Un rugido profundo y gutural resonó en el aire. Ailsa y Convel se transformaron casi al unísono, sus cuerpos contorsionándose y creciendo en tamaño mientras el cabello y la piel se cubrían de pelaje espeso. Los colmillos de Convel se alargaron, y sus ojos brillaron con un destello feroz. Ailsa, en su forma de licántropo, dejó escapar un aullido largo y desgarrador, uno de desesperación, de urgencia. El aire vibró con su poder. El eco de su llamada de emergencia se esparció por el claro, y aunque la barrera aún los mantenía alejados, su presencia poderosa ya estaba causando estragos en el ambiente. El aire se cargó de una tensión palpable, y los árboles cercanos parecían inclinarse levemente ante la fuerza de su grito. Steffan, frunció el ceño, claramente incómodo ante la valentía de los

