Capítulo 3: El secreto que falta

2140 Words
Capítulo 3: El secreto que falta Aldana La mudanza duró poco menos de una semana, la tardanza en si fue en elegir los sillones nuevos para la sala, las cosas de la habitación de Amar y la mia, ademas de la nueva habitacion del bebé. Y en todo momento Marco me acompañó, habia recibido pocas noticias de Ander y ninguna visita, sin embargo, mi corazón se encogia de solo recordarlo. Yo que pensaba que ya su ausencia estaba superada, pero no, aun duele y realmente deseaba que dejara de doler. Por insistencia de Marco, elegimos colocar un pequeño parque en el patio, con dos columpios y tobogan, ademas de que él queria hacerles una casa en arbol a los niños, yo seguia pensando que eran muy pequeños. El sol estaba en su punto fuerte, asi que en la cocina nueva, Mirtha preparó una limonada con mucho hielo para llevarsela a nuestro trabajador estrella, que yacia en un arbol con madera y un taladro, se veia muy guapo sudado. -Eh guapo- le llamé-. Para ti- dije señalando el vaso en mi mano. -Gracias dulzura-. Tomo el vaso y antes de tomar dejó un casto beso en mis labios. -Lamento interrumpir-. La voz de Ander resonó a mis espaldas, asi que habia vuelto el desaparecido. -¿Qué haces aquí?- preguntó Marco, sus brazos se tensaron, parecia que en cualquier momento se le lanzaria encima. -Vengo a hablar con Aldana- respondio Ander, con sarcasmo-. Hermano no vengo a pelear con nadie, solo necesito unos minutos con ella. Me adelante antes de que Marco respondiera, aceptando hablar con él y aunque escuche como rechinaba los dientes, le pedi con los ojos que nos diera ese momento. En silencio se retiró, dejandonos solos. -Linda casa- comentó, se veia nervioso y debajo de sus ojos se notaban unas ojeras, como si tuviese dias sin dormir, nada de la chispa que me habia cautivado, ahora era un hombre sombrio. -Gracias, aunque no creo que hayas venido a evaluarla- respondi sarcastica. -No, queria explicarte el motivo de mi ausencia… -¿Otra vez? -Aldana, por favor…He estado buscando la forma de acabar con la mafia china, para poder darte la vida que te mereces. -¿A mi?- bufé. Y me arrepenti, el no sabia que tenia una hija, pero sus padres si…¿Se lo dirian? Un miedo gigante crecio en mi pecho, ¿Y si intentaban quitarmela? No creo, ellos vieron lo que sufri cuando perdi a Ander, pero a fin de cuentas él es su hijo y ella es su nieta. -Y a los niños, aunque no sean mios, yo quiero todo de ti y ellos son una parte tuya. Y tuya…Dios, no podia seguir negandole la existencia de su hija. Y como si el mundo me escuchara, Amara llegó del paseo con mi madre y corrio a mis brazos. -¡Mami! -Hola corazon, ¿Te divertiste? Ella asintio con una sonrisa, luego se percato de la presencia del hombre a mi lado y lo observó curiosa, como si supiera realmente quien era. -Vuelve a la casa con la abuela, date un baño por favor. Mi madre entró con ella, perdiendose de nuestra vista. -Es una niña hermosa. -Ander, ella… -Se acabo el tiempo- dijo Marco, interrumpiendonos, como cosa rara marcando territorio, como si yo fuese un perro-. Vete. -Me iré, pero no porque me lo pides…Aldana, volveré. Otra promesa, como las que se lleva el viento. El portón se cerró tras él, pero su presencia seguía impregnada en el aire. Marco me miró con una mezcla de celos y desconfianza. No dijo nada, pero su silencio era una acusación. —¿Estás bien? —preguntó al fin. —Sí —mentí. Me giré hacia la cocina, pero Marco me tomó del brazo. —¿Todavía lo amas? La pregunta me golpeó como un puño en el estómago. No respondí. No podía. Porque la verdad era un caos que ni yo entendía. —No quiero compartirte, Aldana. No quiero que él vuelva a meterse en nuestras vidas. —No lo estás compartiendo —dije, soltándome con suavidad—. Pero