El ojo de la tormenta

2554 Words
Marcela permanecía sentada detrás del enorme escritorio de caoba en la oficina principal de Inversiones Tissot, observando cómo la luz de la tarde se filtraba entre las cortinas. La mansión corporativa estaba silenciosa, salvo por el murmullo distante de empleados que pasaban informes y llamadas telefónicas que marcaban la rutina diaria. Michael había partido hacía dos días, confiándole la dirección de toda la operación mientras él supervisaba un nuevo proyecto hotelero en el Caribe. Para cualquiera más, esa responsabilidad habría sido abrumadora, pero para Marcela era un desafío que abrazaba con la frialdad y precisión que la caracterizaban. Nadie sospechaba que su mente, entrenada por años de soledad, traición y humillación, era un arma capaz de descifrar movimientos antes de que ocurrieran. Mientras revisaba informes financieros y cartas de accionistas, un nombre se repetía en su mente con una insistencia perturbadora: Adrián Tissot, el primo de Michael. El recuerdo de él, la mirada cargada de lujuria y codicia que le había dirigido la primera vez que lo vio en persona, aún la hacía estremecerse. No por miedo, sino por alerta. Su instinto le gritaba que debía mantenerse vigilante. Marcela recordó con nitidez aquella imagen que había visto en las noticias en su vida pasada: la muerte repentina de Michael. La sensación de vértigo volvió a recorrer su espalda. Sabía que los Tissot eran poderosos, pero también frágiles ante las ambiciones internas. Y Adrián, con su obsesión por el control y la riqueza, era un peligro que podía precipitar la tragedia de la que ella había sido testigo, aunque nadie más supiera que ella había reencarnado para tener esta segunda oportunidad. Marcela tomó su teléfono y escribió un mensaje conciso: "No tomes el primer avión, Michael. Adrián está demasiado interesado." No necesitaba explicar más; sabía que él entendería. Su relación con Michael no era de amor todavía, solo de confianza absoluta, un lazo forjado en la seguridad y el respeto mutuo. Michael debía ser protegido, y ella debía mantener su posición en Inversiones Tissot mientras él estaba fuera. No pasó mucho antes de que Adrián apareciera en la entrada de la oficina, con esa sonrisa que pretendía ser encantadora pero que a Marcela le resultaba irritantemente manipuladora. —Marcela —dijo con voz seductora, acercándose al escritorio sin pedir permiso—. He estado revisando los números y creo que podríamos optimizar algunos de los flujos de capital si me permites intervenir un poco. Marcela lo miró con fría indiferencia. Sus ojos azules eran un espejo de control absoluto. —Adrián —dijo con voz pausada—, tú no eres el encargado aquí. Mientras Michael esté fuera, Inversiones Tissot está bajo mi supervisión directa. No necesito tus "consejos", ni tus maniobras de siempre. Adrián se detuvo, un atisbo de sorpresa y rabia cruzando su rostro. No estaba acostumbrado a que alguien lo enfrentara así, y menos una mujer que, a simple vista, parecía frágil. —Marcela, no es personal —replicó, intentando recobrar su arrogancia—. Solo intento ayudar a la empresa. Michael confía en mí, y tú… bueno, tú solo has estado siguiendo instrucciones hasta ahora. Marcela sonrió, pero no hubo ternura en esa curva de sus labios. Solo desprecio calculado. —No subestimes lo que no ves, Adrián. Sé más de lo que crees. Cada movimiento, cada intento de manipulación, lo veo venir. Y Michael confía en que yo lo mantenga todo en orden, incluyendo a primos interesados y… codiciosos. Adrián dio un paso atrás, irritado, pero Marcela continuó sin ceder un milímetro de terreno. Ella sabía lo que había aprendido en su vida pasada: si lo dejaba maniobrar libremente, podía provocar un desastre que nadie más evitaría. Por eso cada decisión que tomaba, cada empleado que supervisaba, cada informe que analizaba, era una estrategia