Capítulo 4: Dudas

1683 Words
Max Después de cazar y correr por el bosque mucho rato, me senté al borde del acantilado a pensar, a recordar. La imagen de mi prima Isabel no dejaba mi mente. Tampoco la de Sonya. Mi único y gran amor. Nos conocimos a un tiempo. Ray e Isabel y Sonya y yo. Fue en la fiesta de presentación en sociedad de la que más tarde fue mi esposa. En cuanto la vi, quedé prendado de ella. Era una mujer hermosa, delicada y fuerte a la vez. Apasionada y tierna. Desde el primer día sentí que mi corazón latió de un modo diferente. Aquella noche, luego de las presentaciones de rigor, tuve la dicha de bailar con ella y conocerla, por fortuna para mí, su padre no se opuso a que yo siguiera frecuentándola, por lo cual, muy pronto, estábamos de novios. Creo que esa época fue la más feliz de mi vida. Isabel estaba de novia con Ray, un hombre poderoso proveniente de Austria y dueño de un gran condado en España, aun así, un hombre sencillo y amable, con un gran corazón, que hacía muy feliz a mi prima. Aunque... Recordé una tarde en que llegó Isabel hasta mi despacho. Ya éramos mayores, por lo cual, nuestro trato, si bien era cierto seguía siendo de mucho cariño, ya no tenía las mismas muestras de cariño como cuando éramos niños. Faltaba un par de semanas para su boda y necesitaba contarme algo que la atormentaba. Salimos al campo, donde nos gustaba estar. ―Usted dirá, Isabel ―la insté a hablar en vista que ella no lo hacía. ―Max, antes prométame que no se disgustará conmigo. ―¿Qué pasa, prima? ―No entendía nada, ella sabía que para mí era imposible enojarme con ella. ―Es que debo confesarle algo. ―Dígame, pues ―la urgí―, ¿qué ocurre? ―Estoy esperando un hijo de Ray. ―¿¡Qué dice?! ―Eso, primo, por favor, no se enoje conmigo, necesitaba decírselo. ―¡Ay, Isabel Castellán! ―La tomé de los hombros y la miré directo a los ojos―. ¿Cómo pudo hacer una cosa así? ―Yo amo a Ray y él me ama a mí... Sólo... Sólo sucedió... Sus ojos se llenaron de lágrimas, sabía que había actuado mal (para la época, claro está). ―No se enfade, primo... ―No, Isabel, sé que ustedes se aman, pero, dígame, ¿qué dirá la gente cuando se entere de su embarazo? Usted sabe lo dura que puede llegar a ser la gente con sus cotilleos. ―Lo sé, primo, no obstante, no tienen por qué enterarse. ―Es verdad, vuestro matrimonio se realizará en dos semanas y nadie debe saber de este desliz. ―Ni siquiera nuestros padres... ¿Por favor? ―Mucho menos ellos, prima, mucho menos ellos. Ella se abrazó a mí y estuvimos así mucho rato, yo esperaba que nadie se enterara de su falta, la sociedad en esos tiempos podía llegar a ser muy cruel y no quería que mi prima tuviera que esconderse por una estupidez así. Mi primera reacción fue ir a encarar a Ray por haber deshonrado a mi prima, sin embargo, él estaba dispuesto a casarse con ella y solo faltaban unas semanas, por lo que no valía la pena. Nunca hablé del embarazo de mi prima con Ray. Jamás. Ni siquiera sé si él lo supo o no. Tampoco era momento para remover ese tema. Sabía que Isabel, para Ray, era un tema no superado. Él jamás la olvidó. Yo tampoco. Y ahora, con la llegada de Abril a nuestras vidas, el recuerdo de mi prima se hacía cada vez más fuerte. Y no entendía el porqué. Un enorme tigre blanco apareció ante mis ojos, gruñendo amenazante. Yo sonreí. ―Hola, Leo ―saludé divertido. ―Nunca logro engañarte ―replicó volviendo a su forma natural. ―Difícil, tus ojos siguen siendo los mismos. ―Vamos a la casa, Abril necesitará comer. ―Claro, claro, se me pasó la hora aquí. Me levanté y Leo me miró divertido. ―¿Una carrera? ―me propuso. ―¿Quieres volver a perder? ―me burlé. ―Vamos a ver quién pierde. Nos echamos a correr, pero antes de llegar a la casa, nos detuvimos en seco, Manuel salió expulsado por la ventana del cuarto de Abril, nosotros corrimos a la habitación de ella y la vimos asustada, a Ray que intentaba acercarse sin asustarla más y un fuerte olor a sangre inundaba todo el lugar. Nuestro amigo pensó que nosotros atacaríamos a la muchacha, porque saltó hacia ella y la abrazó, protegiéndola con su propio cuerpo. En ese preciso instante, Manuel volvió a aparecer por el ventanal y con Leo nos miramos, sabíamos lo que había que hacer. Corrimos y tomamos, cada uno de un brazo, a Manuel y nos dejamos caer hacia fuera con él. Ray se encargaría de ella. Nosotros