tampoco puedes obligarme a olvidar. Subí a mi habitación. Necesitaba aire, espacio, silencio. Pero lo que encontré fue todo lo contrario. Una hora después, mientras Amar dormía y Marco se duchaba, salí al jardín. El cielo estaba teñido de naranja y violeta. Me senté en el columpio, balanceándome apenas, como si el movimiento pudiera calmarme. —¿Puedo sentarme contigo? —la voz de Ander me sobresaltó. Estaba allí, como si nunca se hubiese ido. —¿Cómo entraste? —Tu madre me dejó pasar. Dijo que aún no habías terminado de escucharme. Él se sentó a mi lado, sin tocarme, pero tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. —No vine a complicarte la vida —dijo—. Vine porque no puedo seguir sin verte. Porque cada noche que paso lejos de ti es una tortura. —Ander… —Solo escúchame. No quiero que me perdones. No quiero que me entiendas. Solo quiero que sepas que te amo. Que nunca dejé de hacerlo. Me giré hacia él. Sus ojos estaban llenos de dolor, pero también de deseo. Y entonces, sin pensarlo, sin medir consecuencias, él se inclinó y rozó mis labios con los suyos. Fue un beso breve, contenido, pero cargado de historia. De memorias. De todo lo que no dijimos. Me aparté, temblando. —No puedes hacer esto —susurré. —¿Por qué no? ¿Porque estás con él? ¿Porque tienes miedo? —Porque no sé qué siento. Porque no sé si puedo confiar en ti. Él bajó la mirada, pero luego me tomó la mano. —¿Y si te dijera que estoy dispuesto a esperar? Que no me iré hasta que me digas que ya no hay nada. —No puedo prometerte eso. —Entonces no me pidas que me aleje. Nos quedamos en silencio. El viento movía las hojas del árbol, y el columpio se balanceaba con nosotros, como si el tiempo se hubiese detenido. —Ella es tu hija —dije al fin, rompiendo el hechizo. Ander me miró, sin comprender. —¿Qué? —Amara. Es tuya. Sus ojos se abrieron. Se puso de pie, retrocediendo un paso. —¿Qué estás diciendo? —Que cuando te fuiste, yo ya estaba embarazada. Que nunca te lo dije porque tenía miedo. Porque no sabía si volverías. Él se llevó las manos al rostro. Caminó unos pasos, luego volvió. —¿Por qué no me lo dijiste? —Porque no sabía si sobrevivirías. Porque no quería que ella creciera con la sombra de la mafia sobre su cabeza. —¿Y ahora? —Ahora no puedo seguir ocultándolo. Ella merece saber quién es su padre. Y tú… tú mereces saber que tienes una hija. Ander se dejó caer de rodillas frente a mí. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. —¿Puedo verla? —No hoy. No así. Pero sí, podrás verla. Él asintió, sin poder hablar. Me abrazó, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que el pasado podía sanar. Pero entonces, la puerta se abrió de golpe. Marco estaba allí, con el rostro desencajado. —¿Qué está pasando aquí? Me puse de pie, soltando a Ander. —Marco, yo… No respondí. —¿Te dijo que te ama? ¿Que va a cambiar? ¿Que va a ser padre? —Marco, por favor… —¿Y tú le crees? Ander se levantó, enfrentándolo. —No vine a pelear contigo. Vine a recuperar lo que perdí. —Ella no es tuya —gruñó Marco—. No más. —Eso no lo decides tú. Los dos se miraron con furia. Yo me interpuse. —¡Basta! No voy a permitir que se peleen como animales. Esto no se trata de ustedes. Se trata de Amara. De mí. De lo que quiero construir. Marco me miró, dolido. —¿Y qué quieres construir, Aldana? ¿Una familia con él? —Quiero la verdad. Quiero paz. Quiero que mi hija crezca sin secretos. Ander se acercó. —Y yo quiero formar parte de eso. No como una sombra, no como un recuerdo. Quiero estar presente, aunque sea tarde. Marco soltó una risa seca. —¿Y crees que puedes aparecer después de años y reclamar un lugar? ¿Así de fácil? —No es fácil. Nada de esto lo es. Pero no vine a reclamar. Vine a asumir lo que dejé atrás. —¿Y qué hay de la mafia? ¿De