Los días pasaban y Liliana se iba recuperando poco a poco. Su cuerpo sanaba, pero lo que más la sorprendía era cómo su corazón, casi sin darse cuenta, se iba enredando en el misterio de Tyler. Ese hombre reservado, de mirada intensa y presencia imponente, se había convertido en su refugio. Una tarde, cuando el sol caía en tonos anaranjados sobre el horizonte, Tyler entró a la habitación con su aire enigmático de siempre. —Prepara tus maletas, Liliana —dijo con esa voz grave que le erizaba la piel—. Nos vamos de viaje. Liliana dejó el libro que tenía entre las manos y lo miró con sorpresa. —¿Un viaje? ¿A dónde? Tyler esbozó una sonrisa fugaz, de esas que parecían un destello de su verdadero ser, pero que nunca se quedaban el tiempo suficiente. —Es una sorpresa. Solo confía en mí. Lil

