Los días en Bogotá transcurrieron con una falsa sensación de paz. La brisa fría de la ciudad se colaba por las ventanas de la finca de Max, y aunque todo parecía en orden, el ambiente estaba cargado de tensión. El enemigo aún respiraba, escondido entre las sombras.
María, la ama de llaves, se encargaba de todo con la eficiencia y dulzura de una madre. Preparaba tés calientes, caldos sanadores, y mantenía el ambiente en calma, como si pudiera espantar la tragedia con sus manos de santa. El resto del personal estaba igual de atento, cuidando los rincones, vigilando que nadie se acercara sin ser visto.
Tyler se asomó por una de las ventanas del salón, observando el paisaje. Liliana se acercó con un abrigo de lana y un sobre en la mano.
—¿Listos? —preguntó ella con una sonrisa suave.
—Siem
