Capítulo 1: Dos Almas

1864 Words
Joseph Mi nombre es Joseph Brown, vampiro, veintiocho años humanos y casi quinientos de inmortal. Estoy a la espera de ver a mi Marina, mi hermana. Y debo confesar que tengo miedo. Durante mucho tiempo me sentí culpable por rogar en demasía por la vida de mi hermana cuando yacía en esa cama, a punto de morir, a la corta edad de doce años. Recién estaba empezando a vivir y la vida le estaba siendo arrebatada. Rogué y ofrecí mi alma a cambio de que Dios o el Diablo, la salvara. Y se murió. Y luego revivió. Abrió sus ojos y me miró como si yo fuera un desconocido, como si mi presencia la asqueara. Entonces me di cuenta de mi error. Aunque nunca dije nada a nadie, en ese mismo instante supe que mi niña, mi hermanita, mi princesa... Se había ido para siempre. El ruido de un motor me volvió a la realidad. El coche de Manuel se detuvo a la entrada de la casa. Con nuestros oídos, más agudizados que el resto de los animales, escuchamos a gran distancia, con total claridad, todo lo que ocurría. Y la sentí a ella. No niego que estaba nervioso, si bien era cierto que hace quinientos años luchamos contra Marina, eso fue mucho más fácil, porque esa mujer no era mi hermana, no la que había perdido. Hoy, sin embargo, ya quería de vuelta a mi princesa. Nunca, jamás en la vida, pude olvidarla. Todos estos años, Marina ha vuelto en diversos cuerpos, solo esta vez vuelve a tener su cuerpo real, con el que la conocí, el que amé y odié. No sabía cómo reaccionaría ante su presencia. La oí hablar, rogar... ¿Marina suplicando? No lo creía posible; por más que aún no obtuviera sus poderes, ella no era mujer que se rindiera así de fácil. De todos modos, no era de fiar. Cuando apareció ante nosotros, sentí que mi duro corazón dio un vuelco. No sé si fue su imagen, idéntica a mi hermana, o sus ojos puros, buenos y asustados. Y sentí la energía de Leo provocándole más temor, más lágrimas, más dolor en su ya adolorida alma. Y no pude. Mi deber era provocar heridas y llagas en su cuerpo. No... Veía, sin ver, cómo Ray la atormentaba, la acosaba, quise arrebatarla de sus brazos. No quería que la lastimara, incluso sabiendo que aquello que estábamos haciendo era lo correcto. De pronto, la tomó del cuello y comenzó a ahorcarla, apoyándola contra la pared... Max me tuvo que contener, estuve a punto de detenerlo. Entonces, la lanzó hacia nosotros. Yo la recibí en mis brazos. Su calidez, su temor y el temblor de su cuerpo despertaron en mí sentimientos de protección. Nos miró uno a uno y se desmayó, ahogando un pequeño grito. La tomé en mis brazos y la acurruqué en mi pecho. ―Leo ―reproché―, no creo que sea necesario tanto pánico, con el de ella es suficiente. Leo no contestó, lo miré de reojo y estaba tan conmocionado como yo. Si no era él, ¿quién la hacía sentir tan mal? ―Hay que llevarla al sótano ―ordenó Ray sin emoción. Yo la apegué más a mi cuerpo, no quería, sabía que, en ese lugar, Ray la torturaría más todavía y le cortaría las manos y eso no podía, no quería permitirlo. ―¿Joseph? ―habló Ray con cierta culpa. ―No puedo ―respondí protegiéndola con mi cuerpo. ―¿Nick? ―inquirió de él que sabía todo lo que pasaba por nuestras mentes. Nick no contestó, sabía muy bien cuáles eran mis pensamientos. Aunque, sin temor a equivocarme, todos allí lo sabían sin necesidad de ser adivinos. El líder de nuestro grupo bajó la cabeza un segundo y luego la levantó para volver a mirarme. ―Joseph, escucha, haremos algo, no llevaremos a cabo nuestros planes como lo teníamos previsto, le haremos creer que le cortamos las manos, con ayuda de Max, por supuesto ―ofreció Ray, acercándose a mí para tomarla en sus brazos con cuidado. ―Sé que es lo correcto ―admití. ―Todos lo sabemos, a mí también me está costando ―confesó. ―Ella no es Marina, no al menos la que nos ha hecho tanto daño ―dije suplicante. Ray afirmó con un gesto, acomodó la cabeza de Abril en su hombro y la llevó hasta el sótano, la depositó sobre una larga mesa y la ató con los brazos a un lado del cuerpo y las piernas juntas. Los demás cooperaron, menos Manuel y yo, que quedamos mirando desde un rincón. Parecía que para nuestros amigos también era una tarea demasiado pesada. Todos estábamos en silencio, en sepulcral silencio. Años esperando el momento de tener a Marina en nuestras manos y ahora, que estaba a nuestra merced, no podíamos lastimarla como lo deseábamos y habíamos planeado. Toda una ironía. El problema se nos presentaría si la misma Marina estaba haciendo algo para que no pudiésemos lastimarla. Pero no lo creía. No. Esta Abril Villavicencio era demasiado pura para ser Marina. Mi instinto me decía que solo el cuerpo era de Marina, el alma pertenecía a alguien más. Tal vez, una que no tenía nada que ver con esa bruja ni con nosotros. Ray bufó por lo bajo y Abril abrió los ojos. Nos miró a cada uno otra vez. La presencia de Leo la ponía mal, tal vez, solo tal vez, sentía que era