Ella suspiró y se relajó sobre sus muslos. Él le acarició y masajeó suavemente las nalgas; el aloe vera la calmaba y dejaba su piel fresca. Hacía un sonido suave de placer mientras él le acariciaba desde la parte baja de la espalda hasta la parte superior de los muslos, haciendo que sus caderas se balancearan con sus movimientos. Entonces la abofeteó levemente y la levantó para mirarla a los ojos. —Estoy tan necesitada, mi pequeña zorra, pero no tenemos tiempo para entrenarte más esta mañana. Ve a vestirte. He preparado la ropa que quiero que te pongas. Aturdida, asintió. —Sí, Amo. Se levantó y caminó rápidamente hacia el dormitorio. No fue hasta que se sentó y se enrolló una media hasta el muslo que se dio cuenta de lo mojada que estaba por el masaje que le había dado. —Ay, Dios mío —pe