calculada para mantener a Adrián a raya sin que él siquiera se diera cuenta. En paralelo, Perfecta y Elena, siempre atentas a los movimientos del poder, comenzaban a tejer rumores entre ellos y algunos aliados en común. Perfecta, intrigada y celosa, comenzó a difundir insinuaciones sobre Adrián, sus supuestas intenciones ocultas y su interés en controlar la fortuna Tissot. Elena, por su parte, alimentaba la paranoia de los empleados y socios, sugiriendo que Marcela podría no ser la heredera confiable que todos creían, intentando sembrar dudas sobre su liderazgo. Marcela escuchaba todo, y sonreía internamente. No necesitaba confrontarlas directamente; los rumores solo servían para reforzar su control. Cada reacción que observaba era un dato más que registraba para maniobrar el tablero a su favor. Su inteligencia estratégica, mezclada con los recuerdos precisos de su vida pasada, le daba ventaja. Ella sabía qué movimientos serían los primeros de Adrián, cómo reaccionarían Perfecta y Elena y qué empleados podían ser persuadidos o eliminados del juego. Mientras el día avanzaba, la tensión creció. Adrián trataba de imponer su autoridad, proponiendo cambios menores que podrían alterar las inversiones clave. Marcela, con un control impecable, rechazaba cada propuesta con argumentos impecables, mostrando dominio absoluto de los números, las operaciones y los posibles riesgos. Cada intervención de ella minaba la confianza de Adrián, y lo obligaba a retroceder, frustrado. —¿Crees que todo esto es un juego, Marcela? —dijo Adrián, finalmente perdiendo la compostura—. Michael te confía demasiado, y… tú solo eres una mujer… —intentó añadir, pero su voz se cortó bajo la mirada fulminante de Marcela. Ella se inclinó hacia él, con un brillo frío en los ojos. —Soy todo lo que necesitas para que nada falle mientras Michael no está. Pero si piensas que esto es un juego, Adrián… estás equivocado. Cada movimiento tuyo está siendo observado. Cada intento de manipulación se devuelve multiplicado. No te subestimes a ti mismo, pero tampoco me sobreestimes a mí. Adrián se retiró, irritado y derrotado, mientras Marcela retomaba sus tareas como si nada hubiera pasado. Los empleados que observaban la escena comprendieron claramente quién mandaba ahora, y los aliados de Michael respiraron aliviados al ver que Marcela mantenía el control absoluto. Más tarde, durante un breve descanso, Marcela recibió una llamada de Michael. Su voz, cálida y confiada, le devolvió un pequeño remanso de tranquilidad: —¿Todo bajo control, Marcela? —preguntó él. Ella esbozó una sonrisa que nadie más podría ver. —Sí, Michael. Nada se escapa. Incluso Adrián ya sabe quién manda mientras estás fuera. Solo sigue mi consejo… no tomes el primer avión de regreso. Estoy viendo demasiado interés en tu primo. Michael rió suavemente. —Confío en ti, Marcela. Siempre lo he hecho. Pero no dejes que se te suba la tensión. Ella colgó y volvió a su escritorio, concentrada. La sonrisa que le acompañaba era fría, calculadora. Cada palabra de Michael le recordaba la importancia de su vigilancia. Esta vez no podía fallar, porque si algo llegaba a sucederle a Michael, la historia que recordaba se repetiría. Y eso, Marcela no estaba dispuesta a permitirlo. Perfecta y Elena continuaban sus intrigas, pero Marcela, con cada informe revisado y cada conversación escuchada, fortalecía su posición. Los rumores de Adrián, los temores de los empleados y las manipulaciones de las madres se transformaban en piezas de un tablero que solo ella podía ver en su totalidad. Cada movimiento suyo era exacto, medido, y letal en términos estratégicos. Al caer la tarde, mientras la ciudad brillaba con luces doradas, Marcela se recostó en su silla, contemplando la vista desde el piso ejecutivo de Inversiones Tissot. La adrenalina aún recorría su cuerpo, pero también un profundo sentido de satisfacción: había