Alexander Nunca sentí tanta impaciencia por llegar a la casa que me había albergado por más de quince años. La mentira de Irene no dejaba de darme vueltas en la cabeza ya que la paternidad no era una función a la que hubiese querido aferrarme en ese momento de mi vida en caso de ser cierta. Recibí información de que Marcela no se encontraba en casa, cosa que me facilitó buscar con libertad a mi cuñada en cada rincón. Divisé su menuda figura bajo una de las pérgolas del jardín más alejadas de la parte trasera. Sus comportamientos extraños ya no me llamaban la atención así que me dirigí a ella dispuesto a reclamarle. Mi sorpresa llegó a un nuevo nivel al ser testigo de cómo tiraba al suelo un papel que traía en las manos para pisotearlo con fuerza y ensañamiento. Probablemente pensa

