Lo observé fijamente mientras, sin decir otra palabra, él se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el interior del bosque, como si nada pudiera detenerlo. La oscuridad lo abrazó en un parpadeo. Mi instinto me decía que debía detenerlo, que tenía que entender más, obligarlo a hablar más. Pero, al final, su figura desapareció en la penumbra, desvaneciéndose en la misma oscuridad que parecía tragarse todo a su paso. —(¡Espera!)—, rugí, mi voz cargada con la fuerza de mil tormentas, pero el elfo ya no estaba allí. Solo quedaba el eco de su figura y la sensación de que había sido otro paso, otro movimiento dentro de un juego mucho más grande que yo, que todos nosotros. Me quedé allí, en la entrada del bosque, viendo el vacío que él había dejado. La incertidumbre me golpeó con fuerza, pero t