consolidado su poder, mantenido a Adrián bajo control y protegido a Michael de un riesgo que nadie más comprendía. Su vida pasada le había enseñado que la vigilancia constante era la diferencia entre la victoria y la tragedia. Y allí, en silencio, mientras las sombras se alargaban por la oficina, Marcela decidió que ningún movimiento quedaría sin anticipar, ninguna amenaza sin neutralizar. Su control era absoluto. Su estrategia, impecable. Y su alerta, inquebrantable. Michael estaba seguro, Adrián estaba contenido, y los aliados y enemigos, conscientes de que enfrentaban a una mujer que no solo recordaba su pasado, sino que lo había convertido en un arma para el presente. La noche cayó sobre Inversiones Tissot, pero dentro de la oficina, la mente de Marcela nunca descansó. Cada detalle, cada sombra, cada voz era parte de un juego que solo ella podía ganar. Mientras Michael continuaba su viaje, Marcela permaneció firme, la guardiana de un legado, la estratega que nadie se atrevería a subestimar, y la mujer que sabía que su segunda oportunidad le permitiría reescribir la historia con un control absoluto y calculado. Marcela permanecía detrás de su escritorio, revisando balances y contratos, cuando la presencia de Adrián se volvió más tangible. No había necesidad de que hablara; su aura arrogante y dominante llenaba la sala apenas entraba. Se acercó con pasos calculados, cada uno cargado de intención y amenaza. Sus ojos brillaban con una mezcla de deseo y codicia que Marcela reconoció de inmediato, esa mirada que no solo buscaba poder, sino que también deseaba poseerla a ella. —Marcela —dijo Adrián, con una voz que pretendía sonar casual, pero que vibraba de tensión—. Debo decirte algo antes de que sigas destruyendo mis planes. No puedo permitir que tú manejes Tissot mientras Michael está fuera. Esto me pertenece tanto como a él, y, si te soy sincero, también tú. Marcela lo miró fijamente, sin parpadear. Cada palabra de Adrián era una amenaza, pero también un intento de provocarla. Recordó con claridad lo que había visto en las noticias en su vida pasada: Michael muerto, la fortuna en manos equivocadas, y la intriga de Adrián como catalizador de esa tragedia. No podía permitir que la historia se repitiera. —Adrián —dijo ella, su voz gélida—. Todo esto es mío solo porque Michael confía en mí y porque conozco lo que tú no sabes. No te equivoques: no eres nada aquí mientras yo esté. Cada movimiento tuyo está siendo observado, y cualquier intento de tomar lo que no te pertenece será un desastre para ti. Adrián dio un paso más cerca, demasiado confiado en su cercanía, y su mirada se hizo más intensa, casi animal. —No subestimes lo que deseo, Marcela —susurró, con un tono que mezclaba lujuria y amenaza—. Michael no lo sabe, pero yo puedo quitarle todo: su empresa, su poder… y, sí, incluso a ti. Marcela sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no de miedo, sino de alerta máxima. Su mente repasó cada detalle que recordaba de su vida pasada: los errores que permitieron que Adrián se acercara demasiado a Michael, los indicios de traición que ella había pasado por alto. Esta vez no dejaría que nada se escapara. Su vida pasada le había enseñado a anticipar la codicia, a prever la manipulación y a neutralizarla antes de que causara daño. —Adrián —replicó, levantando la voz para que cada palabra golpeara como un látigo—. No solo estás equivocado, sino que eres increíblemente ingenuo si crees que puedes tocar algo que no te pertenece. Michael confía en mí, y yo confío en mí misma. Tu codicia y tu deseo solo te dejarán desnudo y derrotado. Sus palabras lo enfurecieron. Adrián se inclinó hacia ella, con la respiración pesada y los ojos brillando de lujuria mezclada con odio. —Todavía no entiendes, Marcela —dijo—. Tu posición es frágil. Michael está lejos, y yo estoy aquí. Cada decisión que tomes sin su presencia