Una tarde, mientras preparo la cena, me llega la noticia que menos esperaba: David ha regresado a la ciudad. Me lo cuenta un amigo en común, alguien que se cruzó con él casualmente. Mi corazón se acelera, me invade una desesperación, ansiedad, incontrolable. —David está de vuelta —le comento a Carter más tarde esa noche, mientras nos sentamos a cenar. Lo observo, esperando alguna reacción, pero su respuesta me desconcierta. —¿Y cómo te sientes con eso? —me pregunta, sin mostrar ni un rastro de celos o preocupación. Su tono es neutro, como si supiera que esto no va a cambiar nada entre nosotros. —Pues, la verdad, estoy un poco intranquila —respondo, siendo honesta—. Pero ya no me afecta como antes. Carter asiente lentamente y me mira con esa paciencia infinita que siempre me ha dado. N

