Me acerqué a su oído, aún entre jadeos, y le pedí que durmiera. Al ver que cerró los ojos y entró en sueño, lentamente me levanté y salí de ella. La tomé con delicadeza entre mis brazos, tomando una sábana limpia de las que traje para cubrirla. Nadie podía ver la desnudez de la reina, excepto yo.
Por fortuna, todo salió bien y estaba orgulloso de ello. Ya tenía pareja y muy pronto cachorros; ya no tenía que ocultarla. Con orgullo y la cabeza en alto, sin importar mi desnudez, caminé por los pasillos, llevando a mi reina en mis brazos. Cada guardia o guerrero se inclinaba al verme, con caras de asombro, sin poder creer lo que veían. Pero al querer ver a mi hembra, les gruñí con amenaza; con una mirada asesina, era muy posesivo y territorial con mi reina.
Era obvio que reaccionaría, y más
