Capitulo 5. El cielo no es para todos

1679 Words
Me lamente de no haber tenido el valor de hablar con Lukas, de darle el pésame. Recuerdo que estaba parado frente a mí, embargado por su tristeza mirándome con sus ojos llorosos. Yo sentí el impulso de abrazarlo y consolarlo. Quería limpiar las lágrimas de sus ojos con la manga de mi suéter, y decirle al oído que el tiempo aminora el dolor. Pensé todo eso, pero agaché la mirada, no le dije nada, no hice nada, y nada pasó. Debía dejar de pensar en Lukas, su indiferencia me abruma; su desdén alimenta mis inseguridades, y me hace dudar sobre mis sentimientos. Me sentía como una tonta por fijarme en alguien que no me dirigía la palabra. Tomé mi celular y ví que ya pasaban de las cinco, se me hacía tarde. Aun traía puesta la ropa con la que fui al funeral de Charlie, solo me solté el cabello y me cambié los zapatos por unos deportivos, y salí de mi habitación. – Voy a salir -anuncié a mis padres, quienes estaban sentados en un sofá viendo la televisión. –¿A dónde vas? - me preguntó mi padre. Dejó de prestar atención a la televisión y giro su cabeza para verme. – A pasear en bicicleta -respondí –Al parque. – Te acompañamos - sugirió mi madre. – Prefiero no -dije taimada –Quiero ir sola. –Ve con cuidado -dijo mi padre. – Pero no te demores mucho -pidió mi madre –¡Ponte un suéter! No fui al parque ni al funeral de Miranda, yo pedaleé mi bicicleta en dirección a la casa de Elton, su familia le había organizado una ceremonia sencilla en casa. Su funeral no sería en una enorme iglesia o una elegante funeraria, porque ellos preferían guardar discreción para evitar represalias. Su familia había respetado el deseo de Elton de ser cremado, después llevaron sus cenizas a su casa y ahí hicieron una misa más íntima solo con familiares y amigos muy cercanos. Mientras pedaleaba recordé lo que Elton me había dicho sobre la muerte. – Si muero me gustaría que me incineraran - me contó Elton –¿Por qué? - pregunté con curiosidad. – Sería como la manifestación física de lo que sufrirá mi alma. No entendía sus palabras – ¿Qué tratas de decir? – le pregunté. – Si existe un cielo y un infierno, supongo que me tocará estar allá abajo -dijo con pesadumbre. – No digas eso -fruncí el ceño y negué con la cabeza – Tú eres buena persona – le sonreí. – Si tu supieras lo que pienso no dirías eso – hablo sin mirarme. Con los ojos clavados en el piso. Yo no entendía que tipo de pensamientos podría tener que lo hicieran merecer el infierno. – Yo quiero ir al cielo – le confesé. – El cielo no es para todos -sus palabras me parecían agrias, con un tono de desolación – No para mi -añadió con una sonrisa delineada en su rostro. Antes de llegar a la ceremonia de Elton, pase a una florería para comprar un arreglo. La casa de los Ramsey era modesta y un poco antigua, tenía un solo nivel y un pequeño jardín delantero. Esa casa era de los abuelos de Elton, su madre, su hermano y Elton se habían mudado ahí cuando su padre los abandono. Cuando llegue toqué a la puerta, el hermano de Elton me abrió. – Ruth – dijo un poco extrañado por mi presencia – Pasa, por favor. – Hola Eliot. Entré y me percaté que entre los asistentes no había más de veinte personas. – No creí que vendrías -masculló él- Me extrañaron sus palabras, aunque no avise que iría me parecía obvio. – Él era mi amigo – le señalé. – Lo sé, pero por lo que hizo pensé…-meditó un poco sus palabras antes de continuar y finalmente dijo – Pensé que se había quedado sin amigos. – ¿Cómo están ustedes? - le pregunté. – Todos estamos mal; tristes y avergonzados -admitió – Pero el abuelo está destrozado, como Elton usó una de sus armas, se siente culpable -sus ojos se pusieron vidriosos, y paso sus dedos para limpiarlos. – ¿Tu madre sabe lo que pasó? Movió su cabeza en forma negativa – No he tenido el valor de decírselo -admitió. – Tal vez sea mejor así - le comenté. – Las compré para ella – le dije mostrándole un ramo de rosas blancas. – Ella está en la sala – dijo señalándome con la mano su ubicación. – Eliot, lo lamento -le di una ligera palmadita en la espalda. Él asintió y no dijo nada más. Caminé por donde me había indicado. Y ahí estaba la madre de Elton sentada en un viejo sillón, absorta en sus pensamientos ¡Cuanto se parecían Elton y su madre! Su cabello lacio y n***o, sus pequeños ojos marrones y las pecas que cubrían sus mejillas. – Buenas tardes – la saludé