Han pasado días. Semanas. Meses.
Liliana despertaba cada mañana con la esperanza terca de ver un mensaje, una llamada perdida, un simple “hola” en su celular. Pero no. El silencio de Tyler era tan abrumador como el ruido de su ausencia.
—¿Y si me olvidó? —murmuraba frente al espejo mientras se cepillaba el cabello—. ¿Y si para él no significó nada?
Desde que regresó a su país con sus padres, se había enfocado en reconstruir su vida: clases, trabajo, amigos… pero nada llenaba ese espacio que Tyler dejó. El teléfono era como un puñal. Lo miraba, lo desbloqueaba, lo llamaba. Una vez. Dos. Cincuenta. Y él no contestaba.
Su madre intentó consolarla.
—Quizá necesita tiempo, hija. Él vivió muchas cosas también.
Pero el corazón no sabe de lógica. Y el suyo latía con dolor.
Mientras tanto, e