de Manuel. ―¿Qué pretendías? ―lo interrogó Leo una vez abajo―. ¿Qué pasó allí dentro? ―No quiero que Ray le haga más daño a Abril, no se lo merece ―contestó compungido. ―No lo ha vuelto a hacer ni pretende volver a hacerlo ―defendí―. ¿Cuál era tu plan? ―La iba a marcar ―contestó lacónico. ―¿¡Qué?! ―exclamamos con Leo a un tiempo. ―Ahora Abril está demasiado aterrada ―reproché. ―¡Ray quiere hacerle daño! ―protestó con firmeza―. Él no la quiere. ―Claro que la quiere ―aseguró Leo, convencido―. ¿Acaso no ves cómo la mira y cuánto sufría cuando la lastimaba? Manuel bajó la cabeza con un gesto de derrota. ―No creí que esto fuera tan difícil. ―¿Qué es tan difícil? ―inquirí sin comprender. ―Esto. Tenerla aquí, estar cerca y no poder protegerla, no poder hacer nada por ella. ―Te enfrentaste a Ray como ninguno más lo hizo. ―No como debería haberlo hecho, no como podría haberlo hecho. ―¿A qué te refieres? Alzó la cabeza, en sus ojos y expresión había una tristeza y un dolor imposible de describir, pareciera que cargara a cuestas siglos y siglos de maldición, pero eso no era posible. Manuel apenas tenía cincuenta años de convertido. ¿O no? Ray salió de la casa con celeridad y empujó a Manuel contra un árbol, este último no se defendió. ―Cálmate, Ray ―dijo Leo―, si Abril se despierta, se asustará más y yo creo que ya está bastante aterrada con lo que sucedió. ―Aléjate de ella ―amenazó nuestro líder a Manuel―, la próxima vez que te acerques, te destruiré sin contemplaciones. ―Lo siento mucho, Ray ―se disculpó Manuel con el mismo gesto de tristeza en el rostro―, de verdad, yo solo quería protegerla, no quería que la volvieras a lastimar, no lo merece. ―Sabes que no la volveré a dañar ―afirmó Ray. ―¿De verdad? ―Manuel sonrió con amargura―. ¡Estás loco, Ray! Desde que Abril llegó a esta casa, no has hecho más que volverte un idiota, has... has... Creo que Manuel se sentía culpable en ese momento de las malas decisiones de sus actos y una profunda tristeza llenaba su ser, tristeza que a mí me era incomprensible. Luego de dar instrucciones para el arreglo del ventanal, Ray volvió adentro con Abril. ―¿Qué pasa en realidad, Manuel? ―pregunté directo a mi amigo. ―Nada, Max, nada. ―Me dio la espalda. ―No digas que nada. ―Lo tomé del brazo y lo volteé hacia mí―. Mírate. Parece que cargaras cientos de años. ―Miles ―aclaró. ―¿Miles? ―No lo entenderías. ―Explícamelo. ―Una vez me enamoré perdidamente, era una mujer especial. Demasiado. El problema es que solo aparece cada cierto tiempo y... La amé. Ella se dejó amar. Pero todo fue mal. Ella tenía una hija de otro hombre y a esta hija no le gustó nada saber que ya no sería la única, mucho menos cuando se enteró que su madre, aunque la amaba, le temía. Ella era mala, perversa mejor dicho, y vengativa sin límites. Ella destruyó a mi familia. ―Ya... ―No entendía la relación. ―No es fácil saber que nunca volveré a estar con la mujer que amo y que jamás recuperaré a mi hija. ―Sabes que puede volver. ―No. Es decir, sí, sé que... ―Negó con la cabeza, frustrado, molesto―. Yo perdí a mi hija en un viaje sin retorno. ―¿Y tu mujer? ―No ha vuelto. No lo hará. ―No entiendo. Manuel puso una mano en mi hombro y me miró directo a los ojos. ―No hay nada que entender, Max, lo único que te puedo decir y aconsejar, si me lo permites, es que cuando vuelva a aparecer Sonya, no la dejes escapar, no te comportes como un idiota, aunque, si somos sinceros con nosotros mismos, siempre lo hacemos, el temor a perder lo que más amamos, nos convierte en unos estúpidos trogloditas y al final, hacemos daño a quienes menos lo merecen. Yo no entendí sus palabras. ¿Qué tenía que ver Abril y Ray en todo esto? ¿Acaso Abril era la mujer que Manuel amó? No, eso era imposible, aseguró que su mujer ya no volvería. ¿Su hija? ¿Sería Abril la hija que perdió y por eso quería protegerla de Ray con tanta vehemencia? Si era así, ¿por qué no lo dijo desde un principio? ¿Quién, en realidad, era Abril Villavicencio que todos sentíamos una conexión especial con ella? Esa y muchas preguntas más quedaron dando vueltas en mi mente. Sin embargo, aquellas dudas me las guardaría para mí, hasta encontrar respuestas o indicios de respuesta a todas estas interrogantes que taladraban mi mente y que quería aclarar antes que fuera demasiado tarde...
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