amable. – Hola -dijo con simpatía – ¿Quién eres? – preguntó desconcertada. – Ruth, soy amiga de Elton -le aclaré. – ¡Que bonitas flores! – exclamó jovial – ¿Para quién son? – Para usted -extendí el ramo hacia ella. – ¡Que amable! Voy a ponerlas en agua -abrazó el ramo y lo acercó a su cara para olfatearlo. Se dirigió a la cocina y yo camine tras ella. – ¿Elton viene contigo? -me preguntó mientras removía trastes y abría cajones. – No, él se quedó – le mentí – ¿A qué hora viene? – me preguntó mientras seguía en su búsqueda. – Mas tarde -volví a mentir. Se quedó quieta un poco, pensando y me preguntó – ¿A qué venía a la cocina? –Por un jarrón para las flores – le recordé. – Cierto, lo olvidé – dijo agradecida –Últimamente olvido muchas cosas -se rio ligeramente. Lo cierto es que su enfermedad estaba cada vez peor. Pero en las circunstancias actuales, resultaba más que conveniente que olvidara las cosas, así sufriría menos. – Aquí hay uno – le señalé uno que estaba sobre el microondas. Ella tomó el jarrón y vertió un poco de agua en su interior. Entre las dos fuimos colocando las flores de una en una. – Elton se disculpa por no estar aquí para cuidar de usted -le comenté –Estas flores son de su parte. Al oírme una enorme sonrisa apareció en su rostro. – ¿Y tú que eres de él? - me preguntó curiosa –¿Su novia? – No, sólo su amiga – le aclaré y pude notar un poco de desilusión en su cara. – Él es buen muchacho -dijo orgullosa. – Sí, también lo creo -le sonreí de vuelta. – Eres muy bonita -dijo acariciando mi cabello –¿Cómo dijiste que te llamabas? – Ruth - le respondí. Fue el funeral menos concurrido, y el más extraño al que asistí. La atmósfera me resultaba sofocante; el rostro desencajado de Eliot, quien más que triste se veía avergonzado. Su abuela rezaba entre sollozos, y su abuelo bebía una lata de cerveza tras otra sin y la prestar atención a nada más que a su propio sufrimiento. La de madre de Elton no tenía idea de lo que pasaba, ella se pasaba por toda la casa tarareado como si fuera una fiesta. En cuanto terminó la misa, salí de ahí. Fui al parque después de todo, y ahí me hallé a Twenty sentado en una solitaria banquita, iluminado bajo la tenue luz de un faro con su mirada perdida en la nada, seguramente bajo el influjo de una droga. Solíamos llamarlo así porque tenía más de veinte años y aún seguía en preparatoria. Twenty era la persona más despreocupada que conocía, aun así, era muy simpático y sociable, le hablaba a la mayoría de los chicos de la preparatoria y todos lo conocíamos, decían que vendía droga, pero a mí siempre me la ofrecía gratis. – Ruth -gritó y alzó su brazo como llamándome –¿Qué hay de nuevo? – Nada – musité y dejé caer mi cuerpo en la banca, a un lado de él – Vengo del funeral de Elton. – ¿Murió? – preguntó alzando las dos cejas sorprendido. – ¿No te enteraste del tiroteo? – dije yo aún más sorprendida. – No -movió su cabeza de un lado a otro negando –¿Cuál tiroteo? – Incluso salió en las noticias – le recalqué. –Ya se cual -se golpeó suavemente con la palma de la mano en la frente –Pensé que eso había ocurrido en otro lugar o en otra escuela. – Fue en nuestra escuela. – ¡Que mierda! -se llevó ambas manos detrás de la nuca – Que bueno que no fui – mencionó con cierto alivio. – Twenty, tú casi no vas a la escuela -comenté yo. – Y ahora menos – masculló, yo sonreí un poco ante su desfachatez. – ¿Quienes murieron? – me preguntó en tono más serio. – El señor Miller, el coach Graham, Miranda, Charlie y Elton -dije como si lo tuviera perfectamente memorizado – Y bueno, Derek está en el hospital -añadí. –Mierda, a todos los conocía -se quedó callado un momento –¡Qué pena! -soltó acongojado. – Sí, muy lamentable -aseveré. – Oye ¿Quién lo hizo? -preguntó mientras se jalaba los vellos de la barba. – Fue Elton - yo agaché la cabeza. – Pobre -dijo dejando escapar un quejido – Pensé que era normal. Ambos nos quedamos en silencio mirando al cielo. – Que noticia más triste me has contado… -me miró y liberó un suspiro. Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y saco dos pastillas blancas, una tenía dibujado un corazón flechado y la otra un conejo – ¿Quieres? – me preguntó ofreciéndome una. – Hoy no, gracias - le respondí gentil. – Siempre me dices que no – se encogió de hombros y metió ambas pastillas en su boca. No entendía su insistencia.
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