—Quiero irme con mi papi... —me empujaba con sus débil bracitos. —Yo soy tu papá, mi amor... —respondí. —No... mi papi es él —señaló mi hermano, quien sonreía con la cabeza en alto. Hervía de celos, al igual que mi lobo, que no dejaba de gruñir. Estaba furioso con mi hermano por ocultarla y tomarla como su hija, y lo peor es que mi pequeña no sentía la conexión conmigo. —No, cariño, escúchame, yo soy tu papi... debes sentirme, debes concentrarte y sentir el olor que compartimos tú y yo... —le dije. Sus redondos y tiernos ojos me miraban, analizando cada detalle de mí y luego a mi hermano, quien borró su sonrisa. Nuevamente, su mirada se posó en mí y sus pequeñas manitas se alzaron tocando mi rostro. Todos contuvieron la respiración; la sensación de sus pequeñas manitas me recordó a m

