—Buena chica. Tu padre y yo hemos organizado una sorpresa para tu madre, así que relájate, esclavita. El amo te cuidará. Confía en mí —dijo él.
Aturdida, lo único que pudo hacer fue responder:
—Sí, Maestro. Gracias, Maestro.
Sonrió al teléfono: —Eres mía, Ellie—. Sin decir nada más, colgó y, cogiendo las cajas de la chica, regresó a su coche.
Desde allí, condujo hasta un restaurante tranquilo y miró su reloj: —Puntual—. Uno de sus amigos más antiguos, Rob, lo esperaba y él se sentó, relajándose y charlando de sus vidas.
Hacia el final de la comida, Rob sacó tres cajas de su maletín y las deslizó sobre la mesa.
—Cada una de estas se ajusta a los detalles que me diste y ya están dimensionadas. Llévatelas y dime si quieres quedarte con una, las tres, o quizás más —dijo Rob con un guiño.
