Capítulo 3 En aquellos viajes que la llevaron a Cuyo, supo hacer negocios trayendo vinos de bodegas boutique y revendiéndolos en restó de gente conocida. Ella manejaba, doce, trece horas tras el volante; fue aprendiendo que comer es siempre mejor donde lo hacen los camioneros. Rico y económico. Alimento fresco y ambiente agradable. Ella cuenta que no le permitían pasar desapercibida. En comedores por lo general colmados de gente, un silbido de aprobación cruzaba el sitio. Una mujer que deja huella, decía de sí misma. Era menuda pero decidida, eso lo marcaba su andar. Bien proporcionada y muy elegante en su modo de vestir. Bajada del Audi que su finado esposo le dejara y que por fin podía manejar. Él sostenía que era propensa a los choques y nunca se lo prestaba. Quizás por eso se determinó a hacer tantos kilómetros. Conocía y hacía dinero. De ida llevaba un catálogo de muebles de exquisita madera, finísimos, macizos y levantaba pedidos. La entrega era pactada con la fábrica en algo así como 30 días y era efectiva con camiones muebleros que iban a la zona. Esto lo hizo por un tiempo, reuniendo el dinero para su primer Spa, un espacio de belleza para mujeres. Siguiendo un plan. Primero uno y luego varios más. Mientras, conocía, paseaba, la conocían. El primer Spa lo abrió en Rosario, dentro de su provincia. Bonito, en tonos apacibles, sosegados para brindar eso justamente. Todo era así: agradable. Luego la ceremonia del té con variedades de hierbas para infusiones que traía del exterior y los dulces: para las golosas y para aquellas que no se lo permitían. Tartas, tortas y delicatesen que hacía con sus propias manos cuando el tiempo se lo permitía, para algo se había recibido de chef. Entrenó a su gente, era generosa con el conocimiento, sabía lo que buscaba. El segundo lo abrió en la costa, en Ostende. Aquél pueblo pequeño al que había asistido por algunos veranos y que tenía las playas que elegía: mar implacable, y olas rugientes. Arenas interminables y cielos sin mensura. El espacio, la gente, los precios y el mar, venerado mar. Todos fueron exitosos. Siendo tan femenina, sabía lo que necesita su género. Un día sintió temor de salir de viaje. Sin saber muy bien por qué no tuvo ganas. Quiso posponerlo, pero la llamaban por la inauguración de una mueblería en San Juan y necesitaban su mercadería. No podía negarse. Tenía fecha para el service del Audi en ésos días y se llevó el pequeño, un Minicouper dorado que estaba siempre guardado en el garage por lo ostentoso de su color. Verlo era reencontrar a Rodolfo, su difunto esposo. Se le erizó la piel. ¡Y la pucha que no lograba venderlo! Parecía que andaba por ahí, Rodolfo, riéndose de ella. O silbando como cuando quería evitarla y socarronamente se alejaba silbando. Armó una pequeña maleta y resolvió salir por la mañana, muy temprano. Las luces nocturnas no le daban seguridad, la confundían. En ésa ocasión se sintió frágil y quiso consultar al padre Aurelio de la Capilla de Santa Isabel pues se lo recomendaron. Aparentemente, hacía una oración y salías muy bendecida. Luego de que tres secretarias la pasearan por la línea, finalmente Aurelio se dignó a recibirla. Le preguntó el nombre, y su situación sentimental y ella creyó que era para amistarse en Face: Se enteró de que era viuda, otra información no pudo filtrar y sin más, le dijo que vivía en pecado. Ella no entendía, él le dijo que seguro le pediría ayuda para conseguir un novio y… Liza reaccionó. ¡Por eso han perdido tantos feligreses, usted a mí no me representa, quédese con su oración que ya sabré qué hacer. Aunque le digo algo, a mi vuelta me voy a un templo de ésos donde están los buenos y usted, usted!… No quiso faltarle el respeto jajaja, se coloreaban sus mejillas cuando lo contaba. Dice que después se subió al dorado, acomodó la cartera en el asiento de atrás y en el del acompañante lo sentó a Jesús. Arrancó mientras le pedía protección pues andaba endeble de confianza en sí misma y se tranquilizó. No fue el viaje más rendidor si hablamos de dinero, pero sí el más sosegado. Vendió bien, pero a plazos, eso ya no pintaba bonito. Sinónimo de que la economía venía en picada. Por fortuna, había vendido todo lo que llevaba en el baúl del Mini y cargar combustible en Mendoza siempre convenía. El valor de las naftas no estaba controlado y eso nunca logró entenderlo. Con una economía fluctuante no podía hacer buenos números, pero era precavida y siempre tenía un as en la manga, o un Jesús de copiloto. Dicen que luego de llenar el tanque, giró y le guiñó un ojo a Jesús. Que creyó ver qué él le sonreía. En aquél viaje conoció a Reynaldo, de quién pensó que iba ser el rey de su vida y sólo llegó a princesa. Y sí, se enamoró apenas lo vio. Alto, tanto como para marcar diferencias con su corta estatura. Era muy gracioso oírla hablar de Rey. Hoy es su mano derecha. Se encarga del manejo del personal de los Spa y es muy justo y eficiente. Lo conoció donde iba a comer saludable. Un lindo restó sobre calle San Martín y que tenía unas pizzas de harina integral que estaban deliciosas y que obviamente quería incorporar, pues eran de una marca de fabricación muy conocida. Él se apresuró a darle lugar en la fila y no dejaba de mirarla. Tan bello como Alfredo Alcón en Boquitas Pintadas, obra de autor argentino. Manuel Puig contaba como nadie historias pueblerinas que fueron llevadas al cine y alguna vez pudo ver a Alcón siendo tan magníficamente joven y hermoso. Rey no dejaba de mirarla, cuenta. Hasta que no pudo más y le arrojó la pregunta a la cara: ¿dónde te has hecho la cirugía de nariz, tan perfecta, tan atrevida, tan sexy? Con un tono de voz tan aflautado que el ídem de Hamelín sólo hubiese necesitado a las ratas, contaba jocosa. ¡Poca suerte con los hombres, Liza!