su energía la que la hacía llorar y desesperarse cada vez más. Claro que él solo exacerbaba sus emociones, no las creaba, excepto la calma, esa sí la tenía consigo y era capaz de irradiarla por donde pasara. Mientras pensaba en esto, nuestro líder se burlaba de ella, la trataba innecesariamente mal y, cuando iba a cortarle las manos, me salí de allí, no podía quedarme a contemplar un espectáculo tan horrible para mí. En aquel momento odié mi sensibilidad auditiva, porque escuché su grito coincidente con el golpe del hacha. Volví con rapidez a verla. Ray la había dormido. Sus manos estaban intactas. Respiré aliviado. Me acerqué a ella y acaricié su cabello, sequé con mi mano su rostro mojado. Nadie dijo nada. Ray salió como una bala, seguido por Manuel. Discutieron. A mí, en lo personal, me daba lo mismo. Solo me importaba Abril. Esa niña que me hacía recordar a mi hermana, la verdadera, la que se fue a los doce años y volvió tiempo después por tan solo unos meses. ―Joseph... ―Max puso una mano sobre mi hombro mucho rato después. ―No digas nada ―rogué. ―Yo tampoco creo que sea Marina ―comentó. ―No, no lo es ―aseguré con firme convicción. ―Salgan todos de aquí ―ordenó Ray al volver al sótano. ―Ray... ―comenzó a decir Manuel. ―¡Fuera! ―rugió como un energúmeno, lo que hizo despertar a Abril. Quería defenderla, pero con Manuel allí, haciéndolo y provocando más la ira de Ray, no fui capaz, no quería que se descargara con ella. Salí y me dirigí hacia el bosque, podía sentir claramente los latidos de su corazón, su sangre dulce corriendo por sus venas, el salado de sus lágrimas y el dolor de su alma. No volví a casa sino hasta el amanecer. Las cosas seguían igual. Ray enojado, Manuel arrepentido y los demás, abatidos y confundidos. Tomé las llaves de mi automóvil y me fui. Necesitaba escapar. No podía estar allí, oyendo sus sollozos, sintiendo su miedo. Era una humana, una frágil humana sometida a seis vampiros que debían matarla. En la ciudad, con la frustración recorriendo cada fibra de mi ser, estuve a punto de atacar a un hombre, sin embargo, me contuve, no debía hacerlo, no a plena luz de día y por las razones equivocadas. Entré a un restaurant c***o a calmar un poco mi ansia y se me ocurrió llevar comida para Abril, sabía que no era necesario, pero quería hacer algo por ella. Para ella. Y recordé... ―Joseph, ¿me puedes dar tú la comida? ―me preguntaba con su pequeña y dulce voz. ―Claro que sí, princesa ―respondía yo de inmediato, me encantaba mimarla y ella lo sabía, se subía a mis piernas y se sentaba. A sus cortos tres años ya era todo mi mundo. ―Aquí está, señor, su pedido. ―La mujer del restaurant me sacó de mi ensoñación. Abril Villavicencio había llegado a remover todos mis recuerdos. Al volver a la casa, Ray estaba en la sala, miró las bolsas de comida, lo noté confuso. ―Traje algo de comida para Abril ―expliqué lacónico. ―Joseph, pudiste decirme ―acotó Max entrando a la sala. ―No, yo andaba por ahí y le traje esto, nada más ―afirmé no muy convencido―. Se lo voy a dar antes que se enfríe. Subí la escalera sin ganas, como si mi cuerpo pesara toneladas y no pudiera hacer nada para evitarlo. Despertó con el sonido de la puerta, se quedó inmóvil, seguro no quería que yo supiera que estaba despierta. ―Te traje algo de comida ―dije de todos modos. Me acerqué con miedo. Sentía que esa mujer no era Marina, se parecía más a mi princesa que a la bruja, de todas maneras, muy en el fondo de mi ser, quedaba una duda. ―Espero que te guste la comida china. ―La verdad es que no tengo hambre ―contestó con algo de culpa en su mirada. ―No te gusta, ¿verdad? Puedo traerte algo más, alguna otra cosa que te guste. ―No, no, de verdad, lo siento, es que no me siento bien y... no tengo ganas de comer nada. Yo sabía que se sentía mal por nuestra culpa. De igual forma, cogió un wantán y se lo acercó a la boca, pero no pudo comerlo, su organismo le jugó una mala pasada y salió corriendo al baño. La seguí, le afirmé el cabello y acaricié su espalda. La sané. Llena de vergüenza, se levantó y se lavó los dientes, se lavaba la cara cuando me miró por el espejo. ―Lo siento ―se disculpó volviendo a esconderse en el agua. ―¿Te sientes mejor? Sentí a Leo actuando sobre ella para calmarla. ―¿Mejor? No sé qué me hizo, pero se me pasó todo, ya no me duele la cabeza ni el estómago. Se volvió y me miró de frente, la expresión en su rostro cambió, no sé qué pasó por su mente, Nick no estaba en la casa para ayudarme, no obstante, su mirada me recordó a mi princesa. ―¿Ahora sí vas a querer comer? ―Sí. ―Sonrió de verdad―. Ahora hasta me dio hambre. Se sentó en la cama y comió como si fura la pequeña que se sentaba en mis piernas. Extendió un wantán, yo negué con la cabeza, si esa no era mi hermana, era alguien muy parecida a ella. Y no quería que Ray le siguiera haciendo daño. No lo merecía. Y yo no lo permitiría.
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