KABIL
Ella cree que escapó, cree que puede rehacerse, que puede esconderse detrás de otro apellido, de un nuevo anillo, de un nuevo infierno, pero lo que es mío, jamás queda suelto. La dejé ir para ver si tenía agallas de volver, y volvió… creyendo que podía ponerme de rodillas, Ana no entiende que en mi mundo no hay salida, ni redención, ni promesas dulces, solo existe ella, yo, y esta guerra de piel y veneno que arde desde que la toqué por primera vez.
Ella era mía cuando gemía mi nombre, cuando me rogaba que no la rompiera más, y sigue siendo mía… aunque se haya llenado la boca con otro, aunque intente fingir que su corazón late sin el mío.
La traición no se perdona.
La venganza no se negocia.
Y el amor es una enfermedad que solo yo sé inmunizar.
Eligió declararme la guerra, eligió vestirse de reina en mi territorio, olvidando que soy yo quien corta las coronas y entierra los cuerpos. Ahora tiene un prometido, un imbécil con apellido de poder, cree que él la salvará de mí, cree que puede protegerla. Pero nadie la toca, nadie la folla, nadie la respira, nadie la mira como yo lo hago, porque si alguien más la tiene, yo lo destripo sonriendo y luego la follo sobre su cadáver.
La quiero de rodillas, con las piernas temblando, con el alma gritando, con el corazón entre mis dientes, y si para eso tengo que arrastrarla de nuevo al infierno, lo haré. Si tengo que matar, mentir, arder, lo haré. No se trata de amor, se trata de pertenencia, de control, de sangre, y Ana va a entenderlo cuando esté desnuda frente a mí, otra vez, pidiéndome que no la toque mientras su cuerpo suplica lo contrario.
Mi nombre es Kabil y soy el príncipe de su historia, soy el castigo que eligió. El juego ha empezado, y cuando la reina desafía al monstruo, solo uno queda de pie.