capullos diminutos que se desplegaban con elegancia, creciendo rápidamente en flores de colores vivos: azules intensos, rosas delicados y blancos puros que parecían brillar bajo la luz del sol de otoño. ​Las flores se extendieron en un círculo perfecto alrededor del árbol, sus pétalos moviéndose al ritmo de una brisa musical, creando un pequeño oasis de vida vibrante. El aire se llenó de un dulce aroma floral que parecía envolvernos con dulzura. Luego Saha sonrió y, con un simple toque a la tierra, las flores volvieron a marchitarse. Ella suspiró y me miró. ​—¿Ves? —dijo, abriendo los ojos y mirándome con ternura—. Este es mi poder: puedo hacer crecer la naturaleza a mi voluntad, darle vida y belleza donde quiera. Las tuve que volver a su normalidad ya que es otoño y no quiero arruinar su ambiente. ​Me quedé sin palabras, admirando la escena ante mí. Sentí que ese momento era mucho más que un simple acto; era una conexión profunda con la esencia misma de la vida. —¡Esto es increíble y maravilloso! Saha, lo lograste, debes estar orgullosa por eso, y ahora cuéntaselo a Matthew. ¿Sí? ​—Se lo contaré hoy, y me siento feliz —sonrió y se volvió a sentar en el césped—. ¿Y tú? —preguntó mirando las flores. ​—¿De qué? —la miré con curiosidad. ​—¿Ya sabes cuál es tu poder? —preguntó, pero su pregunta me hizo quedarme pensando. ​—No. Igual no creo que tenga ningún poder. La r**a humana no tiene ninguno, solo habilidades básicas como la caza, la supervivencia, trabajar y cuidar. Bueno, soy mitad humana y bruja, pero ¿un poder yo? No, no creo. ​Observé cómo Saha negaba con la cabeza de un lado a otro, como si hubiera dicho algo erróneo. ​—¿Dije algo malo, Saha? —pregunté, sintiendo que ella sabía algo más y estaba lista para decírmelo. ​—Más o menos. Lo que pasa es que la r**a humana tiene esas habilidades de supervivencia y demás, pero tú, Ine, al ser hija de una bruja, tienes que tener un poder sí o sí. ​Negué con la cabeza y llevé mis manos al collar de mi madre que colgaba en mi cuello. Lo agarré con fuerza, como buscando apoyo. Intenté encontrar las palabras indicadas, pero no sabía qué decir; era como si un nudo se formara en mi interior, un vacío lleno de emociones encontradas. ​—No, Saha, no tengo ningún poder, soy como un cristal con grietas —dije con la voz quebrada, llevando mis manos a mi rostro y aguantando mis lágrimas. ​—No, no y no, Ine. Eres mucho más que eso. Los cristales rotos o con grietas son los más hermosos y radiantes que existen. Solo puedo decir que aún no sabes cómo despertar ese poder, pero estoy segura de que tus cristales te ayudarán a descubrir quién eres en realidad. Y sí tienes un poder, pronto lo vas a descubrir y podrás ponerte feliz. ​Saha me abrazó, acariciando suavemente mi cabello ondulado. Sentí una calidez inmensa, feliz de tener una amiga como ella, alguien en quien confiar y con quien sentirme segura para liberar mis emociones. Lo malo es que mi madre no está aquí conmigo para enseñarme y para guiarme, pero al menos está mi tía Selene, siempre dispuesta a guiarme en lo que pueda. Ella seguro podría enseñarme, incluso mi tío Damon, pero no sé dónde está en estos momentos. ​Ella se apartó suavemente, soltando el abrazo que había sostenido con tanta fuerza. Sus ojos brillaban con una mezcla de ternura y respeto mientras me observaba; yo permanecía quieta, como una muñeca de porcelana. Entonces, con manos cuidadosas y llenas de cariño, Saha tomó unas flores dándoles vida, creó una corona con ellas y la colocó lentamente sobre mi cabeza. Las flores frescas se posaron como un símbolo de esperanza y protección, iluminando nuestros rostros con un brillo sereno que parecía decir que, a pesar de todo, aún hay belleza y fuerza en el camino que tenemos por delante. ​—Ine, confía en ti misma —dijo ella con esa sonrisa tan tierna, la cual te llena de esperanza y alegría. Sin importar las consecuencias, su sonrisa siempre cura a alguien. ​—Lo haré, te lo prometo —sonreí para luego mirar las nubes pasajeras. ​Vi cómo Saha se levantaba del césped seco con delicadeza, y me hizo una señal suave para que también me pusiera de pie. Sus ojos brillaban con una mezcla de ternura. Luego, señaló la zona de flores, donde Matthew y mi hermano estaban parados. Estaban organizando la zona de las flores y rosas, poniendo carteles con los nombres para cuando llegue la primavera. Pude notar que ese lugar era especial para muchos, como un pequeño refugio que hacía sentirse como un hogar. En ese momento, comprendí que quería compartir conmigo lugares especiales; sentí un sentimiento de alivio y podía sentirme un poco más calmada. ​—¿Vamos a almorzar? —preguntó Saha. ​—Sí, tengo bastante hambre —respondí agarrando mi bolso. ​Sentí cómo Saha tomó mi brazo con suavidad, guiándome mientras comenzábamos a caminar hacia el gran comedor. Al pasar por la zona de las flores, saludamos a Alec y Matthew, quienes nos devolvieron la mirada con sonrisas cálidas y amables. El aire estaba cargado con el aroma otoñal, y por un momento, todo pareció más tranquilo y familiar a mi alrededor. Olvidé mi dolor por ese instante. Gracias a la compañía de Saha, pude entender el verdadero significado de la esperanza. La noche llegó muy rápido. Saha y yo estuvimos casi todo el día juntas, parecíamos uña y mugre literalmente. Hablamos de miles de cosas que no pudimos hablar el día en que llegué. Fue el mejor día, hablando y recordando momentos increíbles y puras risas felices.
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