Alexander –Jennifer… Susurré atónito mientras el rostro pálido e hinchado de mi verdadera cuñada se asomaba entre la frialdad de la losa del féretro. Un olor putrefacto invadió poco a poco la cripta completa, pero no fue suficiente para alejarme de allí. Cubrí mi boca y nariz con la manga de la chaqueta sin poder quitarle los ojos de encima por el evidente estado de shock. La misma chica con la que había vivido tanto tiempo, a la que había odiado y con la que peleé en muchas ocasiones yacía sin vida en una tumba a la que había sido metida sin un funeral previo o al menos la despedida de su familia. –¿Quién hizo esto? Cuestioné aguantando las ganas de golpear las paredes. Los ojos de Leonida fueron los únicos que me miraron y se atrevieron a responder. –No lo sabemos, cuando Jor