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El rugido suave del jet privado surcaba los cielos, deslizándose como un suspiro entre las nubes. La cabina rebosaba lujo: sillones de cuero blanco, copas de cristal, y una mesa central con frutas frescas, canapés gourmet y una botella de champaña francesa recién descorchada.
Tamara, con un vestido de lino blanco ceñido al cuerpo, cruzó la pierna mientras brindaba con Max, quien no apartaba la mirada de sus ojos color miel.
—No me acostumbro a este tipo de viajes —dijo ella, levantando la copa con una sonrisa traviesa—. Pero, créeme, puedo acostumbrarme muy rápido si es contigo.
Max sonrió de lado, ese gesto que a ella ya le causaba mariposas.
—Yo sí me acostumbré a los lujos… Pero lo que no esperaba era acostumbrarme a ti —murmuró, rozándole la rodilla con los dedos.
Tamara bajó
