Capítulo 4: Primer encuentro

1130 Words
Después del almuerzo, Ian me presentó a los empleados de la casa, los que trabajaban de día; luego, me dio un recorrido por los principales lugares del castillo, de no haber ido con él, me habría perdido, así que tomé la resolución de no andar por ahí sola, si me perdía, no me encontrarían viva en siglos. No recorrimos todo el castillo, nos hubiésemos demorado una eternidad. Visitamos solo el ala este, donde estaban los dormitorios de todos. El de Edward estaba al final de uno de los pasillos. Parecía un laberinto, yo no entendía cómo se podían ubicar. Entramos a la lavandería donde se encontraba Bella y Suzanne. Eran las encargadas del lavado y del planchado. Eran dos mujeres muy simpáticas, que me recibieron muy bien. Ian me hizo salir primero y partí al lado contrario. ―Por aquí, señorita ―me dijo Ian con una cuota de diversión. ―Perdón. ―Me devolví avergonzada. Seguimos recorriendo los diferentes pasillos. Las paredes estaban casi tapizadas por cuadros. Me detuve en uno que se parecía mucho a Rita, una excompañera de trabajo, claro que la del cuadro era más antigua, aunque parecían de la misma edad. Nos mantuvimos recorriendo casi toda la tarde, hasta casi la hora de la cena, cuando me dejó en mi habitación para que me arreglara. ¿Debía cambiarme de ropa? ¿Sería algo formal? Después de la cena, me presentó a los empleados de la noche. Sinceramente, no recordaba la mayoría de los nombres ni de las caras, así que les dije que me deberían recordar sus nombres cuando hablara con ellos. Conocer de sopetón a diecinueve personas no era una tarea fácil. ―Muchas gracias, Ian, usted ha sido muy amable conmigo ―le dije cuando me dejó en la puerta de mi habitación ya para dormir. ―De nada, señorita, que descanse. ―Tomó mis manos con cariño. ―Gracias, usted también. Me sonrió con ternura al tiempo que recorría mi cara con su mirada. Había en sus ojos un brillo especial. Sentí la tentación de darle un beso en la mejilla, pero no sería bien visto. Solo sonreímos. Él palmoteó mis manos, con mucho cariño. ―Descanse, niña. Entré a la habitación y me coloqué un pijama de franela, no porque hiciera frío dentro ese castillo, si no, algo en esa casa no me dejaba tranquila. Ya había vivido una mala experiencia con fantasmas, no quería una segunda, menos que me pillara en paños menores. Me acosté y me dormí casi de inmediato, pero a las 3:33 de la mañana me desperté con el corazón latiendo a la velocidad de un avión. Me senté en la cama y me vi en un lugar desconocido. Mi primer instinto fue gritar, pero me tapé la boca. Suspiré cuando me di cuenta de que estaba en el castillo de mi nuevo jefe y que ese era mi nuevo hogar.  ―Tonta, aquí no hay fantasmas ―me reprendí a mí misma. Un ruido fuera de mi cuarto me sobresaltó. ―Son los trabajadores, idiota, nada malo va a pasar, solo están haciendo aseo. Yo me regañaba a mí misma, pero mi corazón y estómago no querían hacerme caso y no se tranquilizaban. Mi respiración estaba agitada y no lograba controlarme. En eso, vi una sombra en la ventana, la observé durante varios minutos, era como un hombre, sus ojos eran brillantes, parecían mirarme directo. Tragué saliva, mi intención era huir, salir de mi cuarto y buscar la ayuda de alguien, pero a la vez me sentía tonta, ¿y si solo era mi imaginación? Aun así, era incapaz de moverme, ni un solo músculo de mi cuerpo quería responder. Estaba paralizada. De pronto, esa sombra dio como un paso hacia mí. Di un grito aterrado, pensé que me atacaría, no pensé en que estaba en el balcón y que no podía atravesar la ventana. En pocos segundos, que a mí me parecieron horas, llegaron dos empleadas, agradecí que no le hubiera echado llave a la puerta, de otro modo, no habrían podido entrar. ―Señorita, ¿pasó algo? ―me preguntó una de las chicas, se acercó a mí y me abrazó, yo temblaba con las sábanas cubriéndome hasta la barbilla. ―No... ¡Sí! Allí… En mi… Una sombra… En la… No sé… Ventana... Me miraba… Yo... ―tartamudeaba, no podía articular una sola frase coherente. La otra chica fue a mirar al balcón, abrió la ventana y el aire gélido entró y me congeló como si hubiera estado toda la noche a la intemperie. ―Debe ser el viento, señorita, corre mucho viento ―me aseguró con tranquilidad y cerró todo, incluso las cortinas gruesas, afuera se veía todo n***o, no había luces exteriores, no encendidas por lo menos. Mis dientes castañeaban, seguía abrazada a la que reconocí como Ginna. ―Tranquila, señorita, todo está bien. ―Me mecía en sus brazos. Yo lloraba. ―Todo está bien, no hay nadie afuera. ―¿Estás segura, Alexandra? ―le preguntó Ginna con un tono extraño. ―Sí, muy segura, no hay nada a qué temerle. ―¿Lo ve, señorita? Cálmese, nadie le hará daño. Todo está bien. Sorbí y me limpié la cara con unos pañuelos desechables de mi velador. ―Lo siento, no quería molestar ―hipé. ―No se preocupe, señorita, ¿está más tranquila? ―Me siento tonta ahora. ―No diga eso, señorita, no pasa nada, es normal que se sienta así, es un lugar nuevo, muy distinto a lo que usted está acostumbrada ―me consoló Ginna. ―Muchas gracias. Ya estoy bien. ―Si necesita algo más, por favor, avísenos, estaremos al pendiente. ―Ginna me soltó y se levantó. ―Gracias, perdón por molestarlas. ―No hay problema, que descanse. Buenas noches. Las dos chicas salieron de mi cuarto. Yo me sentí estúpida por haber visto cosas donde no las había. Aunque hubiera asegurado que había alguien allí. Me levanté y entré al baño para lavarme la cara. Me senté en la cama, no quería acostarme de nuevo. Tenía miedo. Mucho miedo. Recordé mi experiencia con fantasmas cuando era niña y no quería que me volviera a pasar. Quise encender la televisión, pero pensé en que quizá les molestaría la bulla. Tardé mucho en calmarme. Apagué la luz. Creí ver a alguien parado en un rincón de mi habitación, encendí la luz, pero no había más que un perchero. Yo y mi imaginación. Volví a apagar la luz. El hombre volvió a aparecer. ―Es solo un perchero, idiota ―me dije a mí misma. Intenté calmarme, respiré hondo muchas veces. Me acosté y me tapé hasta la cara.  Demoré como una hora en calmarme y me dormí cerca de las cinco de la mañana.
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