te hará vulnerable. Puedo esperar, y puedo manipular, y cuando llegue el momento, todo lo que tienes se convertirá en polvo. Marcela, sin inmutarse, respiró hondo y lo observó con una calma que contrastaba con la furia de él. La tensión en la sala era casi palpable; los empleados que habían permanecido en las oficinas sintieron la electricidad de la confrontación. Nadie se atrevió a interrumpir, conscientes de que estaban presenciando un duelo de voluntades. —Adrián, —dijo Marcela, inclinándose ligeramente hacia él, con una mirada que era pura determinación—. Escúchame bien. Yo no juego. Lo que estás buscando no es solo imposible, es ridículo. Cada movimiento tuyo, cada intento de manipulación, será anticipado. No hay g****a en mi vigilancia, no hay error que no prevea. No solo estoy protegiendo a Michael; estoy protegiéndome a mí misma y todo lo que tiene valor. Adrián dio un paso atrás, momentáneamente desorientado. Marcela notó que su arrogancia se tambaleaba, que su confianza empezaba a flaquear frente a la precisión y seguridad que emanaba de ella. —Eres demasiado… perfecta para mi gusto —gruñó él, un reflejo de la impotencia que sentía al no poder doblegarla. Su lujuria por controlarla y su ambición por apoderarse de todo lo de Michael lo consumían, pero Marcela no cedió. Cada palabra que pronunciaba era un muro de acero que lo mantenía a raya. Mientras Adrián se retiraba lentamente, Marcela se recostó en su silla, sintiendo una mezcla de alerta y triunfo. Su corazón palpitaba no por miedo, sino por la confirmación de que estaba un paso adelante. Sabía que Adrián era peligroso, pero también sabía cómo jugar cada carta, cómo anticipar cada movimiento, cómo mantenerlo bajo control. Michael había confiado en ella para esta responsabilidad, y ella no iba a fallarle. En paralelo, Perfecta y Elena continuaban sus intrigas, observando desde la distancia los rumores de la oficina. Perfecta estaba indignada porque, aunque trataba de minar a Marcela, cada intento terminaba fortaleciendo su posición. Elena, por su parte, murmuraba a sus aliados que la joven heredera no era lo que parecía y que la ambición de Marcela podía jugar en contra de todos ellos si no se manipulaba correctamente. Pero Marcela estaba consciente de cada palabra, de cada gesto, y utilizaba esa información a su favor. Más tarde, cuando la oficina quedó en silencio y Marcela revisaba los informes finales del día, su mente volvió a Adrián. Recordó cada detalle de su vida pasada: cómo había maniobrado, cómo había intentado destruir a quienes ella quería proteger, cómo su lujuria y codicia habían sido un factor clave en la tragedia que vivió. Esta vez no habría errores. Esta vez, la vigilancia era total, y cualquier intento de Adrián de acercarse a Michael, a ella o a las empresas sería anticipado y neutralizado. Marcela se levantó y caminó hasta la ventana, contemplando la ciudad iluminada por la noche. Una parte de ella aún sentía el peso de la responsabilidad, pero otra parte, la más calculadora, estaba satisfecha. Tenía el control. Tenía la información. Tenía la ventaja. Y sabía que su vida pasada le había otorgado la visión necesaria para proteger todo lo que le importaba y mantener a Adrián a raya. —No esta vez —susurró para sí misma—. No permitiré que la historia se repita. La noche cerraba un día lleno de tensión y vigilancia, pero para Marcela era solo un paso más hacia la consolidación de su poder, la protección de Michael y la neutralización de aquellos que, como Adrián, pensaban que podían arrebatarle lo que le pertenecía. La mente de Marcela seguía activa, recordando, planeando y calculando. Cada movimiento futuro de Adrián sería anticipado, cada intento de intriga sería bloqueado, y ella permanecería, como siempre, un paso adelante, la heredera que nadie debía subestimar.
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