los peligros que traes contigo? —Estoy trabajando para cerrar ese capítulo. No me fui por cobardía. Me fui para protegerlos. —¿Y quién los protegió mientras tú desaparecías? —Marco dio un paso al frente—. Yo estuve aquí. Yo cuidé de Aldana, de Amar, de esta familia que tú abandonaste. —¡Basta! —grité, sintiendo cómo la rabia me subía por la garganta—. No voy a permitir que conviertan esto en una competencia. No soy un trofeo. No soy un premio que se gana por permanencia o por arrepentimiento. Ambos se quedaron en silencio. El viento parecía contener la respiración. —Lo que decida hacer con mi vida —continué—, lo haré por mí. Por Amar. No por ustedes. Ander bajó la mirada. Marco apretó los puños, pero no dijo nada más. —Ahora necesito estar sola —dije, y me giré hacia la casa. Subí las escaleras con el corazón latiendo como un tambor. Cerré la puerta de mi habitación y me dejé caer en la cama. Las lágrimas llegaron sin aviso, como una tormenta que llevaba tiempo acumulándose. No sabía qué hacer. No sabía a quién elegir. No sabía si debía elegir a alguien. Solo sabía que mi hija tenía derecho a conocer a su padre. Y que yo tenía derecho a sanar. Horas después, ya entrada la noche, salí al balcón. El cielo estaba despejado, y las estrellas brillaban con una intensidad que parecía burlarse de mi caos interno. —¿No puedes dormir? —la voz de mi madre me sorprendió. Estaba en la mecedora, con una manta sobre las piernas. —No —respondí, sentándome a su lado. —¿Quieres hablar? —No sé por dónde empezar. Ella me miró con ternura. —Empieza por lo que más te duele. Suspiré. —Tengo miedo. Miedo de que Ander vuelva y destruya lo que he construido. Miedo de que Marco se convierta en alguien que no reconozco. Miedo de que Amar sufra por mis decisiones. —¿Y qué te da esperanza? —La posibilidad de que todo esto tenga sentido. De que, al final, Amar tenga una familia que no esté rota. Mi madre acarició mi cabello como cuando era niña. —No hay decisiones perfectas, Aldana. Solo decisiones honestas. Y tú tienes un corazón honesto. Confía en él. Al día siguiente, Ander volvió. Esta vez no entró sin permiso. Esperó en el portón, con una caja en las manos. —¿Qué es eso? —pregunté al salir. —Fotos. Cartas. Cosas que guardé de nosotros. Quiero que las tengas. No para convencerte de nada, sino para que sepas que nunca te olvidé. Tomé la caja con manos temblorosas. Él no intentó besarme. No intentó tocarme. Solo me miró con una tristeza serena. —¿Puedo ver a Amara pronto? —Sí —respondí—. Pero será poco a poco. Ella no sabe quién eres. No quiero confundirla. —Lo entiendo. Haré lo que sea necesario. Se marchó sin más palabras. Y yo me quedé con la caja en las manos, sintiendo que el pasado había regresado, pero que esta vez, yo tenía el control. Esa noche, mientras Amar dormía abrazada a su peluche favorito, abrí la caja. Dentro había una foto nuestra en la playa, una carta escrita a mano con tinta corrida, y un pequeño dije en forma de estrella. La carta decía: “Aldana, si estás leyendo esto, es porque decidí dejar de huir. Porque entendí que el amor no se protege con distancia, sino con presencia. No sé si me perdonarás, pero quiero que sepas que cada día lejos de ti fue una herida que nunca cerró. Si alguna vez me permites volver, prometo no fallarte otra vez.” Lloré en silencio. No por él. No por Marco. Sino por mí. Por todo lo que había callado. Por todo lo que había perdido. Por todo lo que aún podía recuperar. Y entonces lo supe. Este no era el final. Era el principio de algo nuevo. Algo incierto, sí. Pero también lleno de posibilidades. Porque el secreto que faltaba ya no era un secreto. Y ahora, el verdadero desafío era decidir qué hacer con la verdad.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD