Alexander No medí mis impulsos y en menos de diez minutos me encontré acorralando a Jennifer contra la puerta del cubículo del baño. Las cosas empeoraron cuando me dejé llevar por las emociones y terminé coqueteando involuntariamente. Quizá por la euforia de la noche, la rabia de saber sobre la presencia de Gian en el lugar o por lo bien que mi cuñada lucía en ese vestido azul que solo me invitaba a acariciar la piel de su espalda descubierta. –Eso… eso… eso no está bien, yo creo que podría denunciarte en el caso de que desees agredirme o algo así. Su respuesta fue nerviosa y un poco tartamuda. Tomó de forma muy literal el significado de mi oración, entendiéndolo como agresión, sin embargo, ambos sabíamos que no me refería a violencia y su respuesta también pudo proyectarse de forma

